El socio de papa.

Capitulo dos.

Las siguientes semanas fueron un torbellino de emociones. Cada vez que me cruzaba con Rogand en la casa o en la oficina, sentía que el aire se volvía denso y cargado de una tensión casi palpable. Me esforzaba por mantener una fachada de indiferencia, pero por dentro, mi corazón latía desbocado y mis pensamientos se enredaban en la maraña de sentimientos encontrados.

Una tarde, mientras repasaba notas para mis exámenes finales, oí un suave golpe en la puerta. "Adelante," murmuré, sin levantar la vista de mis apuntes. La puerta se abrió lentamente y, para mi sorpresa, era Rogand quien se asomaba. "Perdona la interrupción," dijo con una voz aterciopelada que hacía que mi piel se erizara. "Quería hablar contigo sobre algo importante. "Me enderecé en mi silla, intentando mantener la compostura. "Claro, ¿de qué se trata?"

Él avanzó hacia mí, cerrando la puerta tras de sí. La habitación parecía encogerse a medida que se acercaba, y sentí una mezcla de anticipación y nerviosismo.

Se detuvo a pocos pasos de distancia y me miró directamente a los ojos, esos mismos ojos que habían invadido mis pensamientos desde nuestro primer encuentro. "Desde que te conocí, no he podido dejar de pensar en ti," confesó Rogand, su voz cargada de sinceridad. "Sé que esta situación es complicada y que no debería sentirme así, pero no puedo negarlo." Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies. ¿Era posible que él sintiera lo mismo que yo? Intenté formular una respuesta, pero las palabras se quedaron atrapadas en mi garganta. "Lo que siento por ti es real," continuó, dando un paso más hacia mí. "Sé que esto podría poner en riesgo la relación con tu padre y todo lo que hemos construido, pero no puedo seguir ignorando lo que mi corazón me dice."

Mis ojos se llenaron de lágrimas. La lucha interna que había estado viviendo durante semanas finalmente encontró una salida. "Rogand, yo... yo también siento lo mismo," logré decir en un susurro.

Él se acercó aún más y tomó mi mano, su tacto cálido y reconfortante. "No quiero hacerte daño ni causarte problemas, pero no puedo dejar de pensar en lo que podríamos tener juntos."

Me di cuenta de que estaba temblando, y él lo notó también. "No tienes que decidir nada ahora," dijo suavemente. "Solo quería que supieras lo que siento."

Asentí, incapaz de articular una respuesta coherente. Rogand se inclinó y dejó un suave beso en mi frente antes de alejarse lentamente, dándome el espacio que necesitaba para procesar todo lo que acababa de suceder.

Esa noche, me quedé despierta en mi cama, repasando una y otra vez las palabras de Rogand. Sabía que estaba jugando con fuego, pero la chispa de ese amor prohibido iluminaba mi vida de una manera que nunca antes había experimentado.

Con el paso de los días, Rogand y yo encontramos momentos para estar juntos, aunque fuera solo por unos minutos. Cada encuentro era un recordatorio de la intensa conexión que compartíamos. Una tarde, mientras paseábamos por el jardín, me tomó de la mano y me miró con una intensidad que me hizo olvidar todo lo demás. "¿Te das cuenta de lo que significa esto para nosotros?" preguntó, su voz apenas un susurro.

"Lo sé," respondí, apretando su mano con fuerza. "Pero no puedo evitarlo."

Nos acercamos más, y el mundo a nuestro alrededor pareció desvanecerse. En ese momento, supe que no había vuelta atrás. Rogand y yo estábamos destinados a estar juntos, sin importar las consecuencias.

Nuestros encuentros se volvieron más frecuentes y apasionados. Cada beso, cada caricia, era un recordatorio de lo que estábamos arriesgando y de lo que no podíamos dejar atrás. La culpa y el deseo seguían librando una batalla en mi interior, pero el amor que sentía por Rogand era más fuerte que cualquier otra cosa.

Una noche, después de una cena familiar, nos escapamos al jardín. La luna brillaba sobre nosotros, y el aire estaba impregnado de un suave aroma a flores. Nos detuvimos junto a una fuente, y él me miró con esos ojos grises que tanto había llegado a amar. "¿Estás segura de esto?" preguntó, su voz llena de preocupación.

Asentí, sin dudarlo. "Nunca he estado más segura de nada en mi vida." Rogand me abrazó, y en ese momento, supe que había encontrado a mi alma gemela. La pasión y el amor que compartíamos nos unían de una manera que nada ni nadie podría romper.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.