Los días se convirtieron en semanas y la intensidad de mis encuentros con Rogand no hacía más que aumentar. Cada toque, cada mirada, cada beso me sumía más y más en un abismo del que no podía –o no quería– escapar. Sin embargo, en lo profundo de mi mente, una voz empezaba a susurrar, a recordarme la realidad que tanto me negaba a aceptar.
Una tarde, mientras repasaba mis notas para el examen final en la biblioteca, la verdad me golpeó con la fuerza de una tormenta. Rogand era mucho mayor que yo, cuarenta años, con una vida llena de experiencias que yo apenas podía imaginar. Además, era el amigo más cercano y socio de mi padre, un hombre que confiaba en él implícitamente. Esta relación no solo era un amor prohibido, era una traición a mi familia.
Intenté sacudir esos pensamientos, concentrarme en los estudios, pero era inútil. La dualidad de mis sentimientos me arrancaba la paz. ¿Cómo podía estar tan perdida en los brazos de un hombre que representaba todo lo que debía evitar? Me di cuenta de que mi corazón y mi mente estaban en una guerra constante, y el precio de esa batalla estaba erosionando mi alma.
Rogand notó mi creciente inquietud. Una tarde, mientras estábamos en el jardín, me miró con preocupación. "¿Qué te sucede? Has estado distante últimamente."
Tomé una profunda bocanada de aire, sintiendo la urgencia de ser honesta. "Rogand, esto... nosotros... no puede seguir así. Es un error."
Él frunció el ceño, visiblemente herido. "¿Qué estás diciendo? Pensé que esto era lo que ambos queríamos."
"Lo es," respondí, con lágrimas en los ojos. "Pero es un amor prohibido. Tú eres el mejor amigo de mi padre, su socio de confianza. Y yo... yo soy mucho más joven que tú. Esto no puede terminar bien."
Rogand me tomó de las manos, su tacto cálido contrastando con el frío que sentía en mi corazón. "Sé que es complicado, pero el amor no entiende de edades ni de circunstancias. Lo que siento por ti es real, y sé que tú sientes lo mismo."
Me alejé unos pasos, liberándome de su agarre. "Eso no cambia la realidad. Estamos poniendo en riesgo todo por algo que podría destruirnos a todos. No puedo seguir así, Rogand. No puedo."
Nos miramos en silencio, una conexión profunda pero herida por las palabras que acababa de pronunciar. Él sabía que tenía razón, pero la lucha en sus ojos mostraba que no quería aceptarlo.
Esa noche, me encerré en mi habitación, sintiéndome abrumada por el peso de mis propias decisiones. ¿Podría alguna vez escapar de los sentimientos que me ataban a Rogand? Sabía que debía alejarme, que debía poner fin a esta relación antes de que causara más daño. Pero la atracción que sentía era demasiado fuerte, como una droga que no podía dejar.
Intenté enfocarme en mis estudios, en mi familia, en cualquier cosa que pudiera distraerme de la intensidad de mis emociones. Pero cada vez que cerraba los ojos, veía los de Rogand mirándome con un amor que desafiaba toda lógica.
Mis noches se volvieron tormentosas, plagadas de sueños confusos y pensamientos contradictorios. Me encontraba en una encrucijada, y ninguna opción parecía ofrecerme la paz que tanto anhelaba.
Finalmente, un día tomé una decisión. Me encontré con Rogand en el lugar que se había convertido en nuestro refugio secreto, el jardín detrás de la casa. Nos miramos a los ojos, y supe que él también había estado luchando con sus propios demonios.
"Rogand," empecé, con la voz temblorosa pero decidida. "No podemos seguir con esto. Por mucho que me duela, tenemos que dejarlo antes de que sea demasiado tarde."
Él asintió lentamente, sus ojos llenos de tristeza. "Lo sé. Pero nunca dejaré de amarte."
Las lágrimas rodaron por mis mejillas mientras nos abrazábamos por última vez. Sentí que mi corazón se rompía en mil pedazos, pero sabía que estaba haciendo lo correcto. A veces, el amor verdadero significa dejar ir, para proteger a quienes más amamos.
Nos separamos, y aunque el dolor era insoportable, una parte de mí se sintió aliviada. Sabía que había tomado la decisión correcta, aunque la vida nunca volvería a ser la misma.
Me concentré en mis estudios, en reconstruir la relación con mi padre, en encontrarme a mí misma de nuevo. Rogand y yo seguimos siendo amigos, aunque la herida de lo que podría haber sido nunca desapareció por completo. Pero sabía que, a pesar de todo, había aprendido una valiosa lección sobre el amor, la lealtad y el sacrificio.