Los rayos del sol sobresalían de entre las ramas de los árboles de la inmensa Selva Guaraní. Y en medio de toda esa vegetación sin tocar, una muchacha solitaria estaba recogiendo los frutos que cayeron del suelo. A medida que el cielo se iba aclarando, la joven alzó la cabeza para apreciar unas lejanas nubes blancas. Mostró una pequeña sonrisa y, con los brazos al aire, exclamó:
Un par de lágrimas recorrieron sus mejillas y cayeron al suelo al no obtener respuesta alguna. Tras intentar olvidar el tormento que aquejaba su corazón, procedió a seguir con su labor.
Pero se detuvo al escuchar un grito de auxilio. Así es que dejó su bolso tejido a un lado y fue corriendo hacia el sitio donde provenía el sonido. Y luego de correr por unos cuantos metros, se encontró con una extraña criatura atrapada en unas redes hechas por algún grupo de cazadores que estarían merodeando la zona.
No era humano. Tampoco un animal. Tenía forma humana, pero lucía un par de hermosas alas negras por su espalda y un par de cuernos largos y rojos por encima de su cabeza. La joven sabía bien qué era esa criatura: era una daimon, una especie de bestia que, aunque tuviese el mismo don de habla de los humanos, se asemejaba más a un monstruo salvaje por su grandiosa fuerza y gran capacidad de adaptarse en cualquier entorno.
El aspecto lamentable de la daimon, que intentaba liberarse de esa trampa, la conmovió. Sentía lástima por ella. Pero su miedo era aún más fuerte, ya que se trataba de una criatura salvaje capaz de descuartizarla de un solo golpe si se acercaba a ella.
Pero antes siquiera de hacer algún movimiento, escucho las voces de los cazadores que se acercaban al lugar.
De inmediato, la joven recolectora dio media vuelta y se dispuso a regresar a su refugio, donde le esperaba su padre para desayunar.
Nunca supo lo que sucedió con esa daimon y, por mucho tiempo, no paraba de soñar en ella. El remordimiento que sentía por no haberla ayudado era tan grande que sintió que lo acompañaría por el resto de su vida. Pero no tenía opciones, ya que se había marchado de su tribu para seguir a su padre, a quien lo sentenciaron al destierro por un crimen atroz que afectó a muchas personas.
La Selva Guaraní era un lugar hermoso y aterrador a la vez, por lo que los humanos formaron tribus para sobrevivir y alterar la naturaleza a su antojo. Separarse al resto era equivalente al suicidio. Y por eso, la joven decidió seguir a su padre en su destierro ya que lo amaba y deseaba lo mejor para él.
Aunque no estaba de acuerdo con sus acciones.