Habían pasado tres días desde el ataque a la tribu y ningún guerrero del cacique Guariní fue a perseguirlos. Quizás estuvieron todos enfocados en defenderse entre ellos o, en el peor de los casos, fueron diezmados por los bandidos. Pero eso a Yerutí ya no le importaba: eran libres y, por primera vez, podía moverse a sus anchas por el bosque.
O al menos eso era lo que deseaba hacer. Primero debía cuidar de su hermano, cuya herida no cicatrizaba aún si usara plantas curativas para cubrirlo del aire y polvo del ambiente. La joven daimon tenía el presentimiento de que la punta de aquella flecha estaba envenenada. Sabía que los cazadores colocaban ciertos venenos en sus flechas para eliminar más rápido a las bestias gigantes que cazaban. Si fuera así, la única opción que le quedaba era recurrir a un chamán, ya que eran los únicos conocedores de los secretos del universo y la función de cada elemento controlado por los espíritus de la naturaleza. Por eso podían crear pócimas para curar enfermedades, tratar heridas mortales y controlar a los espíritus tanto en beneficio propio como de su tribu.
Mientras descansaban en una cueva, ambos hermanos tuvieron una breve charla al respecto.
Los hermanos suspiraron. Tras un breve silencio, sus estómagos comenzaron a rugir, como señal de que ya era hora de comer. Cerca de su cueva había un árbol de mandarinas, por lo que Yerutí fue tras ellas y las tomó. Regresó al refugio, peló las frutas y se las entregó a su hermano en pequeños pedacitos para que pudiese digerirlos más fácilmente. Su salud iba empeorando y casi le costaba ingerir alimentos. Y en esos momentos, solo pudo comer dos trocitos de la mandarina.
Cuando terminaron de comer, Yerutí cargó a Arandú sobre su espalda y comenzó a correr rumbo al norte. Todavía recordaba cómo sus padres les enseñaron a guiarse por el bosque, así es que no tendría problemas con eso. Tampoco le preocupaban las bestias si no, más bien, encontrarse con un daimon salvaje. Escuchó que eran hostiles hacia los daimones domesticados, por lo que debía prepararse por si algún día surgiese un enfrentamiento.
Tras varias horas recorriendo por entre los árboles, los dos hermanos sintieron un aroma tan atrayente que se les volvió a abrir el apetito. Era una mezcla de carne cruda con frutos frescos recién arrancados de los árboles. Ambos concluyeron que era periodo de recolección, en donde los recolectores regresaban a la tribu para distribuir las frutas, yerbas, hongos y animalitos pequeños que recolectaban en el bosque. Por lo general eran personas muy frágiles o poco aptas para las batallas, pero con las energías y fuerzas suficientes para adentrarse en el bosque en busca de comida o plantas curativas.
Sus estómagos comenzaron a rugir de vuelta. Esta vez no pudieron controlarse, ya que el olor era demasiado atrayente que les borraba el raciocinio. Mientras se relamían los labios pensando en el manjar que se darían más adelante, comenzaron a avanzar sin prestar atención a sus alrededores.
Y entonces vieron una figura que parecía sostener un cesto de frutas y roedores recién atrapados. Yerutí, con su hermano a cuestas, fue directo hacia ahí y, antes de llegar, una red se levantó del suelo y los levantó por los aires, quedando atrapados.
Una fuerte carcajada se escuchó a unos metros de donde estaban colgados. Yerutí dirigió su mirada hacia abajo y vio a un humano cubierto de plumas multicolores y sosteniendo una especie de báculo de madera. ¡Era un chamán!
La rama que sostenía la red se aflojó y cayeron al suelo. La red se desparramó a su alrededor, por lo que Yerutí se levantó e intentó ayudar a su hermano a sacarse las cuerdas encima. Pero entonces, unas raíces enormes rodearon sus cuerpos y los inmovilizaron. La raíz que atrapó a Arandú se movió rápidamente en dirección hacia el chamán quien, al pronunciar unas palabras extrañas, consiguió que el daimon se quedara dormido.
Yerutí intentó usar su fuerza para liberarse, pero todo fue inútil. En el fondo, reconoció que ese chamán era bastante poderoso y temerario como para enfrentarse él solito contra dos daimones sueltos.