Sin dudarlo, el daimon se lanzó por sobre las chicas con las intenciones de atacarlas. Por suerte, tanto Yerutí como Anahí lograron esquivarlo a tiempo. La joven daimon se colocó delante de la hija del chamán y le preguntó al extraño:
El daimon tomó el trozo de carne que Yerutí dejó en el suelo y se lo comió de un solo bocado. Luego, se limpió la boca con el dorso de su mano y respondió:
Pero Yerutí no se movió. Todavía quería seguir escuchándolo ya que creía que podría ser uno de los daimones de la tribu donde escapó… o de la tribu enemiga que lastimó al pobre de Arandú. Quizás así conseguiría sonsacarle alguna información sobre el estado de esas tribus y qué tipo de veneno usaron para sus flechas.
Lastimosamente, Pombero ignoró sus preguntas y decidió ir a su interés, haciendo que la conversación se desviara para otros horizontes.
Anahí tembló al sentirse observada por el daimon y se aferró al brazo de Yerutí. Ésta se puso en posición de defensa, rogando en el fondo que no se diera lugar una batalla. No sabía qué tan fuerte podría ser su contrincante.
El daimon se abalanzó sobre Yerutí para lanzarle un puñetazo en la cara, el cual logró bloquearlo con sus brazos. Luego, la joven daimon dio una patada hacia la pierna de su contrincante, haciendo que éste tambalease por el impacto. Pero no se cayó.
“Es… muy fuerte”, pensó Yerutí. “Seguro que también fue entrenado para duelos de combate”
Ambos daimones comenzaron a pelear. Yerutí se percató de que Pombero y ella estaban bastantes igualados. Pero la diferencia era que Pombero se veía muy agotado, como si no hubiese tragado bocado por días. Al menos Yerutí sabía cazar y, como recién acababa de comer la carne del felino, se encontraba llena de energías para resistir un breve combate.
Anahí, aprovechando que Yerutí mantenía a Pombero alejado de ella, invocó a los espíritus de la tierra y las plantas, logrando así levantar unas raíces que rodearon los pies de Pombero. De esta forma, Yerutí le propinó un golpe tan fuerte en el mentón que lo dejó inconsciente.
Anahí sintió que volaba, aunque su compañera solo corría muy rápido. En verdad se asombró por la gran fuerza de la daimon y, en esos instantes, entendió el porqué su padre quería usarla para enfrentarse a los guardianes. La sangre divina todavía recorría en las venas de los daimones, por lo que podrían soportar los ataques de los guardianes aún sin contar con la habilidad de controlar a los espíritus de la naturaleza.
Yerutí dejó de correr cuando llegaron hasta una laguna de aguas claras. Dejó a Anahí en la orilla y se sumergió de cuerpo entero para refrescar la piel. La muchacha, en cambio, se desenredó las trenzas, se sacó el taparrabos que cubría su entrepierna y también se metió al agua.
Tras varios minutos de relajamiento en el agua, prosiguieron con su charla interrumpida.
Anahí evitó responder a su pregunta y solo atinó a salir de la laguna para secarse. Yerutí siguió un rato más hasta que también decidió salir. Cuando eso, ya la muchacha volvió a colocarse su taparrabo y recoger sus cabellos, esta vez, en una sola trenza que caía por sus espaldas.
El cielo se tornó cada vez más oscuro, así es que decidieron buscar alguna cueva o árbol hueco para resguardarse de las bestias nocturnas. Por suerte, encontraron lo primero y decidieron dormir ahí. Pero Yerutí apenas pudo cerrar los ojos.
Pasaron muchas cosas en un solo día y no dejaba de pensar en Arandú: “¿Estará bien? ¿De verdad Marangatú lo estará cuidando? ¿Conseguirá extraerle ese veneno?” y, además, también pensó en Pombero y en la breve pero intensa batalla que tuvieron en su encuentro. Solo deseaba haber corrido lo suficientemente lejos como para que éste les perdiera el rastro, pero, en el fondo de su corazón, tuvo la horrible sensación de que se volverían a encontrar en un futuro cercano.