Capítulo 7. El guardián de la oscuridad
Un joven guerrero errante, armado con una lanza y de rostro pintado con líneas negras, se topó con el refugio de Marangatú. Éste lo recibió y, a modo de saludo, le dijo:
- No esperaba verte aquí, Lambaré.
El muchacho se apoyó sobre su lanza y, mirando fijamente al chamán, le respondió:
- Entrégame a tu hija. Ahora.
- Temo que será imposible – le contestó Marangatú – ella ahora está lejos de aquí, intuyo que cerca del cerro Yaguarón. ¿Lo conoces?
- ¿¡¿Qué?!? – exclamó Lambaré, con furia - ¡Pero ese lugar está maldito! ¿Cómo pudiste?
- Si tanto la quieres, ve por ella. Aquí solo estás perdiendo el tiempo. Asumo que conoces el camino, ¿o me equivoco?
Lambaré tomó su lanza, dio una última mirada de odio a Marangatú y se marchó de inmediato.
El chamán volvió a entrar en la cueva. Arandú se encontraba durmiendo profundamente y tenía la herida cubierta con unas hierbas molidas que succionaban poco a poco el veneno de su interior. Marangatú acercó una oreja hacia el pecho del joven daimon para escuchar los latidos de su corazón. Al sentirlo estable, se separó unos metros para contemplar a su paciente y pensó:
- Cuando te recuperes, apoyaremos a Anahí y a Yerutí. Aunque, conociendo a mi hija, puede que ya terminen antes de que despiertes. Y confío en que tu hermana es muy capaz. ¿No lo crees, joven daimon?
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A excepción de la riña con Pombero, Yerutí y Anahí tuvieron un viaje sin contratiempos hacia el cerro Yaguarón. Mientras que la daimon se encargaba de cazar y recolectar comida, la hija del chamán realizaba sus rezos para que los espíritus de la naturaleza fuesen benéficos con ellas y los llevaran a caminos seguros. Fue así que, tras dos días de deambular por los senderos de la Selva Guaraní, consiguieron llegar al lugar.
El cerro se extendía bien alto por el cielo, mostrando partes rocosas y, otras, cubiertas por los árboles. Cerca, corría un pequeño arroyo donde las chicas pudieron refrescar sus pies callosos de tanto caminar. Mientras reponían sus energías para subir al cerro, Yerutí le preguntó a Anahí si podía hacer que le creciesen las alas.
- Temo que eso será imposible – lamentó Anahí – los chamanes solo podemos controlar a los espíritus de la naturaleza y alterar ciertos componentes de nuestro entorno. Pero algo que se destruyó con malicia es imposible de reconstruir. La crueldad y el odio corrompen el alma y, cuando se te arrancaron tus alas, parte de tu esencia se disipó.
- Ah. Entiendo.
A Yerutí no le convenció la explicación de Anahí, pero decidió no seguir presionándola. Así es que retiró sus pies del arroyo y los apoyó por unas piedras para que se secaran al sol.
- Debemos prender fuego – dijo Anahí, preparando unas antorchas que improvisó con unas ramas gruesas y cuerdas inflamables – el guardián al que vamos a enfrentar se lo conoce como “el guardián de la oscuridad”. Dice que no soporta la luz y que, por eso, vive entre las cavernas.
- Eso no suena a algo que haría un daimon – dijo Yerutí – nosotros adoramos la luz del sol y preferimos cazar de día. Pero los guardianes tampoco son humanos… ni daimones. ¿Entonces qué son?
Anahí solo se encogió de hombros y se enlistó para proseguir con la marcha.
La subida fue muy dolorosa. Había rocas bastante filosas y, también, senderos en vertical donde no les quedaba de otra más que trepar por las piedras. Aún así, consiguieron encontrar las primeras cuevas casi a la mitad del cerro.
Anahí comenzó a rezar para que los espíritus le señalaran dónde se encontraba el templo del perro-lagarto. Luego, cerró los ojos y señaló la entrada más grande que había en la hilera de cuevas.
- Los espíritus me advirtieron que tenga cuidado – dijo Anahí – Así es que entremos con las antorchas encendidas ahora mismo.
- Esos espíritus son muy convenientes – comentó Yerutí – Ojalá pudiera interpretarlas y manejarlas a mi antojo para facilitar mis cacerías.
- De hecho, puedo hacer que los espíritus te obedezcan – dijo Anahí – así se potenciaría tu fuerza natural y podrías enfrentarte a cualquier criatura poderosa. Pero, por ahora, confiemos en que podamos derribar a este guardián sin recurrir a ese método porque, en serio, agota todas las energías.
Ambas tomaron una antorcha de fuego y entraron a la cueva.
A medida que avanzaban, la gruta se volvía más y más oscura. Anahí comenzó a temblar. Yerutí se colocó delante de ella, activando todos sus sentidos por si le tocaba enfrentarse al guardián en un entorno lejos de la luz.
Y ya cuando estuvieron en lo más profundo de la cueva, escucharon una voz de ultratumba que parecía provenir de la mismísima oscuridad.
- ¿Quiénes son los que osan corromper la sagrada morada del templo del perro-lagarto?
- ¿Guardián de la oscuridad? ¿Eres tú? – preguntó Yerutí, moviendo su antorcha de izquierda a derecha.
Al no obtener respuesta, continuó:
- Solo venimos para pedirte la llave que custodias en este templo. Si nos las entregas, te dejaremos en paz.
Un viento fuerte venido del interior de la gruta provocó que las antorchas se apagaran. Ambas se abrazaron, sintiéndose desprotegida. La voz le respondió a Yerutí con un tono más grueso y hostil:
- ¿Cómo se atreven a tal osadía? ¡No puedo brindarles la llave porque reside en mi corazón! ¡Y si no fuese así, no daría a tales criaturas que no respetan los aposentos sagrados de los guardianes!
Anahí dio un grito al sentir que alguien la golpeaba por la espalda. Yerutí le pidió que prendiera otra vez la antorcha, pero fue inútil. El viento se volvió cada vez más fuerte.
- ¡Cobarde! – gritó Yerutí - ¡Muéstrate y pelea conmigo!
- No – fue lo único que respondió el guardián de la oscuridad antes de dirigir su golpe hacia el estómago de la joven daimon.
- Mmmh… mi padre nunca me habló de esto – dijo Anahí, intentando controlar a los espíritus del viento para retornar la batalla a su favor, en vano – Creí que los guardianes solo guardaban las llaves del cielo, no que sus corazones fuesen las llaves. Esto quiere decir que… ¡Oh, no! ¡Es un gran problema!
- ¡No lo entiendo! ¿Qué hay de malo? – preguntó Yerutí, mientras movía sus brazos por todas las direcciones, en un vano intento de golpear a un ente invisible que se negaba a manifestarse - ¡Solo debemos arrancarle el corazón y ya! ¡No es tan complicado!
- ¡No! ¡No lo entiendes! – insistió Anahí – Si lo hacemos… ¡Las llaves perderían su efecto divino!
- ¿Y cómo sabes eso?
- Es pura intuición
- ¡Eso no es seguro!
- La humana tiene razón – interrumpió el guardián, sin dejar de lanzar sus golpes en plena oscuridad – me gusta su deducción. Veo que los humanos con la habilidad todavía conservan parte de los conocimientos transmitidos por los guardianes hace eras… aunque algo distorsionado.
- Cada vez entiendo menos lo que pasa – murmuró una ansiosa Yerutí - ¡Ya me estoy hartando!