El sueño del daimon

Capítulo 8. El joven guerrero

Yerutí forcejeaba en vano mientras que Anahí, a quien se le había resbalado su antorcha por culpa de los golpes, comenzó a tentar por el suelo para buscarlo. Aunque, sin luz, no podía ver nada.

  • ¡Resiste, Yerutí! – Le pidió Anahí – Ya encontraré la solución.
  • ¡Pues date prisa que me arranca el brazo! – se quejó Yerutí por el dolor.
  • ¡Qué patéticas! – dijo el guardián, sin contemplaciones - ¡Fueron unas estúpidas al entrar aquí sin escoltas! Ahora nadie las va a salvar.

Y fue ahí cuando Anahí, a lo lejos, vislumbró una pequeña flama que se acercaba cada vez más y más. Sin dudarlo, rezó al espíritu del fuego para que la llama de aquel desconocido intrépido que ingresó a la cueva sin miedo, aumentara de tamaño. Y para potenciar aún más el rezo, tomó un cuchillo que guardaba en su bolso y se cortó su larga trenza. Así, usaría sus propios cabellos como combustible para crear una fogata.

  • ¡No! – gritó el guardián, soltando repentinamente a Yerutí e intentando retroceder.

La joven daimon, al verse libre y siendo capaz de ver a su contrincante, fue directo hacia él para propinarle una fuerte patada en la espalda. De inmediato, el guardián se desplomó por el suelo y perdió el conocimiento.

Anahí extrajo de su bolso una soga de color negro, se acercó al guardián de la oscuridad y se lo colocó alrededor del cuello, mientras explicaba a Yerutí:

  • Con esto podré sellar sus poderes. Tengo varias cuerdas “bendecidas” por mi padre para tal propósito. Ahora, Yerutí, ayúdame a amarrarlo.

La joven daimon obedeció y ató las manos del guardián.

  • ¡Oye! ¿Qué está pasando aquí? – dijo el extraño dueño de la flama salvadora que revertió el resultado del combate.

Ambas giraron la cabeza hacia él. Anahí abrió los ojos de la sorpresa y solo atinó a decir:

  • Tú…

El extraño también parecía sorprendido por verla.

  • ¿A… Anahí? ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?

La hija del chamán se levantó, corrió directo hacia él y lo recibió con un gran abrazo. El joven guerrero soltó su antorcha de la sorpresa, ya que no esperaba ese recibimiento por parte de ella. Tras unos breves segundos, la joven se separó y le dijo:

  • Pensé que nunca más te vería, Lambaré. ¿Pero qué haces aquí? ¿Por qué estás lejos de la tribu? ¡Si eres el hijo del cacique!
  • ¡Yo estoy más confundido que tú – le dijo Lambaré. Luego, pasó sus manos por los cabellos recién cortados de Anahí y exclamó – Esto habrá sido duro para ti, lamento no haberte encontrado antes. Pero ahora que estoy aquí, te llevaré de inmediato con nuestra gente.
  • Lo siento, Lambaré – dijo Anahí, girando levemente la cabeza y mostrando una expresión de tristeza – no puedo abandonar a mi padre. Además, estoy en una misión.
  • Lo entiendo. Entonces déjame acompañarte en lo que sea que estás haciendo. No hace falta que me expliques nada. Solo no quiero perderte… otra vez.

Anahí volvió a mirarlo, esta vez, a los ojos. Al final, solo mostró una pequeña sonrisa y respondió:

  • No me dejarás tan fácilmente, ¿No? Siempre has sido terco cuando se trata de mi seguridad.
  • Sabes que sería capaz de ir al fin del mundo para encontrarte.
  • Suenas a un hombre enamorado.
  • ¡E… eso no es cierto!

Y mientras conversaban, fueron interrumpidos por una impaciente Yerutí que intentaba cargar el pesado cuerpo del guardián de la oscuridad.

  • ¡Oigan! ¿Pueden dejar su romance a un lado y ayudarme con esto? ¡Es más pesado de lo que creía!

Los tres arrastraron al guardián hasta la entrada de la cueva, corroborando así lo pesado que era. Cuando al fin fueron cubiertos por la luz del sol, pudieron apreciar el aspecto de su contrincante recién derrotado: era un hombre con la piel cubierta de escamas, a excepción de su cabeza, manos y pies que tenían un aspecto humano. Sin embargo, en lugar de orejas humanas lucía un par de orejas de perro que sobresalía de entre sus cabellos negros.

  • Esto no se parece nada a un daimon – señaló Yerutí.
  • Ni a un humano – continuó Anahí – pero creo entender el porqué estaba escondido en esta cueva: algunos reptiles prefieren estar en ambientes húmedos y detestan el fuego. Pero no parece que le afecte el sol, quizás tenga razón con eso de que nuestros conocimientos se transmitieron de forma errónea.
  • También tiene las cualidades de un perro – observó Yerutí – quizás por eso pudo detectarnos sin problemas en la oscuridad, gracias a su olfato.
  • En serio no entiendo lo que está pasando – dijo Lambaré - ¿En verdad es un guardián “de esos” que nos contaban de niños? ¡Pero si esos son puras leyendas!
  • Pues por lo visto no lo son – dijo Anahí – solo obsérvalo.

Lambaré abrió y cerró los ojos varias veces hasta corroborad que no fuera un simple daimon. Esa criatura humanoide se veía bastante aterradora, hasta el punto de que temía que unas simples cuerdas poseídas por espíritus pudiesen detenerlo. Así es que presionó fuertemente su lanza por si le tocaba defender a su vieja amiga de esa bestia.

El guardián comenzó a despertarse. Los tres se fijaron en él para atender a sus reacciones. Al verse rodeado, con sus poderes sellados y maniatado, solo atinó a relajarse y decir:

  • Está bien, ustedes ganan. Ahora veo que ya estoy viejo para seguir peleando. Mis poderes se han debilitado por la inactividad y ni siquiera puedo deshacerme de estas cuerdas. Fracasé como guardián.
  • ¿Entonces cooperarás con nosotros? ¿Así sin más? – preguntó una incrédula Yerutí.
  • La verdad es que estoy curioso por saber qué planean – respondió el guardián – Además, este día ha sido muy extraño para mí: ver a un daimon y a un humano trabajando en conjunto… como iguales… En verdad sí que el mundo ha cambiado. ¡Los dioses quedarán sorprendidos por tal hazaña!
  • Bien. Entonces te mantendré vigilado, guardián de la oscuridad – dijo Yerutí.
  • Llámame por mi nombre: Chapai.
  • Está bien. Chapai. Yo soy Yerutí y, desde ahora, tu destino está en mis manos.




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