El sueño del daimon

Capítulo 11. El guardián del agua

El camino hacia el templo del loro sin extremidades fue bastante caótico. Al llevar a un rehén, debían avanzar a pasos lentos para asegurarse de que no escapase ni intentase atacarlos. Y, también, los senderos de suelo firme se fueron embarrando a medida que se acercaban más hacia la unión de los dos grandes ríos de la Selva Guaraní.

Y no solo eso sino que, además, su travesía coincidía justo en pleno verano por lo que, con los charcos de barro que aparecían por el camino, sentían cómo el agua se evaporaba hasta generar un calor húmedo difícil de aguantar. En ocasiones, intentaban darse un chapuzón para refrescarse, pero el agua era tan caliente que los hacía transpirar aún más y siempre terminaban acalorándose.

  • ¿Cuándo llegaremos? – preguntó una hartada Yerutí, cuatro días después de salir del templo del perro-lagarto.
  • Ya estamos cerca… creo- respondió Anahí, también mostrando una expresión de fastidio.
  • ¡Como lo suponía! Jaimei está de malas hoy – murmuró Chapai – Quizás ya sabe que me han atrapado o siente la presencia de extraños. No lo alteren porque puede ser algo… temperamental.
  • ¿Nos dirás cómo vencerlo? – le preguntó Lambaré, alzando una ceja.
  • No. Pero si me dejan libre, puede que considere el apoyarlos en su pelea – respondió el guardián de la oscuridad, mientras movía sus muñecas aprisionadas a las cuerdas preparadas por Anahí.
  • ¡Buen intento, perro! – bramó Lambaré, fulminándolo con la mirada - ¿Acaso estás subestimándome? ¡No caeré en tu trampa!
  • Lástima que mis secuestradores no sean unos ingenuos.

Al día siguiente, llegaron a una zona cubierta por charcos. La humedad era cada vez más alta y, aunque unas nubes cubrían el cielo, el calor húmedo no se amortiguaba.

Anahí se adelantó unos pasos, cerró los ojos y comenzó a rezar. Luego, se mantuvo en silencio por un minuto para dar este anuncio:

  • Estamos a pocos kilómetros de la unión de los dos grandes ríos. En la punta nos espera el guardián… ¡Sabe que estamos aquí!

Lambaré enfundó su lanza. Angapovó y Yerutí hicieron sonar sus nudillos. Anahí recolectó sus herramientas cedidas por su padre y siguió caminando, seguida por el grupo. Chapai solo los observó, en silencio.

Unos cúmulos de tierra seca se levantaron delante de la hija del chamán, aunque no duraron mucho tiempo. Así es que comenzaron a caminar lo más rápido posible, sorteando el suelo movedizo, los charcos y los senderos de lodo que se hacían cada vez más grandes.

Llegó un momento en que los árboles se volvieron más escasos, siendo posible ver el cielo cubierto de nubes y sentir aún más la intensidad del calor húmedo.

Al final, pudieron percibir a lo lejos la espectacular unión de los dos grandes ríos que bordeaban la selva Guaraní. La corriente era fuerte e intensa. Los ríos eran tan anchos que apenas se podía percibir la otra orilla. Sin embargo, pudieron apreciar que los colores del agua de cada río eran completamente diferentes. Mientras que el río naciente del norte presentaba un azul intenso, el río naciente del este era un tono grisáceo. Y la parte donde las aguas se unían, formaban una línea divisoria muy llamativa, tanto que no pudieron evitar lanzar un grito de sorpresa.

  • La Naturaleza no deja de sorprendernos – dijo Anahí – Nadie se habrá imaginado que los ríos pueden ser de diferentes colores.
  • ¿Dónde será que llevará la corriente? – preguntó Lambaré, al ver que la unión de los dos grandes ríos se unía en un único y ancho río que seguía hacia el sur.
  • Escuché que va a las inhóspitas montañas áridas de hielo – respondió Angapovó – son lugares duros, difíciles incluso para los daimones salvajes, terrenos inexplorados por los humanos… aún.
  • ¡Bien! Lo que haya ahí no nos compete – dijo Yerutí – solo importa encontrarnos con el guardián. ¿Dónde estará escondido?
  • ¡Guau! ¡Directo al grano! ¡Me gusta! – comentó Chapai.
  • No me atraen los chicos – respondió Yerutí, retrocediendo unos pasos
  • ¿Entonces… las chicas?

Esta vez fue Anahí quien retrocedió unos pasos.

  • No me atrae nadie. ¿Está bien? – dijo Yerutí, llevándose una mano en la frente.
  • No dirás eso cuando conozcas a Kunumi.
  • ¿Quién es…?

La conversación fue interrumpida cuando vieron que, de entre esa línea divisoria de las aguas, se manifestó una figura humanoide muy llamativa. Su piel era de un tono rosáceo y su cabeza poseía una especie de casco hecho con plumas verdes de loro. Parte de sus manos, genitales y pies también estaba cubierta de plumas. Y sus ojos eran de un rojo intenso, con un iris negro bastante amplio que acentuaba aún más el rojo de las córneas.

  • Ese es Jaimei – susurró Chapai – Y parece estar de mal humor… debemos tener cuidado y… ¡Oye! ¿Qué haces?

Yerutí fue directo hacia el guardián del agua sin darle tiempo a Chapai de seguir con su explicación. Tras ella fue Angapovó para apoyarla en su pelea. Anahí y Lambaré permanecieron cerca de su rehén, pero se mantuvieron alertas con sus respectivas armas.

El guardián, al ver que los dos daimones iban directo hacia él, levantó sus brazos e hizo que dos remolinos de agua se levantaran alrededor de ellos, rodeándolos. Anahí, al ver esto, se acercó rápidamente y rogó a los espíritus del agua y la brisa para que los liberaran.

  • ¡Jah! ¡Humana insolente! – dijo Jaimei al ver lo que intentaba hacer la hija del chamán - ¿Cómo osas desafiarme? ¡Te mandaré junto a tus sirvientes daimones al infierno!
  • ¡Pues cómete ésta, pajarraco! – bramó Yerutí, quien logró liberarse gracias a las habilidades de Anahí y le dio un fuerte puñetazo en la boca del guardián.

Tras el impacto, Angapovó también logró liberarse, pero quedó al margen de la pelea por haberse tragado demasiada agua mezclada con fragmentos de barro. Anahí se acercó al daimon para ayudarlo a recuperarse, pero, de pronto, el suelo bajo sus pies se transformó en arena movediza y comenzó a hundirlos lentamente.




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