El sueño del daimon

Capítulo 13. El retorno del enemigo

Cuando se recuperó del golpe, Pombero comenzó a rastrear los pasos de Yerutí y Anahí. Y es que este daimon, además de tener un buen oído, también tenía un buen olfato. Así es que se guio por sus sentidos para intentar alcanzarles el paso.

Todavía no podía creer que un humano y un daimon pudiesen convivir en armonía. Supuso que las dichosas “llaves” tenían algo que ver con esa extraña alianza, así es que se juró a sí mismo capturar a la humana chamán para recolectarlas y hacer realidad su deseo.

  • Juro que me las pagarán por esa paliza – dijo Pombero, con rabia – y cuando recupere mis alas y cuernos, masacraré a la tribu que me esclavizó por años.

Alzó su puño al cielo como dando ese juramento a los dioses y prosiguió su camino.

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Chapai y Jaimei se mantenían con las manos y pies atados durante las noches. En el día, liberaban sus tobillos para que pudiesen caminar con el resto. Y constantemente eran vigilados por cada integrante del grupo en turnos, aunque durante el trayecto decidieron repartirse las tareas según sus habilidades.

Es así como Angapovó se encargó de la caza, ya que era un daimon salvaje y sabía exactamente qué bestia era idónea tanto para estómagos humanos como para daimones. Yerutí lo acompañaba, ya que así podía aprender más sobre su especie. Durante los descansos, Angapovó le enseñaba a usar su olfato para detectar peligros y posibles amenazas humanas. Cuando Yerutí le preguntó cómo es que, aún así, cayó en una trampa humana, su maestro le respondió:

  • Los humanos son cada día más listos. Parece que nada ni nadie puede detenerlos.
  • ¿Y crees que si formamos una tribu podremos defendernos de ellos a futuro?
  • ¡Pues claro! Los humanos son seres frágiles, pero aún así lograron dominar el mundo gracias a que se unieron en grupos. Con el tiempo, formaron tribus para incrementar su poder. Nos están ganando el paso, Yerutí. Y es hora de igualarnos a ellos.

Anahí solía entrar en trance para comunicarse con los espíritus de la naturaleza. Así sabría orientarse mejor para ir al templo más cercano según su localización y evitar vagar por años en las profundidades de la inmensa Selva Guaraní. Lambaré, mientras, se encargaba de la vigilancia en general.

Una noche, Anahí despertó de su trance y anunció al grupo:

  • El próximo templo será el templo del hijo de la Luna, donde reside el guardián de la música.
  • Genial. Ahora veremos al tonto de Eireka – comentó Jaimei con fastidio.
  • No seas malo con nuestro hermanito – le pidió Chapai – además, es el único que me respeta.

Yerutí y Angapovó, quienes acababan de regresar de un reciente entrenamiento, escucharon la charla y decidieron unírseles.

  • ¿Dónde queda ese templo? – preguntó la joven daimon.
  • Debemos ir en dirección a contra corriente del gran río naciente del este – explicó Anahí – en tres días llegaremos, si es que los espíritus del clima y las nubes nos brindan un entorno favorecedor.
  • ¿Será que Eireka será más cooperativo al ver a sus hermanos reducidos? – se preguntó Lambaré, en voz alta.
  • No lo creo – respondió Jaimei – Eireka odia pelear, pero puede ser alguien… un poco travieso.
  • ¿A qué te refieres? – le preguntó Angapovó.
  • Bueno… - Jaimei hizo una breve pausa, mientras miraba de reojo a Chapai para asegurarse de que podía continuar con su explicación. Al ver que éste agitó la cabeza en señal de afirmación, siguió hablando – Los siete guardianes fuimos los primeros descendientes de la unión de dioses con humanos. Nuestro padre es Ñaña, quien se enamoró de una hechicera humana y nos bendijo con distintas cualidades. Pero, también, con distintas personalidades. A Eireka le otorgaron el don de controlar la mente de los seres vivos con la música. Es el más malcriado de los hermanos, tal es así que nuestra madre le regaló un bastón de oro con el que puede modificar su entorno “como un chamán”. Así es que tengan cuidado, sus travesuras pueden llegar incluso a matar.
  • ¡No seas exagerado! – le reprochó Chapai – solo le gustaba gastarles bromas a los niños humanos. En el fondo, Eireka quería jugar y tener amigos.
  • ¿Acaso a un amigo se le deja colgado en las lianas del bosque a merced de las bestias? – le cuestionó el guardián del agua, poniendo los ojos en blanco - ¡Nunca entenderé el porqué lo defiendes tanto!
  • En verdad que son hermanos – comentó Anahí – ya están con sus anécdotas familiares.
  • Entonces podemos hacer que Eireka se nos una si Chapai habla con él… ¡Y sin necesidad de pelear! – dijo Yerutí, esperanzada. Aún recordaba la dura pelea que tuvo días antes contra Jaimei, donde casi había perdido la vida.

Chapai guardó silencio repentinamente. Incluso Jaimei quedó expectante por su respuesta. Pero como no dijo nada, decidió continuar con su explicación.

  • Hace mucho que no nos vemos. Nos hemos distanciado tanto que hemos perdido el contacto. Es dura la misión que nos encomendaron los dioses, pero no nos queda de otra porque si no, vamos a…
  • ¡Basta! – lo interrumpió Chapai, mostrando una expresión fría - ¡No necesitan saber todo eso!

Jaimei cerró su boca y no se atrevió a cuestionarlo, como solía hacerlo de costumbre. Así vieron que, cuando Chapai se mostraba serio, lograba que los demás hermanos lo obedecieran. Y como ya ninguno tuvo deseos de continuar con la charla, decidieron prepararse para dormir. Esta vez, Anahí se ofreció para montar guardia con Lambaré, argumentando que los daimones debían descansar por haber estado entrenando tan duro, además de encargarse de la caza. Yerutí y Angapovó se acostaron de inmediato. Los guardianes cerraron los ojos y enseguida escucharon sus ronquidos.

Ambos humanos se alejaron unos metros para cerciorarse de que no hubiese bestias nocturnas por los alrededores. Al final, contemplaron la luna llena que se levantaba por los cielos e iluminaba la oscuridad como una perla de brillo propio situada en las copas de los árboles más altos de la selva.




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