Unos cuantos días después del ataque de Pombero, llegaron a un bosque cuyos árboles estaban repletos de lianas. Lambaré, quien se había armado una nueva lanza con palos y piedras filosas, intentó cortarlas para facilitar el paso. Tanto Yerutí como Angapovó no paraban de mirar a los alrededores con suspicacia, como si estuviesen atentos ante cualquier ataque imprevisto.
Un par de silbidos sobresaltó a ambos daimones, quienes giraron la cabeza hacia arriba y, por encima de una gran rama, vieron a unos pájaros chochis que no paraban de silbar una extraña melodía.
Los chochis todavía siguieron cantando y, a medida que el grupo avanzaba en la profundidad del bosque de las lianas, sus silbidos se intensificaban cada vez más.
Tras varios minutos merodeando, detectaron un sonido diferente al de esas aves. Ésta sonaba más potente y armoniosa, casi similar al de un pájaro, pero completamente diferente a los sonidos estridentes de Jaimei.
Todos empujaron al guardián de la oscuridad hacia el frente. Éste solo se quedó quieto, sin mostrar ninguna reacción. Tan solo respiró hondo y procedió a imitar el silbido. Pero en vez de sonar como un ave cantarina, su sonido era más parecido al aullido de un perro malherido.
Esto ocasionó que el silbido del guardián de la música se detuviera por unos segundos. Luego, continuó como si estuviese respondiendo al sonido. Chapai continuó con breves pausas y, así, ambos guardianes comenzaron a comunicarse desde la distancia.
Luego, el bosque entero calló y, delante de Chapai, apareció Eireka. Su aspecto era la de un muchacho de piel blanca como la leche y los cabellos brillantes y blanquecinos como la luz de la luna. Sus ojos eran de color azul intenso y, en sus manos, llevaba un bastón, asemejándose así a un chamán albino.
Eireka se quedó quieto, mirando fijamente a Chapai como si lo estuviese inspeccionando. Luego, corrió directo hacia él y lo rodeó con un cálido abrazo, diciendo:
La tensión del ambiente se disipó por completo. En verdad todos creyeron que el guardián de la oscuridad sería rechazado por su hermano preferido, pero, al final, parecía que aún conservaban ese cariño de antaño.
Chapai comenzó a reír. Luego, continuó:
Eireka lo miró, le mostró una sonrisa pícara y le respondió:
Por algún motivo, a Yerutí se le hizo tierna esa escena. Recordó a Arandú, a sus padres y a los hermosos momentos que pasaron juntos en la Selva Guaraní, como daimones libres. En el fondo, sintió que los guardianes no eran tan diferentes y que, por un motivo todavía desconocido, se vieron forzados a vivir por separado en los distintos templos esparcidos por toda la región.
Es por eso que pensó en que, a lo mejor, sería recomendable negociar con ellos para que la ayudasen en su misión. Y cuando estuvo a punto de acercarse a los guardianes, sintió que su cuerpo se movía solo, como si repentinamente fuese poseída por un espíritu travieso que quería hacerle pasar un mal rato.
Para su sorpresa, éstos también comenzaron a moverse de manera extraña, sin poder controlar sus movimientos y realizando una extraña danza que iba acompañada por el retorno de los silbidos de los chochis.
Jaimei, al ver el extraño comportamiento de sus capturadores, miró fijamente a Eireka y le dijo: