El sueño del daimon

Capítulo 15. El guardián de la música

Unos cuantos días después del ataque de Pombero, llegaron a un bosque cuyos árboles estaban repletos de lianas. Lambaré, quien se había armado una nueva lanza con palos y piedras filosas, intentó cortarlas para facilitar el paso. Tanto Yerutí como Angapovó no paraban de mirar a los alrededores con suspicacia, como si estuviesen atentos ante cualquier ataque imprevisto.

Un par de silbidos sobresaltó a ambos daimones, quienes giraron la cabeza hacia arriba y, por encima de una gran rama, vieron a unos pájaros chochis que no paraban de silbar una extraña melodía.

  • Son los amigos de Eireka – explicó Chapai – están avisándole que tiene visitas. La verdad es que Eireka siempre sintió fascinación por esas aves.
  • No es de extrañar, siendo el guardián de la música – dijo Anahí – los espíritus me han advertido de que el espíritu de tu hermano es muy distinto… pero imperceptible para los humanos.
  • Lo que me pregunto es el porqué este lugar es conocido como el templo del hijo de la luna – dijo Yerutí, mientras miraba a los dos guardianes capturados – de ellos dos entiendo que hagan alusión a sus… aspectos. Pero… ¿Eireka el “hijo de la luna”? ¿Acaso su apariencia es la de la luna del cielo nocturno?
  • Cuando aparezca, lo entenderás – respondió Chapai – de los siete guardianes, es el que más destaca por su aspecto similar al de un humano.

Los chochis todavía siguieron cantando y, a medida que el grupo avanzaba en la profundidad del bosque de las lianas, sus silbidos se intensificaban cada vez más.

Tras varios minutos merodeando, detectaron un sonido diferente al de esas aves. Ésta sonaba más potente y armoniosa, casi similar al de un pájaro, pero completamente diferente a los sonidos estridentes de Jaimei.

  • Nuestro hermanito ya está cerca – dijo el guardián del agua – te lo dejo a cargo, Chapai.

Todos empujaron al guardián de la oscuridad hacia el frente. Éste solo se quedó quieto, sin mostrar ninguna reacción. Tan solo respiró hondo y procedió a imitar el silbido. Pero en vez de sonar como un ave cantarina, su sonido era más parecido al aullido de un perro malherido.

Esto ocasionó que el silbido del guardián de la música se detuviera por unos segundos. Luego, continuó como si estuviese respondiendo al sonido. Chapai continuó con breves pausas y, así, ambos guardianes comenzaron a comunicarse desde la distancia.

Luego, el bosque entero calló y, delante de Chapai, apareció Eireka. Su aspecto era la de un muchacho de piel blanca como la leche y los cabellos brillantes y blanquecinos como la luz de la luna. Sus ojos eran de color azul intenso y, en sus manos, llevaba un bastón, asemejándose así a un chamán albino.

Eireka se quedó quieto, mirando fijamente a Chapai como si lo estuviese inspeccionando. Luego, corrió directo hacia él y lo rodeó con un cálido abrazo, diciendo:

  • ¡Hermano! ¡Qué alegría verte de vuelta!

La tensión del ambiente se disipó por completo. En verdad todos creyeron que el guardián de la oscuridad sería rechazado por su hermano preferido, pero, al final, parecía que aún conservaban ese cariño de antaño.

  • Has crecido, Eireka – le dijo Chapai, sin evitar mostrar una sonrisa cálida – la última vez eras tan solo un niño travieso.
  • Y tú… ¡Has adelgazado! – le señaló Eireka, separándose de él y mirándolo fijamente - ¿Es que no comiste nada? ¿Aún se te dificulta trepar a los árboles? ¡De veras siento tanto no ir a visitarte para darte miel y frutas de árboles altos!

Chapai comenzó a reír. Luego, continuó:

  • Bueno, ya sabes el porqué nos separamos. Pero las cosas han cambiado y… bueno… me gustaría poder abrazarte…
  • Lo sé – esta vez, el guardián de la música miró las manos atadas de su hermano mayor y mostró una expresión seria – Fuiste descuidado, como siempre. Pero no importa. Al menos estamos juntos de nuevo.
  • ¡Oye! ¿Qué hay de mí? – intervino Jaimei, acercándose a sus hermanos y haciendo pucheros por ser ignorado.

Eireka lo miró, le mostró una sonrisa pícara y le respondió:

  • Sí, también me alegro de verte, loro desplumado. Seguro que de vuelta te dejaste engañar, ¿no? ¡Es que nunca aprendes la lección!
  • ¡Oye! ¡Para que sepas que tu querido Chapai fue quien ocasionó mi derrota! – reclamó Jaimei, poniéndose completamente colorado.

Por algún motivo, a Yerutí se le hizo tierna esa escena. Recordó a Arandú, a sus padres y a los hermosos momentos que pasaron juntos en la Selva Guaraní, como daimones libres. En el fondo, sintió que los guardianes no eran tan diferentes y que, por un motivo todavía desconocido, se vieron forzados a vivir por separado en los distintos templos esparcidos por toda la región.

Es por eso que pensó en que, a lo mejor, sería recomendable negociar con ellos para que la ayudasen en su misión. Y cuando estuvo a punto de acercarse a los guardianes, sintió que su cuerpo se movía solo, como si repentinamente fuese poseída por un espíritu travieso que quería hacerle pasar un mal rato.

  • ¿Pero qué…? – preguntó Yerutí, dirigiendo una mirada de susto al resto del grupo.

Para su sorpresa, éstos también comenzaron a moverse de manera extraña, sin poder controlar sus movimientos y realizando una extraña danza que iba acompañada por el retorno de los silbidos de los chochis.

Jaimei, al ver el extraño comportamiento de sus capturadores, miró fijamente a Eireka y le dijo:

  • Normalmente suelo cuestionar tus métodos poco éticos, pero esta vez admito que te luciste, hermanito.
  • Deja los halagos a un lado. ¿Quieres? – dijo Eireka, mientras procedía a meterse un dedo en la nariz para sacarse un moco – hace tiempo que no recibía visitas y ya me estaba aburriendo. ¡Han caído como un hermoso regalo del cielo!
  • ¿Y qué planeas hacer con ellos, Eireka? – le preguntó Chapai
  • Bueno, lo de siempre – le respondió el guardián de la música, encogiéndose de hombros – hacer que bailen hasta que se les rompan los huesos, colgarlos en las lianas y dejarlos a su suerte. Aunque les estoy agradecido por haberlos traído hasta aquí tras varias eras de distanciamiento, no puedo perdonarlos el que los hayan humillado de esta forma.




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