Capítulo 17. El guardián del sexo
Luego de salir del Templo del hijo de la luna, Yerutí volvió a tener aquel extraño sueño del árbol y la cabeza de sus seres queridos colgadas en sus ramas. Pero, esta vez, observó que Marangatú estaba en frente y, sobre él, flotaban siete corazones que emitían un brillo dorado. Al despertar, pegó un grito tan alto que despertó al resto del grupo.
- ¡Yerutí! ¿Qué pasó? – dijo una alterada Anahí.
- N… no es nada… solo una pesadilla – respondió Yerutí, mientras se tocaba la frente con una mano.
- ¿A poco los daimones sueñan? – preguntó Lambaré, mientras daba un bostezo.
- Sí. Soñamos. Como cualquier ser vivo. ¡No somos irracionales! – le reclamó Yerutí.
Anahí le dirigió una mirada de desaprobación a Lambaré y éste agachó la cabeza, apenado.
Durante la mañana, decidieron levantar campamento de inmediato para seguir con el viaje. El problema era que Eireka todavía seguía durmiendo, por lo que Chapai tuvo que cargarlo en sus brazos durante gran parte del trayecto.
- Aun no entiendo cómo nuestro hermanito puede dormir tanto – dijo Jaimei, rascándose la cabeza.
- Bueno, ayer gastó muchas energías y, ya sabes, él prefiere despertarse al mediodía – respondió Chapai – Aunque creció bastante desde la última vez que nos vimos, todavía sigue siendo tan ligero como una pluma.
- Al menos él si tiene suerte. ¡No tuvo que dormir ni viajar amarrado como a nosotros dos! – se quejó Jaimei, inflando las mejillas - ¡Esos fueron días tan incómodos que no soportaba los calambres!
Anahí se detuvo por unos instantes y cerró los ojos. Todos la miraron fijamente, ya que sabían que solía hacer eso cuando necesitaba comunicarse con los espíritus. Instantes después, los abrió y dijo:
- Debemos dirigirnos hacia el norte, en el lago Ypoa. Ahí se encuentra el Templo del lascivo donde vive el guardián del sexo.
Lambaré puso una expresión extraña y, mirando fijamente a Anahí, le dijo:
- ¡Ni hace falta que me expliquen a qué se dedica, sé bien que no puedes ir ahí! ¡Sobre mi cadáver!
- Tranquilo, no dejaré que nadie me seduzca – le dijo Anahí, cruzándose de brazos y sin apartarle la mirada – Estás muy pesado hoy, ¿qué te sucede? ¿No será que…?
- No entiendo nada – dijo Yerutí, inclinando la cabeza a un costado como lo solía hacer cuando pasaba algo inentendible – Es la primera vez que escucho esa palabra… ¿Qué es “lascivo”?
Tanto Anahí como Lambaré y los guardianes desviaron la mirada, sintiéndose repentinamente incómodos por tener que explicarle el significado de la palabra. Angapovó, por otro lado, miró fijamente a la joven daimon y le respondió:
- Es alguien que tiene deseos de mantener relaciones sexuales de forma desenfrenada.
Todos saltaron de la impresión, al ver que no le daba vergüenza decirlo.
En esos momentos, Eireka despertó y le preguntó a Chapai qué sucedía. Éste se lo explicó, a lo que Eireka le dijo:
- Me cae bien Kunumi, pero es muy extraño. ¡Nunca entiendo cómo es que siempre consigue que todos se enamoren de él! Aunque sea menor que yo, está más experimentado en esas cosas.
- En realidad, se debe a su poder. ¿Qué no lo recuerdas? – le reprochó Jaimei - ¿En serio ninguno de los guardianes conoce bien a sus hermanos menores? ¡Aish!
- ¿Kunumi es más joven que Eireka? – preguntó Yerutí.
- Sí – respondió Jaimei – El orden en que nacimos es el siguiente: Chapai es el mayor, yo soy el segundo hijo. Después de mí nació Luriel, seguido de Eireka, Kunumi, Katu y, por último, Juicho.
- Kunumi y Eireka son de los únicos que tienen aspecto más… humanos – explicó Chapai – solo que Eireka adquirió más cualidades de un dios y Kunumi más cualidades de un humano. El resto tiene rasgos de bestias como Jaimei y yo.
- A mí me gusta tu aspecto – le dijo Eireka a su hermano mayor, con una sonrisa.
- ¿Y hay alguna forma de vencer a Kunumi? – le preguntó Lambaré – Digo… para que no intente nada con Anahí…
- Buenooo… - dijo Eireka, colocando una mano en el mentón mientras intentaba recordar – creo que la única forma era taparse la nariz. ¡Sí! ¡Ahora me acuerdo! Su cuerpo desprende un aroma peculiar. ¡No hay hombre ni mujer que se le resista a sus encantos! Y lo peor es que no lo puede controlar.
- ¿Qué? ¿Los hombres también corremos peligro? – preguntó Lambaré, incrédulo.
- Si es así, podemos usar esto – dijo Anahí, mostrando un telar que acababa de confeccionar con los restos de cuerdas que había colocado en los cuellos de los guardianes anteriormente – en mi tribu las mujeres se encargan de confeccionar tejidos y, gracias a eso, puedo hacer esto combinándolo con mis habilidades de chamán. Si accede a acompañarnos, podemos cubrirle su cuerpo e inhibir su poder.
- Me parece bien – dijo Chapai – Nos libraríamos de muchos inconvenientes. Al menos, agradezco que no tengamos que llevarlo atado.
Todos apoyaron la idea de Anahí y fueron directo hacia el lago Ypoa.
Tras varios días de recorrido, lograron llegar al lago Ypoa, el cual era tan grande que casi no conseguían percibir la otra orilla. Algunos árboles parecían salir del agua, señal de que hubo una reciente temporada de lluvia en la región que causó el incremento del lago. Jaimei, al ver el vital líquido, no pudo resistirse y fue directo a darse un chapuzón, seguido por sus hermanos. Yerutí, Anahí, Lambaré y Angapovó quedaron pendientes por el entorno, detectando cualquier señal para poder defenderse del ataque de bestias, Pombero o incluso el guardián. Sin embargo, parecía que Kunumi no estaba presente en el lugar.
Por su parte, los guardianes también notaron esa ausencia de su hermano más joven, por lo que Eireka comentó:
- Es extraño que Kunumi todavía no se haya manifestado. ¿Será que todavía no notó nuestra presencia?
- Seguro que estará en uno de sus recorridos – señaló Chapai – Nunca le gustó estar quieto en ningún sitio.
- Seguro que fue a alguna tribu humana a disfrutar del placer sexual – pensó Jaimei, en voz alta, mientras salía del lago para reunirse con los otros guardianes – aunque, a estas alturas, ya sería demasiado extraño que los humanos se asentaran cerca de un Templo.