El sueño del daimon

Capítulo 19. Las sospechas de los Guardianes

Tras un breve trance, Anahí corroboró que el siguiente templo quedaba tan cerca que solo les llevaría un día llegar hasta ahí. Y antes de decir hacia dónde se dirigirían, Kunumi comentó:

  • ¡Vaya! ¿Así que iremos a ver a nuestro hermanito Luriel?
  • ¿Cómo que “hermanito”? – le preguntó Jaimei, fulminándolo con la mirada - ¡Si es mayor que tu!
  • No entiendo por que te enfadas tanto – murmuró Kunumi, inflando las mejillas – acabo de ser golpeado y forzado a abandonar mi hogar sin explicación. ¡Qué triste esto!
  • Menos mal que el templo de la serpiente con cuernos queda muy cerca – dijo una agotada Anahí, ignorando las quejas del guardián – no entiendo porqué están tan distanciados hasta el punto de tener que recorrer toda la Selva Guaraní. ¡En serio nos llevó veinte días ir desde el templo del perro lagarto hasta aquí!
  • ¿Pero por qué, si el templo del perro lagarto queda muy cerca del templo de la serpiente con cuernos y de mi templo? – preguntó Kunumi – ¡Has dado una gran vuelta, por los dioses!

A Anahí le salieron dos lágrimas en sus ojos y, juntando ambas manos, respondió con pena:

  • ¡No sabía que estaban muy cerca esos templos! Todavía soy novata con esto de ser chamana y los espíritus aprovechan mi ingenuidad para jugarme estas malas pasadas.
  • Bueno, Luriel no confía para nada en los humanos – dijo Chapai – por eso decidió instalar su templo en el cerro Acahay, donde pueda crear un remolino impenetrable para cualquier animal u objeto... salvo el bastón de Eireka. Así es que pienso que las chicas hicieron bien en tomar ese gran desvío.
  • De todas formas, me alegra ver que estamos avanzando rápido – dijo Yerutí - ¿Solo hemos viajado por veinte días? ¡Creí que habían pasado meses! Eso quiere decir que, pronto, podré salvar a mi hermano.
  • Yo que tú no habría hecho trato con ese chamán – dijo Kunumi quien, repentinamente, puso una expresión seria – siento que está tramando algo y estoy seguro que no soy el único guardián que lo presiente. No es normal que humanos y daimones se lleven bien ni mucho menos que hagan tratos. Hay cosas que nunca cambian.
  • Entonces habría que prepararse, ¿no? – intervino Anahí – debemos detener a mi padre a toda costa y no podre hacerlo sin ayuda. Prometo que se los contare todo cuando sea adecuado.

Lambaré solo la miró, ya que él si sabía lo que planeaba Marangatú. En verdad quería ayudar, pero, tras lo sucedido con Kunumi, su amiga dejó de hablarle. Así es que se juro a si mismo que, por lo menos, se guardaría ese secreto.

Cuando llegaron al cerro Acahay, se llevaron la sorpresa de que estaba cubierto por un extraño torbellino, tal como lo explicó Chapai. Anahí intento invocar al espíritu del viento y el aire para detener tremenda tormenta, pero estos la ignoraron. El guardián del aire estaba a otro nivel. Por su parte, Angapovó quiso sobrevolar por las alturas, pero pronto sintió que estaba siendo atraído por el aire y decidió regresar a tierra.

  • Entrar de forma natural seria un suicidio – dijo el daimon salvaje – no tiene ninguna apertura o punto ciego del cual aprovechar.
  • Creo que Luriel presiente a intrusos – dijo Eireka, mostrando una expresión de decepción - ¿en serio no reconoce la presencia de sus propios hermanos? ¡Con razón es el que menos me cae! – y al decir esto, movió su bastón apuntando directo hacia el torbellino.

De inmediato, se creo una apertura libre de viento, donde todo el grupo podría pasar formando una fila. Así es que todos aprovecharon para entrar ahí antes de que Eireka perdiera el control.

El guardián de la música fue el ultimo y, apenas puso un pie en la base del cerro, el torbellino siguió su curso habitual y casi fue succionado por éste si no fuera porque Chapai consiguió agarrarlo de la cintura con fuerza.

  • Gracias, hermano – le dijo Eireka, aferrándose al cuello del guardián de la oscuridad.
  • Creo que al final hicieron bien en no ir a este templo antes – dijo Jaimei – Yerutí y Anahí no habrían tenido ninguna oportunidad sin el bastón dorado.
  • Igual es una lástima que no hayan pasado por mi templo antes – dijo Kunumi, mostrando su coqueta sonrisa – las habría tratado como unas reinas.
  • Guárdate tus halagos para después – dijo Anahí, acercándose repentinamente a Lambaré y rodeando su brazo con una mano – tenemos a un guardián que enfrentar.

La pared de viento huracanado se levantaba potente tras ellos, arrastrando toda clase de escombros que amenazaban con aplastarlos si iban sin cuidado. Pero desde la base hasta la punta del cerro todo seguía normal, con los arboles intactos y las hojas bien quietas, sin ninguna presencia de brisa. Kunumi se acomodó la tela que hizo Anahí para él y murmuró:

  • Siento que Luriel está en la punta del cerro. Su actitud es bastante hostil, tengamos cuidado.
  • Hablaré con él – dijo Chapai – de todas formas, soy responsable de que estemos lejos de nuestros templos.

Todos estuvieron de acuerdo y subieron por el cerro.

El sendero estaba conformado por piedras muy traicioneras, desde las movedizas hasta las filosas. Yerutí llevó a Anahí en su espalda ya que a ella se le complicaba caminar en esas condiciones de camino. Angapovó quiso ayudar a Lambaré, pero éste se negó diciendo que un guerrero debe sortear toda clase de obstáculos. Igualmente, el daimon salvaje permaneció junto a el por si le pasaba algo. Jaimei y Kunumi fueron hacia adelante mientras que Chapai y Eireka cerraron la fila.

Tras una difícil arribada, consiguieron llegar a la punta del cerro. Ahí, la presión era mucho más potente y a todos se les dificultaba respirar. Los humanos lo pasaron completamente mal ya que no estaban acostumbrados a un clima extremo. Los daimones y guardianes mostraron mayor resistencia, pero también se sentían agobiados.

Jaimei alzó su cabeza y lanzó su característico grito de loro. Pero enseguida le faltó el aliento y comenzó a tambalearse. Kunumi se acercó rápidamente a él y lo sostuvo antes de que cayera al suelo.




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