El sueño del daimon

Capítulo 22. El consejo de Angapovó

Yerutí fue a buscar inmediatamente a Kunumi para devolverle su manta. Pero, por el camino, vio una escena muy inusual: Lambaré estaba encima de Kunumi, presionándole las muñecas con sus manos. Pero más que un ataque “a muerte”, parecía ser ese “otro” ataque que los hombres le hacían a las mujeres cuando buscaban aparearse.

La joven daimon lo había visto una vez en la tribu donde la tuvieron en cautiverio por muchos años, pero, en ese entonces, no entendía su propósito.

De inmediato, Yerutí se abalanzó sobre Lambaré y, de un golpe, lo dejó inconsciente. Luego, le envolvió el cuerpo a Kunumi con la manta y, molesta, le dijo:

  • ¡La próxima vez no vuelvas a taparme con esa cosa!
  • No pude evitarlo – dijo Kunumi, mientras se ponía levemente colorado - ¡Temblabas de frío! Solo quise ser amable…
  • Puedes serlo manteniéndote a tres metros de distancia – respondió y se marchó.

Angapovó, al ver lo sucedido, siguió a Yerutí para hablar con ella. De inmediato, la encontró enfrentándose contra un mastodonte que estaba perdido por ahí.

En esos tiempos, era muy extraño encontrar mamíferos gigantes, ya que los humanos acabaron con casi todos ellos a medida que se multiplicaban y distribuían por toda la Selva Guaraní.

Incluso Yerutí se veía sorprendida, ya que era la primera vez que se enfrentaba a un animal tan grande.

El mastodonte, con su larga trompa, la envolvió por la cintura y comenzó a apretarla. Angapovó tomó una roca, voló sobre la cabeza del animal y se la arrojó en la nuca, consiguiendo noquearlo al instante.

Luego, se acercó a Yerutí, la alzó en brazos y fue volando con ella por encima de las copas de los árboles.

La joven daimon se aferró al cuello de su maestro y se maravilló al presenciar aquella vista que creyó que nunca más vería.

  • Sigue siendo hermoso – murmuró Yerutí – tal como lo recuerdo de niña.
  • Me alegro que te guste – le dijo Angapovó, con una sonrisa – por eso me gustaría decirte que, si te sientes mal, puedes pedirme que te lleve a volar.
  • Pero… ¿No te parezco pesada?
  • No lo eres. Además, soy muy fuerte. ¿No has visto cómo derribé a esa bestia?

Yerutí se rió. Luego, dio un suspiro y le dijo:

  • Normalmente soy yo quien salva a otros. Por ejemplo, a mi hermano. Así es que… no estoy acostumbrada a que me salven.
  • Siempre hay una primera vez.

Angapovó comenzó a bajar lentamente al suelo. Por suerte, estaban en una zona completamente alejada de los humanos, por lo que no había peligro alguno de ser capturados.

Yerutí se sentó sobre una roca, dándose un abrazo. Angapovó se colocó detrás de ella, fijándose en las salientes de su espalda. Estiró su mano, pero no se animó a tocarlas.

Yerutí, al percatarse de la cercanía, le preguntó:

  • ¿Sientes lástima por mí?

Angapovó no respondió. Al final, solo bajó la mano y siguió mirándole las salientes. Yerutí siguió hablando:

  • Desde pequeña, siempre fui yo quien cuidaba de Arandú y mis padres decían que, de los dos, era la más fuerte. Eso se perdió cuando fuimos capturados por los humanos. Y aunque Arandú seguía siendo más débil que yo, fue él quien me protegió al huir. Y no pude derrotar por sí sola ni al chamán ni a los guardianes. Y ahora… - recordó el gesto de Kunumi de hace un rato – en serio no entiendo qué le pasa por la cabeza.

Angapovó se sentó a su lado, giró su cabeza para mirarla y le preguntó:

  • ¿Nunca te sentiste atraída por alguien?
  • ¿Qué quieres decir?
  • Si nunca te gustó otro daimon. Es decir, al ver a un daimon macho, ¿no tuviste la idea de aparearte con él para formar una familia?
  • No. Nunca sentí algo así. Siempre me concentré en sobrevivir.
  • Si. Entiendo. Pero aún así, ¿No quisiste a alguien más que no fuese tu hermano? Ese tipo de sentimientos lo suelen tener todos, incluso los criados en cautiverio.

Yerutí se quedó pensando en las palabras de Angapovó. Entonces, recordó que otros daimones capturados tuvieron esa clase de relación. Los veía juntos, abrazándose y haciendo ruidos extraños que no la dejaban dormir. Un día, el cacique los separó y, cuando nacieron los bebés, éstos fueron sacrificados.

De solo recordar esa escena, el trauma le regresó. En ese momento, se había jurado nunca juntarse con un daimon macho ni procrear con él para no tener que sufrir ese tormento.

Pero, en esos momentos, sentía que, en realidad, no podía sentirse atraída por nadie. Vio cómo Lambaré y Anahí congeniaban, pero no se sentía capaz de interactuar con un daimon macho de ese modo.

Al final, miró a Angapovó y le dijo:

  • Puedo sentir algo, pero no de “esa manera”. Es decir, si llega el día en que encuentre a mi compañero, querré compartir el tiempo con él. Pero no seré capaz de aparearme porque esas cosas me incomodan.
  • Entiendo – dijo Angapovó, esta vez, dándole una palmada en el hombro – no es raro, hay criaturas así. Solo quiero que sepas que puedes contar conmigo. Siempre te apoyaré.

Yerutí sonrió y asumió con la cabeza. Luego, se levantó y dijo:

  • ¿Y si cazamos juntos? ¿Ahora mismo? Necesitamos reponer energías para seguir viajando. ¡Anahí nos necesita más fuertes que nunca!
  • Tienes razón – dijo Angapovó, también levantándose – busquemos comida y veamos cómo rescatarla antes de que lleguen hasta el siguiente templo.

Y sin decir nada más, se fueron a cazar.




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