Yerutí fue a buscar inmediatamente a Kunumi para devolverle su manta. Pero, por el camino, vio una escena muy inusual: Lambaré estaba encima de Kunumi, presionándole las muñecas con sus manos. Pero más que un ataque “a muerte”, parecía ser ese “otro” ataque que los hombres le hacían a las mujeres cuando buscaban aparearse.
La joven daimon lo había visto una vez en la tribu donde la tuvieron en cautiverio por muchos años, pero, en ese entonces, no entendía su propósito.
De inmediato, Yerutí se abalanzó sobre Lambaré y, de un golpe, lo dejó inconsciente. Luego, le envolvió el cuerpo a Kunumi con la manta y, molesta, le dijo:
Angapovó, al ver lo sucedido, siguió a Yerutí para hablar con ella. De inmediato, la encontró enfrentándose contra un mastodonte que estaba perdido por ahí.
En esos tiempos, era muy extraño encontrar mamíferos gigantes, ya que los humanos acabaron con casi todos ellos a medida que se multiplicaban y distribuían por toda la Selva Guaraní.
Incluso Yerutí se veía sorprendida, ya que era la primera vez que se enfrentaba a un animal tan grande.
El mastodonte, con su larga trompa, la envolvió por la cintura y comenzó a apretarla. Angapovó tomó una roca, voló sobre la cabeza del animal y se la arrojó en la nuca, consiguiendo noquearlo al instante.
Luego, se acercó a Yerutí, la alzó en brazos y fue volando con ella por encima de las copas de los árboles.
La joven daimon se aferró al cuello de su maestro y se maravilló al presenciar aquella vista que creyó que nunca más vería.
Yerutí se rió. Luego, dio un suspiro y le dijo:
Angapovó comenzó a bajar lentamente al suelo. Por suerte, estaban en una zona completamente alejada de los humanos, por lo que no había peligro alguno de ser capturados.
Yerutí se sentó sobre una roca, dándose un abrazo. Angapovó se colocó detrás de ella, fijándose en las salientes de su espalda. Estiró su mano, pero no se animó a tocarlas.
Yerutí, al percatarse de la cercanía, le preguntó:
Angapovó no respondió. Al final, solo bajó la mano y siguió mirándole las salientes. Yerutí siguió hablando:
Angapovó se sentó a su lado, giró su cabeza para mirarla y le preguntó:
Yerutí se quedó pensando en las palabras de Angapovó. Entonces, recordó que otros daimones capturados tuvieron esa clase de relación. Los veía juntos, abrazándose y haciendo ruidos extraños que no la dejaban dormir. Un día, el cacique los separó y, cuando nacieron los bebés, éstos fueron sacrificados.
De solo recordar esa escena, el trauma le regresó. En ese momento, se había jurado nunca juntarse con un daimon macho ni procrear con él para no tener que sufrir ese tormento.
Pero, en esos momentos, sentía que, en realidad, no podía sentirse atraída por nadie. Vio cómo Lambaré y Anahí congeniaban, pero no se sentía capaz de interactuar con un daimon macho de ese modo.
Al final, miró a Angapovó y le dijo:
Yerutí sonrió y asumió con la cabeza. Luego, se levantó y dijo:
Y sin decir nada más, se fueron a cazar.