Capítulo 23. Aclarando el malentendido
- ¡Vaya, Kunumi! ¡Debes tener más cuidado!
Los guardianes colocaron al desmayado Lambaré sobre un par de mantas, lo envolvieron por completo y lo dejaron tranquilo para que siguiera perdido en el mundo de los sueños.
Por su parte, Kunumi siguió mirándose las muñecas, que todavía poseían las marcas del agarre del joven guerrero. Como éste lo tomó por sorpresa, no le dio tiempo de defenderse y, encima, fue regañado por Yerutí por haberse desprendido de su manta.
- Creo que es la primera vez que alguien te rechaza – le dijo Luriel, acercándose a él y dándole palmadas en la espalda – seguro te sentirás decepcionado.
- Al contrario. ¡Esa daimon me atrae cada día más! – dijo Kunumi – es la primera vez que me rechazan, aún con mis extrañas feromonas. Saben bien que nadie se me resiste, sea humano o daimon. Pero ella… no sé, es diferente.
Los guardianes pensaron que Kunumi se había vuelto loco. Pero entonces, Chapai recordó algo:
- Es cierto. Según nuestra madre, si Kunumi llega a conocer a una persona o daimon que no se sienta atraída por él de forma sexual, inmediatamente se enamorará.
- Desde ya, le doy mis condolencias a nuestro hermano – murmuró Luriel quien, de los siete, fue el que tuvo una mala experiencia en el amor.
- Pero ese es un problema – observó Jaimei - ¿No sufrirá si su amor no es correspondido?
- Bueno, en eso tienes razón – dijo Chapai – además, estamos hablando de Yerutí. Esa daimon no querría estar jamás al lado de alguien como Kunumi.
Mientras hablaban, Lambaré despertó y se deshizo de las mantas. Se tocó la zona golpeada e intentó recordar lo que sucedió instantes antes. Poco a poco, fue consciente de que intentó “atacar” a Kunumi y hacerle todas esas cosas que soñó hacérselas a Anahí en algún momento.
Pensar en eso lo llenó de vergüenza y procedió a repetirse como un mantra:
“Soy un hombre. Anahí es la persona que amo. ¡Por los dioses! ¡Sáquenme de este embrollo!”
Se levantó y se acercó a los guardianes. Éstos, repentinamente, se colocaron delante de Kunumi como para “protegerlo”. Por su parte, el guardián cubrió aún más su cuerpo con la manta.
Lambaré lo miró fijamente y, con una voz firme, le dijo:
- Lamento lo sucedido antes. Pero para tu tranquilidad, yo solo quiero a Anahí. Fue por ella que sigo aquí, en la lucha.
Luego, les dio la espalda, tomó sus herramientas de caza y se fue a buscar comida.
Cuando regresó, trajo un jabalí. Poco después, regresaron Yerutí y Angapovó, quienes trajeron un yaguareté.
- ¡Vaya! ¡Hoy nos daremos un atracón! – dijo un animado Chapai.
Todos procedieron a prender una fogata para cocer la carne y comerla. En eso, Kunumi miró a Yerutí y le dijo:
- Espero que me perdones por lo de hace rato. Y… gracias, por salvarme del humano.
- Bueno, solo quisiste ser amable – le dijo Yerutí – así es que perdóname a mí por la actitud brusca que tuve hace un rato.
- Entonces, ¿quedamos como amigos?
- Está bien. Amigos.
Mientras comían, olvidaron por un instante el altercado y comenzaron a hablar sobre Anahí. Sospechaban que ese tal Pombero podía borrar sus rastros y, así, hacerles más difícil la búsqueda.
- Pombero es más listo de lo que creía – dijo Yerutí – normalmente, un daimon en cautiverio no sobreviviría mucho tiempo en la selva por sí solo.
- Bueno, él pudo seguir nuestro rastro – dijo Angapovó – así es que no tuvo que buscar “a ciegas”, o desde hace rato habría sido presa fácil para depredadores… y humanos.
- Al menos que haya sido entrenado para cazar – dijo Yerutí – a mí, por ejemplo, me usaban para las cacerías y, así, poder ahorrar en recursos de guerreros durante los tiempos de conflicto.
- Además, no olvidemos que los daimones no son cualquier criatura común – dijo Chapai – ustedes son descendientes de dioses y humanos, poseen inteligencia propia, así es que pueden subsistir en cualquier entorno.
- Sea lo que sea, él tiene a Anahí – dijo Lambaré – seguro que, eventualmente, ella accedería a ayudarlo por su propia subsistencia. Por eso, debemos encontrarla lo antes posible. ¡Quién sabe a qué clase de torturas le estará sometiendo esa criatura!
Todos asumieron con la cabeza y apresuraron la comida. Cuando terminaron, procedieron a partir cuanto antes.