Las manos de Anahí estaban fuertemente atadas por encima de su cabeza, entre las ramas de un arbusto espinoso que dañaba su espalda ante cada movimiento. Las manos de Pombero no dejaban de acariciar sus piernas, mientras su áspera lengua le lamía el cuello con descaro. Sus labios comenzaron a subir hasta su oreja, susurrándole al oído:
Al decir esto, mordió su oreja con fuerza hasta hacerla sangrar, haciendo que los gritos de Anahí se expandieran hasta el cielo, espantando a los pájaros que descansaban tranquilo entre las copas de los árboles. Cuando dejó de presionarle esa parte del cuerpo, se separó y relamió sus labios de sangre, mientras que la muchacha lloraba por el dolor.
Pudo haber pasado tan solo unos minutos, pero para la hija del chamán, esa tortura duró varias horas. En verdad perdió la noción del tiempo, pero, cuando Pombero se levantó, detuvo sus gritos y agachó la cabeza, respirando hondo a modo de apaciguar el ardor de sus heridas. El daimon rencoroso comenzó a caminar en círculos alrededor del arbusto e, ignorando los quejidos de su víctima, le platicó su historia:
Al decir esto, liberó las manos de Anahí, pero solo para volver a atarlas por detrás de su espalda. Bruscamente la colocó boca abajo en el suelo, se sentó encima de su cintura y la obligó a tragar tierra.
Mientras la joven escupía, Pombero siguió hablando:
Anahí guardó silencio. Aún si Pombero decidía desmembrarla, se negaba a soltar la lengua. El rencoroso daimon se percató de esto, así es que dijo lo siguiente:
Soltó sus cabellos y la dejó en el suelo. La joven sabía que no tenía opción más que hacer lo que le pidiese Pombero. Al menos, él todavía no sabía que las llaves estaban en el interior de los guardianes, por lo que podía usar eso en ventaja mientras urdía un plan para sacárselo de encima.
Anahí cerró los ojos. A pesar de su situación, no dejaría que su captor la dañara moralmente y más sabiendo que, pronto, todos se encontrarían en el mismo lugar. Tenía fe en que podría al menos retardarlo y sacárselo de encima por su cuenta.
N/A: la cordillera de Amambay se sitúa al noreste del Paraguay y limita con Brasil, más específicamente el Matto Groso do Sul. Amambay significa algo así como “el caldo de una cosa”