El sueño del daimon

Capítulo 24. El daimon rencoroso

Las manos de Anahí estaban fuertemente atadas por encima de su cabeza, entre las ramas de un arbusto espinoso que dañaba su espalda ante cada movimiento. Las manos de Pombero no dejaban de acariciar sus piernas, mientras su áspera lengua le lamía el cuello con descaro. Sus labios comenzaron a subir hasta su oreja, susurrándole al oído:

  • No sabes cómo deseaba someter a un humano a mi voluntad… si te contara lo que me hicieron sufrir… tu tormento no se comparará con lo que he vivido.

Al decir esto, mordió su oreja con fuerza hasta hacerla sangrar, haciendo que los gritos de Anahí se expandieran hasta el cielo, espantando a los pájaros que descansaban tranquilo entre las copas de los árboles. Cuando dejó de presionarle esa parte del cuerpo, se separó y relamió sus labios de sangre, mientras que la muchacha lloraba por el dolor.

Pudo haber pasado tan solo unos minutos, pero para la hija del chamán, esa tortura duró varias horas. En verdad perdió la noción del tiempo, pero, cuando Pombero se levantó, detuvo sus gritos y agachó la cabeza, respirando hondo a modo de apaciguar el ardor de sus heridas. El daimon rencoroso comenzó a caminar en círculos alrededor del arbusto e, ignorando los quejidos de su víctima, le platicó su historia:

  • ¿Sabes? Cuando me capturaron los humanos, fui amarrado boca abajo con cordones de cuero crudo, expuesto al sol por horas. Me estaban cortando las alas y los cuernos con unas cuchillas de piedra tan mal afiladas, que les llevó mucho tiempo desprenderlas de mi cuerpo. Luego, fui arrojado con los demás daimones en cautiverio, todos ellos en igual o peores condiciones que yo. Los vi morir uno a uno y solo yo sobreviví. Hasta que, por un altercado entre la tribu, aproveché la distracción y… ¡Escapé!

Al decir esto, liberó las manos de Anahí, pero solo para volver a atarlas por detrás de su espalda. Bruscamente la colocó boca abajo en el suelo, se sentó encima de su cintura y la obligó a tragar tierra.

Mientras la joven escupía, Pombero siguió hablando:

  • Me tienta someterte a esa misma tortura, pero sé que no soportarás mucho tiempo y te necesito viva. Si eres buena, no te lastimaré más ni te obligaré a comer comida cruda. Así es que… ¿me dirás dónde queda esa maravillosa llave que cumple deseos?

Anahí guardó silencio. Aún si Pombero decidía desmembrarla, se negaba a soltar la lengua. El rencoroso daimon se percató de esto, así es que dijo lo siguiente:

  • Bien, veo que no te importa lo que le suceda a tu querido amiguito de la lanza.
  • Lambaré está a salvo – dijo Anahí, rompiendo su silencio – de nada sirve que lo uses para doblegar mi voluntad.
  • Pero tus amigos son unos descuidados, ¿no? ¿O cómo crees que conseguí capturarte? – al decir esto, le estiró del pelo para levantarle la cabeza y decirle al oído – Y cuando lo atrape, lo colgaré cerca de un panal de avispas para que lo piquen hasta la muerte. ¡Y tú lo verás agonizar lentamente! ¿A qué sí?

Soltó sus cabellos y la dejó en el suelo. La joven sabía que no tenía opción más que hacer lo que le pidiese Pombero. Al menos, él todavía no sabía que las llaves estaban en el interior de los guardianes, por lo que podía usar eso en ventaja mientras urdía un plan para sacárselo de encima.

  • Debemos ir a la cordillera de Amambay – dijo Anahí – está hacia el noroeste, pero si me dejas comunicarme con los espíritus, te guiaré.
  • No tan rápido, jovencita – dijo Pombero, mientras procedía a voltearla para que quedara boca arriba - ¿Cómo sé que no usarás eso para derribarme?
  • Lo habría hecho desde hace rato – dijo Anahí, mostrando una momentánea sonrisa – pero como ves, no soy una guerrera como Lambaré. No sobreviviría sola en la selva por más que sepa controlar a los espíritus de la naturaleza.
  • Ya veo. Entonces ahora dependes por completo de mí. Me alegra que entiendas tus límites, buena chica.

Anahí cerró los ojos. A pesar de su situación, no dejaría que su captor la dañara moralmente y más sabiendo que, pronto, todos se encontrarían en el mismo lugar. Tenía fe en que podría al menos retardarlo y sacárselo de encima por su cuenta.

 

N/A: la cordillera de Amambay se sitúa al noreste del Paraguay y limita con Brasil, más específicamente el Matto Groso do Sul. Amambay significa algo así como “el caldo de una cosa”




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