Cuando Eireka despertó, Chapai le explicó el plan. Ya cuando eso estaban a unos pocos kilómetros de la cordillera, la cual se alzaba alta e imponente, con su cordón de colinas cuyas puntas parecían tocar el cielo.
Yerutí no hizo comentario alguno. Todavía recordaba su sueño y, en el fondo, sintió mucho miedo por lo que le pudo haber sucedido a la hija del chamán. Igualmente pensó que, cuando se reencontraran, tendría que hacerle muchas preguntas ya que necesitaba que le revelase el significado real de su sueño. Pensaba que Marangatú no le había contado “todo” a su hija, lo presentía. Y eso le aterraba aún más.
Sus pensamientos fueron interrumpidos al escucharle hablar a Chapai:
Lambaré tomó el trozo de madera, lo rodeó con una larga cuerda y se lo colgó al cuello como un collar. Así, podría tener las manos libres para portar sus armas.
Sin nada más que añadir, se distribuyeron de esa forma y fueron cada uno a distintos caminos.
Yerutí y Chapai no se dirigieron la palabra durante la subida al primer cordón de la cordillera. La joven daimon comenzó a recordar el primer encuentro que tuvieron, de cómo fue fácilmente derrotada por el guardián de la oscuridad hasta el punto de creer que moriría en lo profundo de esa cueva. Y ahora estaban trabajando en conjunto para reclutar a todos los guardianes y salvar a Anahí de Pombero. Después de haberlos escuchado esa noche en que se dirigían al templo, pensó que tanto los guardianes como los daimones no eran tan diferentes. Ambos provenían de un mismo origen y, aún así, tenían diferencias físicas. Quizás la primera descendencia de dioses y humanos tenían formas muy variadas y, al final, prevalecieron las criaturas de alas y cuernos. Quizás, con un poco más de confianza, conseguiría saber más sobre ellos y sobre los daimones en general. Pero todavía faltaba mucho para eso.
Cuando llegaron a la cima, Chapai comenzó a olfatear por el aire como un perro. Luego, cerró los ojos y dijo:
Caminaron por un buen trecho hasta el borde de un abismo. Ambos asomaron la cabeza y, en un valle, vieron a Pombero y Anahí caminando lentamente. Anahí estaba delante, con las manos fuertemente atadas por delante, y por el cojeo intuyeron que se había tropezado y doblado el pie. Pero el guardián de la oscuridad agudizó la vista y pudo percibir que la hija del chamán estaba llena de heridas y rasguños y, lo peor, le salía un hilito de sangre en su entrepierna.
Como si lo hubiese invocado, la tierra comenzó a temblar. Pombero se aferró a Anahí y se apoyó por una pared de piedras, mientras observaban cómo salieron varias salientes de rocas y se abrieron diversos pozos a lo largo del valle. Y delante de ellos se levantó un amplio bloque de rocas que tenía forma de una semilla. Anahí, al ver esto, exclamó:
El bloque se abrió en dos y, de ahí, surgió una criatura con forma humanoide, de cabellos blancos y dos cuernos curvos similares al de un cordero. Sus manos estaban compuestos por garras y, de su boca, sobresalían dos grandes colmillos similares al de una fiera carnívora.
Era el guardián de la tierra quien, al sentir el olor de la sangre de Anahí, corrió a lo largo de la cordillera hasta llegar a ella gracias a su habilidad de trasladar las piedras de un lado a otro. Pombero, al verlo, mostró una amplia sonrisa y, dando un leve empujón a Anahí hacia adelante, exclamó:
Katu parecía no escucharlo. Su mirada solo se centraba en Anahí y, moviendo aceleradamente sus fosas nasales mientras se relamía los labios, fue apresuradamente hacia ella.