Arandú abrió los ojos. En esos momentos, se encontraba completamente solo.
Se palpó la zona donde recibió el flechazo y comprobó que ya había sanado. Así es que se incorporó y asomó la cabeza por la apertura de la cueva. No había rastros de aquel chamán. O de que estuviese cerca.
“Es mi oportunidad” pensó el joven daimon.
Así es que, sin pensarlo mucho, se aventuró en la espesura de la selva.
Poco a poco, pudo sentir el aire fresco de la libertad. Al fin podía ir donde quisiera y, en esos momentos, se propuso a buscar a su hermana.
Pero contrario a lo que creía, Marangatú lo estaba viendo desde lejos.
El chamán era capaz de borrar su presencia ante otras clases de criaturas con los sentidos mejor desarrollados que el de los humanos. Fue así como logró sobrevivir tanto tiempo en medio de la selva, él solo, cuando aprendió a dominar sus habilidades de controlar a los espíritus de la naturaleza sin que los demás miembros de su tribu lo juzgaran o limitaran.
Juntó las manos, hizo sus rezos y provocó que la tierra temblara.
De inmediato, Arandú se detuvo y tropezó, chocando contra el tronco de un árbol grueso. Apenas su cuerpo tocó la madera, unas lianas salieron de ella y le envolvieron todo el cuerpo. El daimon comenzó a forcejear pero, mientras más se resistían, más lo presionaban.
En instantes, Arandú sintió que los párpados le pesaban. Pronto comenzó a sentir sueño y, por más que luchaba mantenerse despierto, no podía con el gran poder del chamán.
Su cabeza cayó y se quedó dormido profundamente.
Las lianas desaparecieron y el cuerpo de daimon comenzó a deslizarse lentamente. Antes de estrellarse contra el suelo, el chamán lo sujetó y lo alzó en brazos. Se sorprendió de que fuese bastante ligero, aunque también podía deberse a que apenas ingirió alimentos por estar en reposo todo ese tiempo.
Regresó a la cueva y depositó a Arandú sobre las mantas, cubriéndole el cuerpo completo. Volvió a dar sus rezos para asegurarse de que se quedara completamente dormido. Una vez que lo escuchó roncar, decidió salir de su cueva para tomar un poco de aire fresco.
Y mientras se relajaba, pensó:
Ante esa idea, Marangatú miró hacia el cielo, vislumbrando la forma de las nubes blancas que, cada tanto, se apiadaban de los acalorados seres vivos al cubrir momentáneamente al intenso sol brillante. El chamán extendió sus brazos y recitó unos rezos para, así, comunicarse con el espíritu de las nubes, el viento y el sol.
Los espíritus respondieron a sus plegarias y, así, el chamán pudo saber sobre la situación de su hija.
Entró a la cueva, en donde Arandú dormía profundamente. Aunque intentó escapar recientemente, el chamán se alegró de que pudiese extraerle al fin consiguió todo el veneno de su cuerpo, logrando que recuperara la salud. Pero el joven daimon resultó ser muy rebelde, no se dejaría someter tan fácilmente mientras su hermana estuviese en peligro en algún lugar.
Así es que no le quedaba otra opción más que mantenerlo dormido, aunque todavía pensaba que podía serle útil para culminar esa ultima parte de la misión.
Una suave brisa pasó por sobre sus cabellos. Era el espíritu del aire, que siempre le susurraba una que otra advertencia sobre las consecuencias de sus actos. Y esa vez no fue la excepción:
Marangatú cerró el puño a modo de “atrapar” al espíritu del viento. Pero éste logró escapar ágilmente y se esfumó. El chamán mostró una sonrisa desafiante y reflexionó en voz alta: