El río Apa fluía con una lentitud tal, que incitaba dejarse llevar por las suaves y relajantes corrientes. Al igual que en la cordillera, el templo del hombre bestia abarcaba todo el largo del río, por lo que debían recorrerla de trecho en trecho para hallar al último guardián.
Mientras planeaban su estrategia, una ligera brisa pasó por entre los costados de Anahí. Ésta, ante la sorpresa, decidió agudizar sus oídos y escuchar lo que tenía que decirle el espíritu del viento. Así supo que su padre estaba bastante cerca, en busca del guardián. “¿Así es que al final decidiste salir de ahí?”, pensó la muchacha. “¡Si tan solo no nos hubiésemos topado con Pombero…! Pero no es tiempo de lamentos. Debo detenerlo antes de que llegue al templo”
Sigilosamente se acercó a Yerutí, le entregó la cabeza de Pombero y le dijo:
Lambaré, quien se percató de que ambas estaban cuchicheando entre sí, se acercó y le dijo a Anahí:
Anahí se sorprendió ya que, a lo largo del viaje, Lambaré nunca usó ese recurso para intentar ser el líder del grupo. Pero lo que más le conmovió es que, aunque ella hubiera decidido acompañar a Marangatú en su destierro, tanto Lambaré como el resto de la tribu todavía la consideraban una integrante más. Así es que no tuvo otra opción más que aceptar el pedido de su viejo amigo.
Aunque decía eso, la expresión de Lambaré era extraña. Hacía una mueca extraña con la boca pero, a la vez, tenía los ojos llenos de determinación. Yerutí notó que, además, sus manos temblaban descontroladamente y sus rodillas estaban a punto de doblarse por el miedo.
La joven daimon tomó la cabeza de Pombero y les dijo:
Cuando los dos se fueron, Katu le preguntó a Yerutí qué estaban tramando los humanos, a lo que ella respondió:
Todos se llevaron la mano en la frente por el comentario de Kunumi. Pero ya que se acercaba la noche, no podían esperarlos y decidieron seguir con el plan. Yerutí fue con Chapai y Eireka mientras que Katu cruzó la otra orilla por debajo de la tierra.
A medida que avanzaban, el ambiente se volvía más lúgubre y tenebroso. Una ligera niebla cubrió el ambiente, pero no era tan espesa como para no ver nada. El sol ya casi estaba oculto entre las copas de los árboles y, a lo lejos, se escuchaba el aullido de perros salvajes en sintonía con el sonido de los grillos y el tenebroso alarido de un urutaú perdido.
Anahí y Lambaré caminaron por un pequeño sendero que iba en dirección opuesta al río. La hija del chamán comenzó a realizar sus rezos para pedir a los espíritus del sendero un trayecto seguro. Lambaré no dijo nada, solo se mantuvo alerta por si le tocaba proteger a su amiga de cualquier amenaza.
Tras varios minutos caminando, Anahí se detuvo y sin mirar a Lambaré, le dijo:
Los temores del joven guerrero se reflejaron en los ojos. De tan solo pensar que Anahí moriría le hacía doler el corazón y perder el raciocinio. Así es que, por puro impulso, la rodeó con sus brazos y la acercó a su pecho, dejando a la joven completamente atónita por esa reacción. Como ella no lo rechazó ni le devolvió el abrazo, le dijo:
Anahí solo asumió con la cabeza, sin dejar de sorprenderse por la percepción de Lambaré.