El sueño del daimon

Capítulo 30. El guardián de la vida y la muerte.

El río Apa fluía con una lentitud tal, que incitaba dejarse llevar por las suaves y relajantes corrientes. Al igual que en la cordillera, el templo del hombre bestia abarcaba todo el largo del río, por lo que debían recorrerla de trecho en trecho para hallar al último guardián.

  • Kunumi y yo podemos ir por el agua, nadando – propuso Jaimei, sin ocultar su emoción por encontrarse en un ambiente más acorde a sus habilidades – Así será más rápido.
  • Bien – dijo Luriel, mientras miraba hacia el cielo – Yo buscaré a nuestro hermanito desde las alturas, junto con Angapovó.
  • Entonces el resto iremos por la orilla, ¿no es así? – preguntó Yerutí
  • Planeo ir por el subterráneo, cavando un túnel – explicó Katu – aquí podemos separarnos para abarcar ambas orillas del río.

Mientras planeaban su estrategia, una ligera brisa pasó por entre los costados de Anahí. Ésta, ante la sorpresa, decidió agudizar sus oídos y escuchar lo que tenía que decirle el espíritu del viento. Así supo que su padre estaba bastante cerca, en busca del guardián. “¿Así es que al final decidiste salir de ahí?”, pensó la muchacha. “¡Si tan solo no nos hubiésemos topado con Pombero…! Pero no es tiempo de lamentos. Debo detenerlo antes de que llegue al templo”

Sigilosamente se acercó a Yerutí, le entregó la cabeza de Pombero y le dijo:

  • Tengo algo que hacer, ustedes sigan con el recorrido.
  • ¿Estarás bien sola? – le preguntó Yerutí.
  • Esta vez sí. No hay nadie que me “persiga” – respondió Anahí, intentando mostrar una sonrisa tranquilizadora, aunque su frente no paraba de sudar.

Lambaré, quien se percató de que ambas estaban cuchicheando entre sí, se acercó y le dijo a Anahí:

  • Esta vez te acompañaré. Y no lo digo como amigo, sino como futuro cacique de nuestra tribu.
  • ¿Pero no se supone que fui desterrada?
  • El desterrado fue tu padre. Para nosotros, todavía formas parte de la tribu. Así es que no dejaré que vayas sola. No esta vez.

Anahí se sorprendió ya que, a lo largo del viaje, Lambaré nunca usó ese recurso para intentar ser el líder del grupo. Pero lo que más le conmovió es que, aunque ella hubiera decidido acompañar a Marangatú en su destierro, tanto Lambaré como el resto de la tribu todavía la consideraban una integrante más. Así es que no tuvo otra opción más que aceptar el pedido de su viejo amigo.

  • No te perdonaré si pierdes la vida – murmuró Anahí.
  • Como guerrero y futuro cacique, mi deber es proteger a los míos. Estoy preparado desde mi nacimiento para dar la vida por la tribu. Y también por ti.

Aunque decía eso, la expresión de Lambaré era extraña. Hacía una mueca extraña con la boca pero, a la vez, tenía los ojos llenos de determinación. Yerutí notó que, además, sus manos temblaban descontroladamente y sus rodillas estaban a punto de doblarse por el miedo.

La joven daimon tomó la cabeza de Pombero y les dijo:

  • Vayan con cuidado.

Cuando los dos se fueron, Katu le preguntó a Yerutí qué estaban tramando los humanos, a lo que ella respondió:

  • No me lo explicaron. Los humanos suelen ser muy impredecibles.
  • ¿Será que decidieron engañarnos? – preguntó Jaimei, consternado
  • ¡Tranquilo! Seguro que solo quieren pasar un momento íntimo a solas – dijo Kunumi, mostrando una sonrisa muy amplia - ¡Ya saben! Un hombre y una mujer, solos en el bosque, buscando aquellos placeres que termina en la procreación… Están en “esa edad” que buscan esas cosas.

Todos se llevaron la mano en la frente por el comentario de Kunumi. Pero ya que se acercaba la noche, no podían esperarlos y decidieron seguir con el plan. Yerutí fue con Chapai y Eireka mientras que Katu cruzó la otra orilla por debajo de la tierra.

A medida que avanzaban, el ambiente se volvía más lúgubre y tenebroso. Una ligera niebla cubrió el ambiente, pero no era tan espesa como para no ver nada. El sol ya casi estaba oculto entre las copas de los árboles y, a lo lejos, se escuchaba el aullido de perros salvajes en sintonía con el sonido de los grillos y el tenebroso alarido de un urutaú perdido.

Anahí y Lambaré caminaron por un pequeño sendero que iba en dirección opuesta al río. La hija del chamán comenzó a realizar sus rezos para pedir a los espíritus del sendero un trayecto seguro. Lambaré no dijo nada, solo se mantuvo alerta por si le tocaba proteger a su amiga de cualquier amenaza.

Tras varios minutos caminando, Anahí se detuvo y sin mirar a Lambaré, le dijo:

  • Pase lo que pase, solo quiero decirte que aprecio mucho tu compañía.
  • ¿Por qué dices eso de repente? – le preguntó Lambaré.
  • Es porque… no sabemos lo que sucederá a partir de ahora y… bueno… hay que decir lo que pensamos en vida para evitar deambular por el mundo como alma en pena.

Los temores del joven guerrero se reflejaron en los ojos. De tan solo pensar que Anahí moriría le hacía doler el corazón y perder el raciocinio. Así es que, por puro impulso, la rodeó con sus brazos y la acercó a su pecho, dejando a la joven completamente atónita por esa reacción. Como ella no lo rechazó ni le devolvió el abrazo, le dijo:

  • Me gustas mucho, Anahí. Pero no dudaré en matar a tu padre por hacerte pasar penurias – tras una breve pausa, se separó y la miró fijamente - ¿Irás a verlo, verdad? ¿Es por eso que te separaste del grupo para evitar que llegue hasta el templo?

Anahí solo asumió con la cabeza, sin dejar de sorprenderse por la percepción de Lambaré.

  • Ese viejo… - murmuró el joven guerrero, haciendo sonar sus dientes de la rabia y conteniéndose para no insultar a Marangatú delante de Anahí – mi amor por ti me impidió atravesarlo con mi lanza la vez que lo encontré, pero, ahora, ya pasó los límites. No me importa que termines odiándome por esto, pero…
  • No te odio – lo interrumpió Anahí – es tu deber como hijo del cacique y guerrero proteger a su tribu. Haz lo que tengas que hacer y yo haré lo que tenga que hacer.




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