El sueño del daimon

Capítulo 31. Reunión de hermanos

Los oídos de Yerutí detectaron los gritos de auxilio de Anahí y, también, sintió un sonido familiar. Su corazón dio un vuelco y, mirando a Chapai y Eireka, les dijo:

  • ¡Anahí está en peligro! ¡Debemos buscarla!

Los dos guardianes la siguieron, mientras que enviaron a los chochis a que avisaran a los demás que hubo un repentino cambio de planes. Tras ir rápidamente por un sendero angosto, llegaron al sitio donde se encontraban sus amigos para comprobar que Marangatú los estaba sometiendo con mucha facilidad. Pero lo que más les aterró era que Juicho se encontraba frente a ellos, a punto de atacarlos. Y para colmo, la joven daimon reconoció a su hermano, quien estaba en una extraña postura como si estuviese siendo controlado por el chamán.

Y al escucharlo, comprobó sus temores.

  • ¡Arandú, ataca al guardián!

El joven daimon se abalanzó de inmediato sobre Luisón. Yerutí comprendió el porqué Marangatú lo había mantenido con vida: era para usarlo como carnada contra los guardianes, algo que supuestamente debía hacerlo Anahí con ella en su momento. La joven daimon presionó la cabeza de Pombero y, de un salto, se interpuso entre su hermano y el guardián. Repentinamente, el chamán perdió la concentración y Arandú recuperó el control de su mente, viendo cómo esta vez, era su hermana quien daba la piel por él para defenderlo de una bestia descomunal.

  • ¡Yerutí! ¿Pero qué haces?
  • ¡Huye, Arandú! – le ordenó Yerutí - ¡Yo me encargo!

Yerutí lanzó la cabeza de Pombero hacia el guardián y éste logró atraparla con sus feroces fauces, devorando el alma atada en ella y dándose un buen festín.

Y en ese mismo instante, aparecieron los demás. Angapovó se acercó a Yerutí y Arandú y los cubrió con sus alas. Los seis guardianes, por su parte, rodearon al guardián de la vida y la muerte en un círculo, mientras éste seguía masticando la cabeza de Pombero. Para romper la tensión, Kunumi dio este comentario:

  • Te ves bien… hermanito. ¡Sé un buen chico y ven con nosotros!

Jaimei y Luriel combinaron sus poderes para atraer una densa nube negra, el cual cubrió la luna para neutralizar los efectos de la versión bestia de Juicho. Sus planes dieron resultados porque, al instante, recuperó su figura humana. Así, se levantó ante ellos un hombre delgado hasta los huesos, con dos grandes ojeras que enmarcaban sus ojos negros y los cabellos largos y negros como la noche. Éste, al ver a sus hermanos mayores, chocó las rodillas al suelo y preguntó:

  • ¿He matado a alguien?
  • No lo hiciste – dijo Luriel, mostrándole una ligera sonrisa – te preparamos un aperitivo, Juicho, para evitar cualquier calamidad que perturbe tu conciencia.

Juicho respiró aliviado y se abrazó, mientras agradecía por lo bajo que lo hayan liberado momentáneamente de su incontrolable habilidad.

Yerutí, Angapovó y Arandú se acercaron a los guardianes. Éstos vieron con curiosidad a Arandú, ya que Yerutí les había hablado de él. El joven daimon se sintió un poco avergonzado ya que no esperaba que los mismos guardianes estuviesen ahí presentes cuando se supone que su hermana solo debía sacarles sus llaves. La joven daimon solo atinó a darle una palmada en la espalda y decirle:

  • Los planes cambiaron un poco durante el viaje. Pero ahora ya estás a salvo.

Marangatú, al ver dicha escena, soltó a su hija y la dejó en el suelo, semiinconsciente. Luego, se acercó a Lambaré que todavía seguía peleando contra el felino e hizo que el animal perdiera interés en el joven guerrero. Éste, al verse libre, intentó atravesarle al chamán con su lanza, pero se encontraba tan mal herido que terminó perdiendo el conocimiento. Así es que aprovechó para sacarle su lanza, montar en la bestia y dirigirse en la espesura del bosque.

Tanto los guardianes como los daimones vieron cómo el malvado chamán terminó huyendo con cobardía, viendo que sus planes no salieron como esperaba. Todos lanzaron gritos de júbilo y Kunumi comentó:

  • ¿Eso fue todo? ¡Creí que daría más pelea!
  • ¡Pues qué bien que logramos ahuyentar al mal! – dijo Eireka, mostrando una amplia sonrisa.
  • ¿Entonces no hizo falta reunirnos para “detener al mal que amenaza el mundo”? – preguntó Juicho, intrigado
  • Será mejor que no bajen la guardia – advirtió Jaimei – Podremos haber ganado la batalla, pero no la guerra. Algo me dice que ese chamán no planea rendirse tan fácilmente.

Por su parte, Yerutí y Arandú se dieron un gran abrazo. La joven daimon vio que su hermano estaba completamente curado y se veía más fuerte que nunca. Apenada, le pidió disculpas por haberlo dejado con el chamán, pero Arandú le acarició el rostro y le dijo:

  • Pasaste por mucho para protegerme. Lo que importa ahora es que estamos juntos.
  • ¡Sí! Aunque tuve ayuda por el camino – y al decir esto, señaló a Angapovó, quien los miraba desde lejos

Arandú miró al daimon salvaje con asombro, ya que hacia mucho tiempo que no veía a uno con las alas y cuernos intactos. Angapovó mostró una sonrisa amigable y le dijo:

  • Yerutí habló mucho de ti. Me alegra que sean muy unidos. Por eso, quiero ayudarlos a adaptarse en la selva guaraní y me apoyen a formar una tribu.
  • ¿Una tribu? – preguntó Arandú, desconcertado.
  • Vaya, parece que tomarán en cuenta mi sugerencia – intervino Chapai.
  • En realidad, lo he planeado desde hace tiempo – dijo Angapovó, encogiéndose de hombros – pero no encontré a nadie interesado en mi proyecto… hasta ahora.
  • Esta es la primera vez que los daimones están de nuestra parte – intervino Juicho – se nota que los tiempos cambiaron. En cuanto a los humanos… al menos me alegro que no haya dicho “la palabra”
  • ¿Qué sería esa “palabra”? – preguntó Yerutí, pero luego se tapó la boca y, mirando a un costado, continuó – no hace falta que me lo digan, solo quería saber qué implica pronunciarla además de abrir el portal.
  • Esa palabra invocaría al origen de todo – explicó Juicho – se dice que, en el inicio de los tiempos, solo existía el vacío. El “origen de todo” surgió como una semilla primigenia que fue creciendo de las raíces hasta el tallo y las ramas, dando frutos para alimentar a los primeros dioses que nacieron de sus semillas.
  • ¿Entonces los dioses vienen de un árbol? – preguntó Arandú, consternado.
  • Lo de “árbol” es un decir – aclaró Katu – pero tiene ese aspecto y se encarga de mantener el equilibrio de la morada celestial.
  • Lo que sí es que, si no me hubiesen dado ese aperitivo en mi modo bestial, yo habría devorado las almas de cualquiera, ya sea humanos, daimones o guardianes – continuó Juicho, mientras su rostro se ensombrecía al saber que podía ser capaz de matar a sus propios hermanos – y si el chamán conocía “la palabra”, invocaría al “origen de todo” y generaría un gran desequilibrio entre ambas moradas, la que vivimos ahora y la de los dioses.




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