Marangatú logró liberarse fácilmente de las ramas que lo aprisionaban al invocar al espíritu del viento y la tierra. Luego, se abalanzó sobre Yerutí para volver a golpearla, pero ella logró esquivarlo realizando un contraataque entre sus nudillos.
Ambos puños chocaron con tanta fuerza que generaron ondas expansivas a altas escalas. Esto sorprendió a la joven daimon, ya que no esperaba que un humano la igualase en fuerza y, para colmo, que no fuese un guerrero. Por lo que le dijo con ironía:
Sus puños no dejaban de chocar entre sí, hasta el punto de que las ondas generadas por los golpes eran capaces de marcar el tronco y las ramas del árbol divino.
Cuando se cansaron de pegarse, se separaron varios metros e invocaron a los espíritus de las olas y las tormentas. Yerutí sintió que Marangatú era bastante fuerte en ese aspecto y, pronto, perdió la concentración. Por suerte, tuvo la agilidad suficiente para esquivar esa esfera de viento, agua y relámpagos que no paraban de seguirla dondequiera que fuera.
Apenas Marangatú dijo eso, los efectos prestados a Yerutí comenzaron a debilitarse rápidamente. Pronto sintió que estaba perdiendo la capacidad de volar y, al instante, recibió de lleno el ataque del chamán sin poder defenderse. Fue así que su cuerpo chocó contra una rama bien gruesa y, antes de hacer siquiera un movimiento, unas pequeñas lianas se enrollaron en sus extremidades, dejándola completamente inmovilizada.
Marangatú voló hacia ella y se colocó a la altura de los ojos. Y sin hacer comentario alguno, comenzó a golpearla varias veces por el rostro, dejándole así las mejillas hinchadas y los ojos morados.
Una vez que se cansó de pegarle, la tomó de los cuernos y los incrustó en la rama, haciendo que su cabeza quedara con el mentón apuntando bien hacia arriba y su cuello expuesto. Comenzó a acariciarle el cuello, provocándole escalofríos, ya que sus largas uñas la hacían daño. Cuando creyó que le terminaría cortándole la garganta, dejó de tocarla y le susurró al oído:
Se separó de Yerutí y regresó hacia la copa del árbol, creyendo que al fin no tendría más ningún obstáculo que atender. Pero ni siquiera había alcanzado la zona donde crecían los frutos cuando, repentinamente, vio que unas llamas comenzaron a levantarse por toda la superficie del árbol. Esto dejó al chamán asombrado, aterrado y estupefacto, ya que no esperaba dicho giro de acontecimientos.
Yerutí, por su parte, vio el fuego bajo sus pies y comenzó a gritar. Pero, inesperadamente, todavía le quedaba un espíritu fiel que se mantuvo oculto en su piel en caso de emergencia. Ese espíritu procedió a cortar las lianas y liberar los cuernos de la daimon, quien aprovechó para dar un impulso con sus propias piernas para saltar y alejarse por completo de las llamas. El problema era que, como perdió esa capacidad de controlar a los espíritus de la naturaleza, ahora no podía ayudarse por el viento para volar y, eventualmente, terminaría cayendo en el suelo o en el extenso fuego. En el fondo, deseaba caer directo al portal, del cual había perdido de vista.
Y mientras caía, sintió que alguien la atrapaba en pleno vuelo. Era Angapovó quien, apenas había prendido fuego cerca de las raíces, vio a Yerutí impulsarse frenéticamente para evitar ser quemada y decidió ayudarla de inmediato. Por su parte, Arandú y Lambaré volvieron a cruzar el portal, con la esperanza de que los dos daimones los siguiesen de inmediato.
Vieron al chamán intentar apaciguar el fuego con el espíritu del agua, pero las llamas eran demasiado potentes como para apaciguarlas. Dirigió su mirada al portal y dedujo de inmediato que su hija lo había planeado todo para evitar que comiera del fruto divino.
Apenas dijo esas palabras y lanzó unas ondas de aire potentes que atravesaron el portal y fueron directo hacia Anahí. Luego, tomó el único fruto que quedó intacto del fuego y, de inmediato, se lo metió entero en la boca.
Pero por más que buscaba, no encontraba el portal. Las llamas le impedían ver la salida y el humo asfixiante del gran fogón le impedía respirar. Es por eso que no le quedaba de otra más que seguir manteniendo vuelo e ir cada vez más arriba.
Por su parte, el ataque de Marangatú si consiguió atravesar el portal. Lambaré y Arandú vieron esa ráfaga de viento dirigirse directo a Anahí, por lo que se colocaron delante de ella para protegerla. Lastimosamente, el impacto fue tan fuerte que terminó por derribar a los tres y lanzarlos bien lejos hasta lo profundo del bosque.
Anahí abrió los ojos y pegó un grito de susto. Lambaré la abrazó, con la intención de calmarla. Arandú corrió de vuelta hacia el portal y descubrió, con horror, que éste se estaba cerrando rápidamente. Era como si las almas de los guardianes intentasen bloquear toda amenaza que azotara a ambas moradas y tuviesen algún plan de contingencia para detener la amenaza latente del chamán.