El suicidio in media res

Capítulo 2

Capítulo 2

Al cabo de unos pocos segundos después de haberse formulado aquella convincente propuesta, valoró que la cantidad de aire fresco que podía inhalarse en aquel reducto subterráneo era equiparable a la cantidad de espacio del que dispondría un dinosaurio para moverse en el interior de una cápsula de cianuro. Así pues, cruzó de nuevo el pasillo y subió el tramo de escaleras para acceder al comedor del domicilio de Edgar, imaginando que se encontraría por segunda vez con la casera de la víctima. Afortunadamente para él, en aquel momento, su silla había sido ocupada por una joven de la misma edad aproximada que Dani, una chica provista de una larga melena morena, piel blanquecina, cabeza redonda, ojos esplendorosamente verdosos, torso con medidas perfectas y, por encima de todo, con un busto tan voluminoso que el músculo de su entrepierna parodió la firme postura de un oficial del ejército.

—Inspector, la chica se llama Laura —le informó Dani mientras otros dos agentes uniformados le tomaban sus huellas dactilares—. Acaba de llegar hace nada en cuanto se ha enterado de la muerte de Edgar. Según su declaración, había cenado con la víctima ayer por la noche, antes de que bajara al despacho. Y tanto la casera como los vecinos confirman, a juzgar por lo que escucharon, que los dos tortolitos habían discutido acaloradamente.

Pablo le agradeció aquella concisa aclaración a su subordinado, les solicitó —o más bien les exigió— a los dos agentes que se retiraran a descansar y se sentó en otra de las sillas de la mesa, justamente enfrente de la fémina. Su admirable y caballerosa «discreción» lo instó a permanecer unos segundos escrutando el pecho de la mujer, quien dibujó una expresión displicente en su rostro y procuró cubrirse el escote con la chaqueta. Entonces, sobresaltándolos tanto a ella como a Dani, extrajo su Walther y encañonó con ella a la indefensa mujer.

—Lo siento —se disculpó Pablo sin molestarse en bajar el arma—. Considéralo una deformación profesional de cuando curraba en Estupefacientes e interrogaba a todo tipo de chusma respaldada por el amariconado Código Penal. ¿Puedes confirmarme que durante la noche de ayer cenaste con el chorbo que ahora está en el despacho con el estómago rajado? —Laura asintió con la mirada perdida debido al inexistente tacto de aquel pintoresco individuo—. Cojonudo. Ahora dime, ¿por qué discutisteis? ¿Me llamarías loco si te dijera que esa discusión podría haberte motivado perfectamente a bajar a ese cubículo y matar a la víctima con el cuchillo de cocina?

—¡Desde luego que está usted loco! —le espetó Laura con vehemencia—. ¿Cree acaso que despreciaba tantísimo a ese pobre hombre como para quitarle la vida… de esa manera? Y tampoco discutimos, inspector. La gente tiende a hablar demasiado. Simplemente, hubo varios momentos en los que, imagino que fruto de la frustración, se puso en pie y me metió la bronca por haberle dicho que solo lloriqueando no iba a conseguir triunfar en el mundillo de la literatura.

—Lloriqueando, fruto de la frustración… No me había equivocado con respecto a lo de la frustración creativa, entonces. ¿Vivía atormentado el tipo por no ser capaz de escribir un relato literario que estuviera a la altura de lo requerido para ser publicado?

Laura así se lo confirmó, agregando que además le había sido imposible soportar que todas y cada una de las editoriales del país ignoraran sus propuestas enviadas por correo, lo que posiblemente había ocasionado que no hubiera probado bocado alguno durante la cena mientras que ella, por educación, había digerido su propio plato por completo. El agente Dani enarcó una ceja, pues consideró que el hecho de que la chica les indicara si se había terminado su plato o no resultaba completamente irrelevante en aquel interrogatorio.

—¿Y qué me dices de una probable frustración… de carácter sexual? —prosiguió Pablo. Laura, lógicamente, sacudió su cabeza en señal de incomprensión—. Porque ya te aviso que el nota se hizo una pajilla buena buena antes de destriparse el abdomen a cuchillada limpia. ¿Qué pasó, que te pidió que follaras con él y le hicieras una cubana con las tetas y lo mandaste a comer mierda?

Durante el periodo laboral en el que habían trabajado juntos, Dani había sido testigo directo de su constante irreverencia a la hora de llevar a cabo los interrogatorios policiales con los sospechosos de todos aquellos asesinatos que siempre simbolizaban los estallidos causados por un mismo detonador llamado «ajuste de cuentas». Pero en aquellos tiempos lo veía justificable, atendiendo al sórdido mundillo en el que siempre se había visto sumergido en la Unidad de Estupefacientes y al que solamente podía plantar cara con aquel método si pretendía sobreponerse a toda aquella drogadicta lacra social. En aquella ocasión, sin embargo, Pablo estaba haciendo gala de la misma brutalidad verbal con una inofensiva conocida de un pobre desgraciado que simplemente había decidido quitarse de en medio sin perjudicar a ningún tercero, y ciertamente aquello lo incomodaba demasiado.

—¡Es usted un insolente y un maleducado! —le recriminó la chica, quien en aquel instante se habría levantado y retirado del domicilio si el inspector no le estuviera apuntando con su pistola—. Sí, es verdad que Edgar se quedó unos segundos babeando mientras me miraba los pechos y tuve que llamarle la atención más de una vez, pero no me hizo ninguna proposición indecente ni nada por el estilo. Él sabía que yo tengo novio, después de todo, y que ya no solo por lealtad sino porque estoy loquísima por mi pareja, ni se me habría pasado por la cabeza ponerle los cuernos con él.

—¿Novio…? —se asombró Pablo, valorando mentalmente que, desde luego, aquel hombre no podía ser más afortunado—. ¿Y cómo se llama ese chaval? ¿Se llevaba a matar con Edgar Fernández por casualidad?

—Héctor, se llama Héctor. —En circunstancias normales, Laura habría pronunciado aquel nombre empleando el mismo timbre de voz que una dulce y soñadora chiquilla en medio de un florido jardín deleitándose con el aroma de los pétalos y el canto acompasado de sus múltiples pájaros…, y con unos cuantos gramos de cocaína adheridos en su organismo, por qué no admitirlo. Sin embargo, debido a la incomodidad de la situación, se limitó a emitirlo con una cadencia totalmente neutral—. Y sí, la verdad es que no se caían nada bien entre ellos. Héctor insistía en que ese tipo seguramente esperaba el momento propicio para violarme o clavarme unas tijeras en mis partes íntimas según me negara o no, y Edgar, que la única intención de Héctor era fardar de chochete delante de sus amigos… Incluso una vez —añadió, sacando el teléfono móvil con el permiso de Pablo para mostrarle algún tipo de enlace web—, Edgar nos mandó por correo comercial a nuestro piso, concretamente a mi novio, un poema muy pero que muy ofensivo… Si no hubiera llegado a pararle los pies, desde luego habría sido mi chico quien lo hubiera acorralado en la calle y lo hubiera matado a paliza limpia. Espere, que se lo enseño…



#2335 en Detective
#692 en Novela policíaca
#6779 en Thriller

En el texto hay: thriller, polícia

Editado: 26.11.2020

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.