El suspiro del infierno

Capitulo 2

Preparándome para la aparición de un dragón enorme y muy destructivo, me tensé y contuve el aliento. Íbamos a morir todos, de una forma horrible y abrasadora. La sombra era enorme mientras se convertía en miles de pequeños puntos negros que giraban juntos en el aire, como un ciclón en miniatura, cobrando forma y tamaño.

Durante unos segundos, unas escamas iridiscentes de colores azules y doradas aparecieron por la tripa y el lomo del dragón. Brotaron unas alas de un rojo intenso, además de un hocico largo y orgulloso y unas patas traseras terminadas en garras. Sus ojos eran del mismo amarillo brillante que los de Roth.

Era una criatura hermosa. Pero… el dragón era más o menos del tamaño de un gato… un gato muy pequeño. No era exactamente lo que había estado esperando. Sus alas se movieron en silencio mientras planeaba hacia la izquierda de Roth, dando sacudidas con la cola. Era muy pequeño y muy… muy mono. Pestañeé con lentitud.

—¿Tienes… tienes un… un dragón de bolsillo? Zayne resopló desde algún lugar detrás de mí. Roth soltó un fuerte suspiro. A pesar de que nuestras vidas se encontraban en peligro y de que probablemente fuéramos a morir, desde luego seguía sin haber ningún aprecio entre Roth y Zayne. El dragón giró la cabeza en mi dirección, abrió la boca y soltó un pequeño rugido. O más bien un gritito. Una nube de humo negro salió de ella, sin fuego. Tan solo unas volutas oscuras que tenían un débil olor a azufre. Levanté las cejas.

—Aparta al familiar de nuestra vista —exigió uno de los Alfas, haciéndome encogerme. El que había hablado se encontraba a la derecha de la puerta, y su voz era increíblemente profunda y reverberó tanto a través de la habitación como a través de mí.

Una parte de mi ser esperaba que se me rasgaran los tímpanos. Me sorprendió que los Alfas no hubieran tratado de eliminar a Tambor de inmediato, pero claro, el dragón de bolsillo no suponía una gran amenaza. La postura de Roth parecía tranquila, pero yo sabía que estaba tenso como un resorte, listo para saltar y entrar en acción.

—Bueno, pues eso no va a pasar. Los labios del Alfa formaron una mueca.

—¿Cómo te atreves a hablarme? Podría terminar con tu existencia antes de que vuelvas a tomar aire.

—Podrías —asintió Roth con calma

—. Pero no lo harás. Abrí mucho los ojos. Hablar mal a los Alfas no era lo que yo consideraría un movimiento inteligente.

—Roth —murmuró Zayne. Sonaba más cerca, pero no quería quitar los ojos de encima a los Alfas para comprobarlo

—. Tal vez querrías calmarte un poco. El Príncipe Heredero sonrió con suficiencia.

—Nah. ¿Quieres saber por qué? Los Alfas podrían terminar conmigo, pero no van a hacerlo. —Enfrente de nosotros, el Alfa que había hablado se envaró, pero no lo interrumpió

—. Veréis, soy el Príncipe Heredero favorito —continuó Roth, y su sonrisa se extendió

—. Si me eliminan cuando no he hecho nada que lo justifique, tendrán que enfrentarse al Jefe. Y no quieren hacerlo. Una chispa de sorpresa me recorrió. ¿No podían terminar con Roth por ser quien era? Siempre había pensado que podían hacer lo que les complaciera. El Alfa que había permanecido en silencio habló.

—Las reglas existen por una razón. Eso no significa que tengan que gustarnos, así que te sugeriría que no tentaras a la suerte, Príncipe. Entonces, Roth hizo lo impensable. Levantó la mano y extendió el dedo medio.

—¿Esto cuenta como tentar a la suerte, Bob? Joder… ¡le había hecho una peineta a un Alfa! Y además, ¡le había llamado «Bob»! ¿Quién hacía eso? En serio… Mi mandíbula cayó hasta el suelo cuando el pequeño Tambor tosió otra nube de humo.

—No estoy cegado por vuestra gloria —dijo Roth

—. Os sentáis en vuestras nubes altivas juzgando a cada criatura viviente. No todo es blanco o negro. Vosotros lo sabéis, y aun así no reconocéis las zonas grises. Unas chispas de electricidad crepitaron desde los ojos blancos del Alfa.

—Uno de estos días, Príncipe, te encontrarás con tu propio destino.

—Y lo haré de una forma espectacular —replicó él, bromeando

—. Y además, cuando lo haga estaré tremendo. Cerré los ojos con fuerza brevemente. Ay, Dios mío… El Alfa de la derecha se movió y su enorme mano se tensó sobre la empuñadura de su espada; tuve la sensación de que quería atravesar limpiamente a Roth con ella. Supuse que era el momento de despegar mi lengua del paladar.

—Estáis aquí por el Lilin, ¿verdad? Vamos a detenerlo. —No tenía ni idea de cómo íbamos a hacerlo, y lo más probable era que no debiera hacer una promesa de ese calibre a unos seres que podrían destruirme en un latido, pero no veía ninguna otra opción. No solo porque necesitaba distraerlos de Roth, sino porque era cierto que había que detener al Lilin. Cualquier ser que tuviera alma se encontraba ahora en peligro

—. Lo prometo.

—Los Guardianes se ocuparán del Lilin —respondió el Alfa que había hablado primero

—. Para eso fueron creados; es su trabajo proteger a la humanidad. Si no lo hacen, pagarán el precio definitivo, al igual que los demonios. Pero estamos aquí para ocuparnos de ti. El corazón se me volvió a parar.

—¿De mí? El Alfa al que Roth había llamado «Bob» entrecerró los ojos.

—Eres un terrible sacrilegio. Antes eras una abominación de la que tendríamos que habernos ocupado, pero ahora eres una perversidad que no podemos permitir que continúe existiendo. Roth inclinó la cabeza hacia un lado mientras Zayne se lanzaba hacia delante.

—¡No! —dijo mientras plegaba las alas

—. Nunca ha hecho nada para que…

—¿De verdad? —replicó el otro Alfa con sequedad mientras sus alas formaban un arco alto. Aquellos ojos incrustados en las plumas recorrían la habitación, y entonces todos (cientos de ellos) se centraron en mí

—. Lo vemos todo, Guardián. Debe hacerse justicia. Bob levantó la espada y, antes de que yo pudiera hacer nada, Roth extendió el brazo. Me alcanzó justo encima del pecho y me lanzó contra Zayne. Reboté contra su pecho duro, y me hubiera caído al suelo si él no me hubiera estabilizado sujetándome de la cintura. Tambor, todavía volando en círculos junto al hombro de Roth, soltó otro chillido… … que se convirtió en un rugido que hizo que la casa temblara incluso más que cuando habían aparecido los Alfas.




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