El suspiro del infierno

Capitulo 4

Sentada con las piernas cruzadas en el centro de la cama extragrande, introduje los números de Zayne y de Stacey en el teléfono móvil que Cayman había depositado al otro lado de mi habitación por la mañana. Tenía una suerte terrible y horrible con los móviles.

Había dejado atrás un cementerio de teléfonos móviles, pilas de teléfonos que simplemente habían tenido la mala fortuna de acabar en mis manos, pero, al igual que había hecho con todos los anteriores, esperaba de verdad que en esa ocasión fuera diferente. Como el último móvil que me había comprado Zayne, era un teléfono inteligente genial, pero este era una versión más nueva y sofisticada.

Extrañamente, sin importar cómo colocara el dedo encima del pequeño botón, no me leía la huella dactilar. La tecnología. Suspiré. Dejé el teléfono sobre la cama enfrente de mí y pestañeé con ojos empañados. Había llorado tanto la noche anterior que me sentía como si tuviera papel de lija pegado al interior de los párpados.

Había llorado hasta quedarme dormida en el suelo del cuarto de baño, entre los brazos de Roth. Debía de haberme llevado hasta la cama, pero no lo recordaba, aunque sí recordaba lo bien que me había sentido cuando me abrazaba. Ya no estaba cuando desperté, y no los había visto a él ni a Bambi ni una sola vez en todo el día. Supuse que la familiar se encontraría con él.

Traté de no entrar en pánico por su ausencia, pero era difícil. Tal como estaban las cosas, había muchas oportunidades de que Cayman y Roth hubieran subestimado el alcance de la reacción de su Jefe ante las acciones de Roth del día anterior, con los Alfas y Tambor. Mis pensamientos deambularon de Roth hasta Zayne y después volvieron a Roth, formando un círculo infinito antes de que Sam y Stacey rompieran el ciclo.

Haberlo perdido iba a doler de una forma horrible durante mucho tiempo, pero, por muy mal que me sintiera, seguía sin ser nada en comparación con el dolor de Stacey. Si perder a Sam me había enseñado algo, era a aprovechar la vida: aprovechar todo lo que tenía que ofrecer, incluyendo las lágrimas, la furia y la pérdida, pero, por encima de todo, la risa y el amor. Simplemente, aprovechar la vida. Porque era fugaz y veleidosa, y nadie, ni yo ni cualquiera que conociera, tenía la promesa de otro día, ni siquiera de otro segundo.

Me levanté de la cama, tomé el teléfono y bajé hasta el piso inferior. Cuanto más me acercaba a la cocina, más fuerte notaba el aroma del paraíso. Beicon. Olía a beicon. El estómago me rugió, y aceleré el paso. Encontré a Cayman en la cocina, haciendo huevos en el fogón. Y, como esperaba, había beicon chisporroteando sobre una plancha junto a ellos.

—Buenos días —dijo sin volverse. Tenía el pelo recogido con un broche de un rosa intenso con una mariposa deslumbrante unida a él. Una sonrisita apareció en mi cara

—. ¿Te gustan los huevos revueltos o de otro modo?

—Revueltos está bien. Me subí a un taburete que se encontraba junto a la gran isla del centro.

—Bien. Mi clase de chica. —Dio la vuelta al beicon y después se dirigió hacia el frigorífico, dando vueltas a la espátula por el camino. Abrió la puerta, metió la mano dentro y sacó una botella pequeña de zumo de naranja. Se volvió y la lanzó en mi dirección, y yo la atrapé antes de que me golpeara en la cara

—. También he comprado unas cuantas de estas. Bajé la mirada hasta la botella.

—¿Cómo lo sabías? Él levantó las cejas, y después negó con la cabeza y se giró hacia el fogón. El beicon crujía y chisporroteaba mientras yo dejaba la botella en la mesa. Roth tenía que haberle dicho que el zumo de naranja me ayudaba con el ansia, al igual que cualquier cosa dulce. Cuando desperté, la familiar sensación de ardor en la boca del estómago se encontraba allí, a pesar de que había estado ausente el día anterior. Aun así, era algo menor en comparación con lo que estaba acostumbrada.

—Y bueno, ¿qué tienes planeado hacer hoy? —preguntó Cayman, sacando los huevos y sirviéndolos en dos platos.

—No lo sé. —Me pasé el pelo todavía húmedo por encima de un hombro y lo retorcí con las manos

—. Iba a hablar con Zayne más tarde para ver si había oído algo de los Alfas, y después quería llamar a Stacey. Estoy… estoy preocupada por ella.

—Lo superará. Parece una chica fuerte.

—Lo es —asentí

—. Pero perder a alguien es…

—Imagino que es difícil, pero en realidad no lo sé. No he querido nada ni a nadie más que a mí mismo —respondió, y yo levanté una ceja al oírlo. Al menos, era honesto

—. Tiene que ser un asco perder eso.

—Pues sí. Le quité el tapón al zumo de naranja, sintiendo un peso en mi pecho. No tenía ni idea de cuánto tardaría en desvanecerse. Pensé en cuando Roth se había sacrificado; había habido momentos en los que la carga del dolor se aliviaba, pero siempre había resurgido con ganas de amarga venganza.

Cayman reunió las lonchas de beicon y las extendió sobre nuestros platos antes de unirse a mí en la isla. Si alguien me hubiera dicho un año antes que estaría comiendo huevos revueltos y beicon hechos por un demonio, me habría reído en su cara y le habría dicho que las drogas eran muy caras. Desde luego, las cosas habían cambiado. Pinché un trozo de beicon.

—¿Qué está pasando entre tú y Zayne? Casi me ahogué con el beicon. Se me humedecieron los ojos mientras tomaba el zumo de naranja y daba un gran trago.

—¿Disculpa? —grazné. Una media sonrisa se formó en su cara mientras pinchaba unos huevos.

—Tú y Zayne, la espléndida gárgola. ¿Qué está pasando entre vosotros?

—¿Cómo sabes que está pasando algo? Cayman puso los ojos en blanco.

—Cariño mío, hasta un ciego podría ver que hay una tensión enorme. ¿Alguna primicia? Un calor explotó en mis mejillas. Pues nada.

—Eh… —No tenía ni idea de cómo responder a esa pregunta, porque ni siquiera yo estaba segura

—. No lo sé. Me lanzó una larga mirada.

—Ah, yo creo que sí lo sabes, pero todavía no estás preparada para expresarlo con palabras. Lo observé mientras me metía otro trozo de beicon en la boca.




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