El aire se volvió más denso a medida que Clara se sumía en la inquietante atmósfera de la Casa de los Susurros. Las linternas iluminaban sombras que parecían danzar en las paredes, proyectando figuras extrañas que la hicieron estremecer. Sintiéndose observada, se acercó a la pintura de Valeria, sintiendo una inexplicable conexión con ella. Los ojos de la mujer retratada, un océano profundo de tristeza y misterio, parecían seguirla, como si estuvieran llenos de secretos aún por descubrir.
—¿Ves eso? —preguntó Javier, tratando de romper el silencio tenso que se había apoderado del ambiente—. Hay algo raro en esta casa, Clara. Siento que estamos siendo observados.
Clara, con su corazón latiendo frenéticamente, asintió lentamente. Mientras él estaba absorto en examinar una antigua edición de “Cien años de soledad”, ella se aventuró a explorar el resto de la sala. En las esquinas, descubrió objetos cubiertos de polvo: un viejo tocadiscos, un violín desentonado y una mesa de madera desgastada, que parecía haber sido el escenario de muchas reuniones y secretos compartidos. Cada objeto parecía tener una historia que contar, una historia que Valeria probablemente la había vivido.
De repente, un susurro helado atravesó el aire, un murmullo que resonó como una llamada lejana. Clara se sobresaltó y miró a Javier, quien parecía igualmente intrigado. Miraron a su alrededor, pero todo lo que podían ver eran sombras y más sombras. Sin embargo, los susurros continuaban, como si la casa reclamara la atención de los valientes intrusos. Llenos de curiosidad, comenzaron a seguir los ecos suaves, descendiendo por un pasillo que se estrechaba cada vez más.
En el centro del pasillo, se toparon con una puerta antigua, cuyas maderas estaban desgastadas, ancladas por el paso del tiempo. Clara empujó la puerta con cautela y, al abrirla, un frío intenso les envolvió; era como si hubieran cruzado un umbral hacia otro mundo. La habitación que descubrieron estaba llena de espejos polvorientos, reflejando distorsionadas las imágenes de los dos amigos. Javier, observando su propio reflejo, notó algo peculiar: detrás de él había una sombra que no pertenecía a él. Su estómago se retorció al darse cuenta de que la figura no tenía forma definida, como si fuera difuminaciones grises.
—Clara, mira… —susurró con voz temblorosa, señalando la sombra que parecía moverse entre los espejos.
Clara dio un paso atrás, incapaz de apartar la mirada de la figura etérea. Fue en ese momento que comprendió que Valeria no solo era un espíritu anhelante, sino que estaba conectada con un misterio aún más profundo, uno que implicaba quizás una advertencia. Clara sintió que la casa estaba viva, respirando su historia oscura, sus secretos atesorados y el dolor de aquellos que una vez habitaron allí.
A medida que se acercaban más a la figura en el espejo, un murmullo se hizo más fuerte, elevados los ecos de antiguas súplicas. Como en un trance, Clara se atrevió a hablar:
—¿Qué quieres de nosotros?
El aire vibró con respuesta. Una ráfaga de frío recorrió el cuarto, y Clara sintió cómo el peso del secreto de Valeria, su desaparición y el duelo de su memoria se cernían sobre ellos. La única forma de desentrañar el misterio era atreverse a seguir adelante. Con un profundo suspiro, Clara le hizo un guiño a Javier, quien la miraba con una mezcla de miedo y determinación. Ambos sabían que estaban a punto de desvelar algo aterrador, algo que podría cambiar sus vidas para siempre. Con un último apretón de manos, se adentraron en lo desconocido, dejando atrás los ecos del pasado en busca de la verdad oculta en el juego de los secretos de la Casa de los Susurros.
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Editado: 26.10.2024