El susurro de las sombras

Capítulo 3

Los susurros de Valeria

Esa misma noche, Clara empezó a tener sueños extraños. En cada uno de ellos, Valeria aparecía, susurrando palabras sueltas: “ayuda”, “oculto”, “libre”. La voz de la niña parecía inyectarse en su ser, trayendo consigo una sensación de urgencia que la mantenía despierta. Despertando, Clara se encontró atrapada entre la realidad y lo que su mente había creado. La imagen de una pequeña caja escondida en la mansión danzaba en su mente como un eco persistente. La curiosidad la consumía, y, armada con la resolución que dan los misterios, convenció a Javier de que debían descubrir qué significaba todo eso.

Durante días, se adentraron en cada rincón de la casa. Sus pasos resonaban en los pasillos vacíos, donde el silencio se sentía más como un grito. Las paredes de la mansión parecían cobrar vida, susurrando historias de terror, de una pérdida infinita. En ocasiones, el viento aullaba a través de las grietas, como si la casa misma compartiera secretos que solo unos pocos elegidos podrían entender. Clara notaba las sombras danzantes a su alrededor, siempre esquivas, siempre amenazantes.

Una noche, cuando la luna estaba llena, bañando la casa con una luz espectral, la sensación de inquietud se volvió palpable. La niebla cubría el pueblo, como si un manto de horror se hubiera desplegado sobre ellos. Sin embargo, como si una fuerza invisible los guiara, Clara y Javier se encontraron en el sótano. Los escalones chirriaban bajo su peso y un frío inmisericorde se apoderó del lugar. La atmósfera se sentía espesa y tensa, como si algo estuviera esperando en la oscuridad.

Al inspeccionar las paredes de ladrillo desnudo, un destello de luz iluminó el rostro de Javier cuando sus dedos rozaron un panel. La pared tembló, y con un ruido sordo, reveló una cámara secreta. Clara sintió un escalofrío recorrer su espalda, una mezcla de terror y euforia. La duda se instaló en su mente; ¿realmente estaban listos para lo que podría haber dentro?

Con un giro de la manija, la puerta chirrió al abrirse, revelando una caja pequeña, de madera oscura, que brillaba tenuemente en la penumbra. Sin embargo, lo que más impactó a Clara fue el aire enrarecido que emanaba de ella; había algo, una esencia, que parecía sacudir incluso su corporeidad. En el instante en que Javier la levantó, un grito ahogado resonó en el fondo de sus almas, como si la casa misma se lamentara por la revelación de un secreto demasiado oscuro.

Clara sintió su corazón acelerarse, y los susurros de Valeria comenzaron a resonar en su mente con fuerza. “Ayuda”, “oculto”, “libre”. Aquellas palabras se enredaban en su ser, dibujando imágenes aterradoras de lo que pudo haber sido, de lo que Valeria había experimentado. Una sombra emergió del rincón de la cámara, tomando forma y sustancia. Clara sintió una presión sobre su pecho, como si un peso invisible intentara aplastarla.

“No deberías haber venido”, dijo la sombra, con una voz que goteaba desolación y pena. “Nunca debieron abrir la caja.” Con cada palabra, el aire se llenaba de un frío helado, y la oscuridad parecía engullir todo a su alrededor. Clara y Javier se dieron cuenta de que no estaban solos. La mansión, tan anhelante de secretos, había despertado algo que debería haber permanecido dormido. Y ahora, la revelación de Valeria estaba más cerca que nunca, pero a un precio que ellos no podían comprender.




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