Durante días exploraron cada rincón de la casa, enfrentando ruidos inexplicables y sombras que parecían cobrar vida. Una noche, cuando la luna estaba llena y la niebla cubría el pueblo, se encontraron en el sótano. Al inspeccionar, Javier tocó un panel de la pared, revelando una cámara secreta. En su interior, encontraron la caja.
Al abrirla, una ráfaga de viento helado recorrió el sótano, y ambos se vieron inmersos en un torbellino de visiones. Las imágenes se tornaban cada vez más oscuras; la tristeza de Valeria se convirtió en desesperación. Clara sintió que el aire se volvía más denso, como si una sombra pesada se hubiera instalado a su alrededor. De pronto, la atmósfera se llenó de susurros lejanos, una sinfonía de lamentos que resonaban en sus oídos, llevándola a un estado de angustia difícil de describir.
Las visiones comenzaron a rotar vorazmente: una habitación oscura, las lágrimas de Valeria derramándose en sus mejillas pálidas y su mirada llena de desolación. Clara vio cómo la artista, en un momento de confianza, entregaba su corazón y su arte a alguien que solo buscaba aprovecharse de su vulnerabilidad. Las imágenes se tornaron surrealistas y grotescas; el rostro del traidor se volvía una caricatura espantosa, un compuesto de malicia y rencor que se acentuaba con cada segundo.
Ante lo que presenciaba, Clara no pudo evitar un escalofrío que le recorrió la espalda. Era como si la traición misma hubiera dejado una marca imborrable en las paredes de la casa, y ahora esas cicatrices se manifestaban en visiones tortuosas. Más allá de la traición, vio la culminación del infortunio: el último suspiro de Valeria resonando en la sala donde había soñado su talento florecer. La desesperación del alma atrapada en ese lugar se materializaba en un grito de agonía, un lamento que parecía multiplicarse al rebote, como si múltiples voces se unieran con la suya.
A Clara le era imposible separarse de esa angustia. La combinación de terror y un extraño deseo de proteger a Valeria se apoderó de su ser. En su mente, el sobrenombre de "La Artista Triste" adquiría un peso aterrador. Ella era más que un nombre en un viejo diario; era la encarnación de todo el dolor acumulado y la traición en un mundo que había dejado de apreciarla. La conexión que Clara sentía con Valeria no solo era empática, sino que parecía conducirla hacia una misión: liberar esa alma atormentada.
Esta experiencia dejó a Javier inquieto. Su rostro estaba pálido y los ojos desorbitados, evidentemente perturbado por lo que acababa de avizorar. A pesar de haber sentido la conexión con el espíritu, comenzaba a cuestionar si debían seguir indagando en ese oscuro abismo. "Tal vez deberíamos cerrar el cuaderno, Clara. No hay nada bueno aquí. Está claro que aquel que traicionó a Valeria sigue acechando este lugar," advirtió, su voz temblorosa reflejando el miedo que le consumía.
Sin embargo, Clara, empujada por una extraña atracción hacia Valeria y una determinación feroz de no dejarla atrapada en aquel tormento por más tiempo, se negaba a dejarlo así. Se sentía responsable de esa angustia, casi como si, de alguna manera, la traición de Valeria también resonara en su vida. De repente, como si una sombra más tangible se hubiera acercado a ellos, el ambiente se enfrió aún más, un murmullo erizaba el aire y Clara supo que no estaba sola en esa sala.
"Valeria, ¿qué tienes que decirnos?", gritó Clara en un impulso mezclado de terror y compasión, sintiendo cómo las paredes parecían cerrarse a su alrededor, como si la casa misma respondiera a su llamado. Y, justo cuando el eco de su voz se desvanecía, las visiones se tornaron más intensas y vívidas, en un fenómeno oscuro que prometía develar secretos que no sabían si estaban listos para descubrir.
La revelación estaba por venir, y con ella, un horror que podría cambiar el rumbo de sus vidas para siempre.
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Editado: 26.10.2024