Daniel regresó a la biblioteca, su mente aun resonando con los susurros que había escuchado en el cementerio. El lugar era un remanso de tranquilidad comparado con el exterior, pero eso solo hacía que el periodista se sintiera más inquieto. Elena lo esperaba con una taza de té caliente, como si supiera que necesitaría algo para calmar sus nervios.
—Los escuchaste, ¿verdad? —preguntó Elena, entregándole la taza.
Daniel asintió mientras se sentaba en una mesa de lectura. El vapor del té subía en espirales, pero ni siquiera el calor del líquido lograba disipar el frío que sentía en los huesos.
—¿Qué son esos susurros? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Elena lo miró con seriedad, sus ojos reflejando la misma mezcla de miedo y determinación que sentía Daniel.
—Se dice que son las voces de los muertos, buscando venganza por lo que les ocurrió aquí hace mucho tiempo. Hay una historia… —empezó a decir, pero fue interrumpida por el sonido de la puerta de la biblioteca abriéndose de golpe.
Un hombre alto y robusto entró, su uniforme de sheriff destacando en la penumbra. Era el sheriff Rick Mendoza, y su expresión no mostraba nada de la amabilidad que Daniel había visto en los otros habitantes del pueblo.
—¿Qué está pasando aquí? —demandó el sheriff, su mirada fija en Daniel—. No necesitamos forasteros causando más problemas.
Elena se interpuso suavemente entre los dos hombres.
—Rick, él está aquí para ayudar. Ha escuchado los susurros, igual que nosotros. Necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir.
Rick frunció el ceño, pero finalmente asintió, cruzándose de brazos.
—Está bien. Pero mantente fuera de problemas, periodista. Este pueblo ya tiene suficientes.
Daniel observó al sheriff, sintiendo que, a pesar de su actitud, Rick podría ser un aliado valioso. Decidió que, por ahora, lo mejor era trabajar juntos.
Mientras la noche avanzaba, Daniel, Elena y Rick discutieron las muertes recientes, intentando encontrar un patrón. Fue entonces cuando Elena mencionó algo que había estado investigando en los documentos antiguos de la biblioteca.
—Hay un lugar… una casa en las afueras del pueblo. Es mencionada en varios relatos antiguos, siempre en conexión con fenómenos extraños y muertes inexplicables. Creo que podríamos encontrar respuestas allí.
Daniel y Rick intercambiaron miradas. Sabían que si había alguna esperanza de detener los susurros, estaría en esa casa abandonada. Con un plan en mente, los tres se prepararon para lo que sería una noche larga y peligrosa.
꒷︶꒷꒥꒷‧₊˚꒷︶꒷꒥꒷‧₊˚
La casa abandonada se alzaba frente a ellos, una sombra imponente contra la pálida luz de la luna. Daniel, Elena y Rick se detuvieron al borde del camino, contemplando el edificio en ruinas. Cada ventana rota y cada puerta a medio colgar parecían susurrar secretos olvidados.
—Estamos seguros de que es aquí, ¿verdad? —preguntó Rick, rompiendo el silencio con un susurro que apenas era más fuerte que el viento.
Elena asintió, sus ojos fijos en la casa. Había leído sobre este lugar en los antiguos documentos de la biblioteca. Cada historia hablaba de desapariciones y fenómenos extraños, todos centrados en esta misma casa.
—Sí, esto es lo más cerca que hemos estado de descubrir la verdad —respondió ella con determinación.
Daniel se adelantó, sintiendo el peso de la noche sobre sus hombros. Cada paso crujía sobre la hierba seca, y los susurros parecían intensificarse con cada metro que se acercaban a la puerta.
El interior de la casa estaba tan oscuro como una tumba. Daniel encendió su linterna, proyectando haces de luz sobre paredes descascaradas y muebles cubiertos de polvo. La tensión era palpable, un nudo de miedo y anticipación que se apretaba con cada respiración.
—Vamos a separarnos —sugirió Rick, su voz firme—. Cubrimos más terreno de esa manera. Pero mantengan los ojos abiertos y no duden en gritar si ven algo.
Elena y Daniel asintieron, sabiendo que lo que estaban a punto de enfrentar no sería fácil. Elena se dirigió hacia la cocina, un lugar que alguna vez debió haber estado lleno de vida y risas, ahora convertido en una sombra de su antiguo ser. Daniel y Rick se adentraron en el pasillo principal, ambos llevando una linterna.
De repente, un susurro gélido rompió el silencio, reverberando en las paredes vacías. Daniel se detuvo en seco, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Escuchaste eso? —preguntó, girándose hacia Rick.
El sheriff asintió, sus ojos brillando con determinación.
—Sí. No estamos solos aquí.
La tensión en el aire era palpable mientras Daniel y Rick avanzaban por el pasillo, sus linternas proyectando sombras inquietantes en las paredes. Cada crujido del suelo, cada murmullo de viento, parecía amplificar el miedo que se arrastraba por sus venas.
Llegaron a una puerta entreabierta al final del pasillo, de la que parecía emanar un susurro apenas perceptible. Daniel levantó la mano, indicando a Rick que se detuviera. Lentamente, empujó la puerta, revelando una habitación que alguna vez pudo haber sido una sala de estar. Ahora, solo quedaban muebles destrozados y cortinas deshilachadas moviéndose con la brisa.
—¿Viste eso? —susurró Rick, sus ojos clavados en una esquina oscura de la habitación.
Daniel enfocó su linterna hacia la esquina, pero no había nada, solo sombras jugando con su mente.
—Creí ver algo moverse —dijo Rick, su voz tensa.
—Podrían ser ratones —sugirió Daniel, aunque no estaba seguro de creerlo. Sabía que el miedo podía hacer que su mente le jugara malas pasadas.
Continuaron explorando la casa, cada vez más conscientes de los susurros que parecían rodearlos. De repente, Daniel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Giró la cabeza rápidamente, convencido de haber visto una figura pasando por la puerta.
—¿Rick, lo viste? —preguntó, su voz cargada de tensión.