El susurro de los muertos.

Ecos del pasado.

El amanecer comenzaba a teñir de gris el cielo cuando Daniel, Elena y Rick finalmente salieron de la casa abandonada. El cansancio era evidente en sus rostros, pero también una determinación renovada.

Daniel se detuvo en la acera, observando la casa una última vez antes de alejarse. El viento soplaba su cabello oscuro y despeinado, y sus ojos, marcados por la falta de sueño, reflejaban una mezcla de miedo y curiosidad. La cicatriz en su ceja derecha parecía más prominente bajo la luz tenue del amanecer, un recordatorio de su pasado turbulento.

—Esto solo es el comienzo —murmuró, ajustando su bufanda.

Elena, caminando a su lado, estaba visiblemente afectada. Su cabello largo y oscuro caía desordenadamente sobre sus hombros, y sus ojos, normalmente cálidos, ahora mostraban una tristeza profunda. A pesar de su apariencia frágil, había una fortaleza en su manera de moverse, un reflejo de las pérdidas que había soportado.

—Lo que vimos allí… —comenzó, pero su voz se quebró. Daniel la miró y vio el dolor en sus ojos.

—Encontraremos respuestas, Elena —dijo, con una firmeza que pretendía ser reconfortante.

Rick, alto y robusto, caminaba unos pasos detrás de ellos. Su uniforme impecable contrastaba con el caos de la noche anterior. Los ojos firmes del sheriff, bajo su espeso bigote, estaban llenos de determinación, pero también de una creciente preocupación.

—Necesitamos descansar y reagruparnos —dijo Rick, su voz grave resonando en el silencio de la mañana—. Esta noche volvemos a la casa con más equipo.

De regreso en la biblioteca, la luz del sol filtrándose por las ventanas creó un ambiente casi surrealista después de las sombras y susurros de la noche. Daniel se dejó caer en una de las sillas de la sala de lectura, mientras Elena preparaba café en la pequeña cocina adjunta.

—¿Crees que alguien en el pueblo podría estar detrás de esto? —preguntó, mirando a Rick.

El sheriff se encogió de hombros, aunque su expresión mostraba que la idea no le resultaba agradable.

—Es una posibilidad. Pero esos susurros… no estoy seguro de qué pensar.

Elena volvió con tres tazas de café, colocando una frente a cada uno. Tomó asiento junto a Daniel, sus manos temblando ligeramente al envolverlas alrededor de la taza caliente.

—Mi abuela solía contar historias sobre el Susurro —dijo, su voz apenas audible —. Decía que era el espíritu de un hombre injustamente acusado y ejecutado, buscando venganza. Pero nunca pensé que las historias fueran reales.

Daniel asintió, comprendiendo que las leyendas y la realidad estaban más entrelazadas de lo que había imaginado. Los susurros habían sido una advertencia, una señal de que algo antiguo y maligno estaba despertando.

—Entonces, tenemos que decidir —dijo, su voz cargada de determinación—. ¿Seguimos adelante, sabiendo que podría ser peligroso?

Elena y Rick intercambiaron miradas. A pesar del miedo y la incertidumbre, sabían que no podían retroceder. La única forma de encontrar la paz era enfrentarse a los fantasmas del pasado.

—Seguimos adelante —dijo Elena finalmente, su voz firme.

Rick asintió, y Daniel supo que, aunque la oscuridad se cerniera sobre ellos, no estarían solos en esta lucha.

Después de un breve descanso y un plan improvisado, Daniel se preparó para comenzar las entrevistas con los habitantes de San Borja. Su libreta de notas estaba llena de preguntas, pero también de incertidumbres que esperaba resolver. Caminó por las calles empedradas, observando las casas antiguas y las miradas furtivas de los residentes.

La primera parada fue en la tienda general del pueblo, un lugar donde todos parecían reunirse. Al entrar, fue recibido por un murmullo de conversaciones que se apagaron al verlo. El tendero, un hombre mayor con gafas y cabello canoso, lo observó con cautela.

—Buenos días —dijo Daniel, mostrando su credencial de periodista—. Estoy investigando las recientes muertes. ¿Podría hacerle unas preguntas?

El hombre asintió lentamente, señalando una mesa en la esquina. Daniel se sentó y comenzó con preguntas básicas, pero pronto se dio cuenta de que el miedo era un tema recurrente en todas las respuestas.

—La gente dice que escuchan susurros antes de que ocurra algo malo —murmuró el tendero, sus manos temblando ligeramente—. Nadie quiere hablar mucho de eso, pero todos lo saben.

Daniel agradeció al hombre y continuó su camino, entrevistando a varias personas más. Todos compartían la misma inquietud, el mismo miedo a lo desconocido que se cernía sobre San Borja. Algunos mencionaron historias antiguas, otros simplemente se negaron a hablar.

Decidido a encontrar más respuestas, Daniel regresó al cementerio al atardecer. La luz del sol que se desvanecía proyectaba sombras largas y siniestras sobre las lápidas cubiertas de musgo. Mientras caminaba entre las tumbas, un susurro familiar llenó el aire, haciéndolo detenerse.

Se arrodilló junto a una tumba antigua, tratando de leer el nombre grabado en la piedra. “Matías Rojas, 1823”. La misma tumba que había visto la noche anterior. Mientras observaba, sintió una presencia detrás de él.

—¿Qué haces aquí? —preguntó una voz conocida.

Daniel se giró para ver al sheriff Rick Mendoza, su rostro serio bajo la luz de la luna.

—Buscando respuestas —respondió Daniel—. ¿Y tú?

Rick frunció el ceño, pero no dijo nada. En cambio, miró alrededor, como si también sintiera algo extraño en el aire.

—Este lugar… —comenzó Rick, su voz baja—. Mi abuelo solía decir que hay cosas que no podemos entender, cosas que es mejor dejar en paz. Pero ya estamos demasiado involucrados, ¿verdad?

Daniel asintió, sabiendo que ambos estaban atrapados en un misterio que desafiaba la lógica. Los susurros se intensificaron, llenando el aire con una mezcla de miedo y desesperación. Sabían que el tiempo se agotaba y que debían encontrar la verdad antes de que más vidas se perdieran.




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