El sol apenas se había alzado sobre el horizonte cuando el grito rompió la tranquilidad de San Borja. Daniel, aún agotado por la noche anterior, se despertó de golpe. Se vistió rápidamente y salió a la calle, siguiendo el sonido que se intensificaba a medida que más personas se reunían cerca de la plaza central.
En el centro del tumulto, el cuerpo de un joven yacía en el suelo, su rostro congelado en una mueca de terror. Daniel sintió un nudo en el estómago al reconocer al joven como Miguel, el hijo del panadero. Elena y Rick llegaron poco después, sus rostros reflejando el mismo horror y desconcierto.
—¿Cómo es posible? —murmuró Elena, sus ojos llenos de lágrimas—. Pensé que habíamos terminado con esto.
Daniel se arrodilló junto al cuerpo de Miguel, examinando su rostro con cuidado. Las marcas de terror eran inconfundibles, similares a las que había visto en las otras víctimas. A pesar de sus esfuerzos, la pesadilla continuaba.
—No puede ser —dijo Rick, su voz llena de frustración—. Hicimos todo lo que doña Teresa nos dijo. ¿Qué nos estamos perdiendo?
Daniel se levantó, sus ojos oscuros brillando con determinación. A su alrededor, los habitantes del pueblo murmuraban y se movían inquietos, sus miradas llenas de miedo y desconfianza.
—Debemos hablar con doña Teresa de nuevo —dijo Daniel—. Quizás haya algo más que no nos contó.
Con el consentimiento de Rick y Elena, se dirigieron a la casa de la anciana. Doña Teresa los recibió con preocupación, y al escuchar sobre la nueva muerte, su rostro se ensombreció aún más.
—Esto no debería estar sucediendo —dijo, su voz temblando—. Quizás haya algo más, algo que no he considerado.
Daniel, Rick y Elena siguieron a doña Teresa hasta su biblioteca personal, un cuarto lleno de libros antiguos y pergaminos. La anciana comenzó a buscar entre sus textos, sus manos temblorosas, pasando las páginas con urgencia.
—Aquí —dijo finalmente, sacando un libro polvoriento—. Hay una historia que no mencioné antes. Habla de una maldición más profunda, una que no solo afecta a los muertos, sino también a los vivos.
—¿Qué significa eso? —preguntó Elena, su voz apenas se escuchaba.
—Significa que el Susurro no es solo el espíritu de Matías Rojas —explicó doña Teresa—. Es una fuerza más antigua, algo que ha estado aquí desde antes de que San Borja fuera fundada. Y ha encontrado en Matías una forma de manifestarse.
Daniel sintió un escalofrío recorriéndole la espalda. Sabía que enfrentaban un enemigo mucho más poderoso de lo que habían imaginado, si eso resultaba cierto.
—Entonces, ¿cómo lo detenemos? —preguntó Rick, su expresión decidida.
—Debemos encontrar el origen de la maldición —dijo doña Teresa—. Un lugar sagrado donde podamos realizar un ritual para apaciguar a la entidad. Pero es un lugar que ha sido olvidado por el tiempo.
Con una nueva misión y más preguntas que respuestas, Daniel, Elena y Rick salieron de la casa de doña Teresa, decididos a encontrar el origen de la maldición y liberar a San Borja de la sombra que lo acechaba.
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El amanecer en San Borja no trajo la tranquilidad esperada. Mientras los rayos del sol iluminaban el pueblo, Daniel caminaba por las calles con una sensación creciente de urgencia. Había algo oscuro y profundamente enraizado en San Borja, y ahora sabía que cada habitante podría ser una pieza clave en el misterio.
Decidido a obtener más información, Daniel comenzó a entrevistar a los habitantes nuevamente, esta vez con una nueva perspectiva. Rick lo acompañaba, su figura robusta e imponente, añadiendo una capa de autoridad a las preguntas incisivas de Daniel.
—¿Notaste algo inusual en los días previos a las muertes? —preguntó Daniel a un carnicero, sus ojos fijos en el hombre que evitaba su mirada.
El carnicero balbuceó una respuesta, mencionando solo pequeños detalles que no parecían relevantes. Sin embargo, Daniel anotó todo. Cualquier cosa podría ser una pista.
A medida que avanzaban, Daniel no podía evitar la sensación de que cada persona tenía algo que ocultar. Cada mirada esquiva, cada respuesta evasiva, aumentaba su sospecha de que el verdadero enemigo podía estar entre ellos.
—Rick, ¿y si todos aquí saben más de lo que dicen? —dijo Daniel mientras caminaban hacia la casa de la siguiente persona en su lista—. No podemos descartar a nadie. Todos son sospechosos.
Rick asintió, aunque su expresión mostraba que la idea le incomodaba. No quería creer que su propia gente pudiera estar involucrada en algo tan oscuro.
—Tienes razón —admitió Rick, su voz grave—. Pero tenemos que proceder con cuidado. No podemos hacer acusaciones sin pruebas.
En ese momento, Elena se unió a ellos, su rostro mostrando una determinación renovada.
—He estado pensando —dijo, su voz firme—. No podemos limitarnos a las leyendas. Necesitamos investigar los lazos familiares de cada habitante. Quizás haya algo en sus historias personales que pueda ayudarnos a entender lo que está pasando.
Daniel la miró, sorprendido por su perspicacia. Tenía razón. Las leyendas eran solo una parte del rompecabezas. La historia humana de San Borja era igualmente importante.
—Buena idea, Elena —dijo Daniel—. Empecemos por la familia de las víctimas. Quizás haya un patrón que no hemos visto.
Con un nuevo enfoque, comenzaron a recopilar información sobre las familias de las víctimas. Cuanto más indagaban, más notaban pequeñas conexiones, hilos invisibles que unían a ciertos habitantes en una red de secretos y mentiras.
Mientras avanzaban en su investigación, una sensación de suspenso y peligro los envolvía. Sabían que estaban acercándose a la verdad, pero también que cada paso los llevaba más cerca de una confrontación inevitable con la oscuridad que acechaba en San Borja.