El susurro de los muertos.

El culpable.

Con la información que habían reunido, Daniel, Rick y Elena sabían que debían encontrar al descendiente de Matías Rojas, que estaba detrás de las muertes, ya fuera de carne y hueso o algo que escapara del mundo físico.

Decidieron investigar a cada uno de los habitantes del pueblo, buscando cualquier conexión con la familia Rojas. Durante días, entrevistaron a más personas, desentrañando la historia familiar de San Borja.

Fue durante una de esas entrevistas con la profesora local, Susana Martínez, que Daniel tuvo una revelación. La mujer era conocida por ser amable y generosa, alguien que todos respetaban y querían en el pueblo. Pero había algo en su historia familiar que el joven periodista no había notado antes.

—Susana, ¿puedes contarnos un poco más sobre tu familia? —preguntó Daniel, observando cuidadosamente su reacción.

Susana, una mujer de unos cuarenta años con cabello castaño y ojos verdes, sonrió tímidamente.

—Bueno, mis padres siempre me dijeron que nuestra familia había vivido aquí por generaciones, pero nunca mencionaron mucho sobre nuestros antepasados —respondió, su voz suave.

Daniel sintió que había algo más, algo que Susana no estaba diciendo. Decidió investigar más a fondo y pidió a Elena que revisara los archivos de la biblioteca en busca de cualquier conexión entre los Martínez y los Rojas.

Esa noche, Elena volvió con una expresión grave en su rostro.

—Daniel, encontré algo —dijo, entregándole un viejo libro de registros—. Los Martínez no siempre fueron Martínez. Antes de cambiar su apellido, eran parte de la familia Rojas.

El corazón de Daniel latía con fuerza mientras leía los registros. Susana Martínez era en realidad una descendiente directa de Matías Rojas, pero su familia había cambiado el apellido para evitar la maldición que había caído sobre ellos.

Con esta nueva información, Daniel, Rick y Elena sabían que debían enfrentarse a Susana, pero lo harían con cuidado. No podían acusarla sin pruebas concretas. Decidieron seguirla discretamente, observando sus movimientos y buscando cualquier indicio de culpabilidad.

Una noche, mientras la seguían, vieron a Susana dirigirse hacia la casa abandonada en las afueras del pueblo. Daniel y Rick la siguieron de cerca, mientras Elena se quedaba atrás para vigilar el perímetro.

Dentro de la casa, vieron a Susana realizar un ritual extraño, susurrando palabras en una lengua antigua. La confirmación de sus sospechas los golpeó como un balde de agua fría.

—No puede ser… —susurró Rick, su voz llena de incredulidad.

Daniel se adelantó, su linterna iluminando el rostro de Susana, quien se giró bruscamente, sus ojos verdes llenos de una furia inhumana.

—¿Qué están haciendo aquí? —gritó, su voz resonando en las paredes de la casa abandonada.

—Sabemos la verdad, Susana —dijo Daniel con calma—. Sabemos que eres una Rojas. ¿Por qué estás haciendo esto?

Susana rio amargamente.

—¿Por qué? ¡Porque este pueblo merece pagar por lo que le hicieron a mi ancestro! ¡Matías Rojas fue traicionado y ejecutado injustamente, y ahora es mi deber vengarlo!

Con la confrontación al borde del abismo, Daniel, Rick y Elena se prepararon para detener a Susana y poner fin al legado de venganza que había aterrorizado a San Borja durante generaciones. Los susurros que llenaban la casa abandonada parecían intensificarse con cada segundo, como si la misma oscuridad estuviera ansiosa por el enfrentamiento final.

Daniel levantó su linterna, sus ojos llenos de determinación.

—Susana, no puedes seguir haciendo esto. Debe detenerse aquí y ahora.

Susana, con una risa amarga, levantó las manos en señal de desafío. Su voz se elevó en un cántico antiguo, palabras desconocidas resonando en las paredes.

—¡No entienden! —gritó, sus ojos verdes brillando con una intensidad casi sobrenatural—. ¡Mi familia ha sufrido durante generaciones y ahora es nuestro momento de venganza!

Rick, con su figura imponente, dio un paso adelante.

—Detente ahora, Susana, antes de que más gente inocente muera. Esto no traerá paz a tu familia.

Los ojos de Susana se llenaron de lágrimas, pero su expresión no mostraba remordimiento. Sus manos comenzaron a temblar mientras su cántico se hacía más errático, el peso de su misión heredada aplastándola.

Elena, con su voz suave, pero firme, intentó llegar al corazón de Susana.

—Susana, esto no es lo que Matías hubiera querido. Las muertes no son justicia, solo perpetúan el dolor.

Por un momento, la resolución de Susana pareció vacilar. Los susurros en la habitación se hicieron más fuertes, como si la oscuridad misma estuviera empujándola a continuar. Pero en sus ojos, Daniel vio un destello de duda, una pequeña chispa de humanidad que aún podía salvarse.

—Susana, por favor —dijo Daniel, dando un paso adelante—. Puedes detener esto. Podemos encontrar otra forma de honrar la memoria de tu ancestro.

La tensión en el aire era palpable. Finalmente, Susana dejó caer las manos, su cuerpo temblando mientras el peso de sus acciones caía sobre ella. Los susurros comenzaron a disiparse, reemplazados por un silencio profundo y pesado.

—No quería esto… —susurró Susana, sus lágrimas cayendo al suelo—. Solo quería justicia.

Rick se acercó y le puso una mano en el hombro, su expresión mostrando un raro destello de compasión.

—La justicia no se consigue con más muerte, Susana. Puedes ayudar a sanar este pueblo.

Con Susana dispuesta a cooperar, Daniel, Rick y Elena sabían que aún quedaba mucho por hacer. Las heridas del pasado debían ser curadas, y el camino hacia la verdadera paz sería largo. Pero con la verdad finalmente revelada, San Borja podría empezar a reconstruirse.

Susana fue llevada para enfrentar las consecuencias de sus acciones, pero también para recibir la ayuda que necesitaba. Mientras tanto, Daniel, Elena y Rick se comprometieron a trabajar juntos para sanar las divisiones que habían desgarrado a la comunidad.




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