El Susurro De Windigo

Capítulos 3 y 4

3

Sólo se trataba de un ciervo, el cual, al ver la luz brillante, se inquietó y salió huyendo al interior del bosque.

–Eso fue extraño.

–Juraría que había sido una voz humana– dijo Martín.

–Tal vez no era un ciervo. Quizás era un nagual.

–¿Ya vas a empezar con eso otra vez, Leo?– le reprochó Nadia.

–Al menos ya tenemos huellas– observó el chico –En la mañana podremos seguirlas y seguramente encontraremos el lago.

Esta noticia dio esperanzas a los tres muchachos. Todo se solucionaría muy pronto.

Entrada más la noche, el viento comenzó a soplar con más fuerza y el silbido de las hojas de los árboles comenzó a arrullar a los muchachos. A pesar de esto, no lograban conciliar el sueño. Nadia, por otra parte, roncaba, dormida como un tronco.

–¿Estás despierto, Martín?

–Sí.

–¿También te dan miedo los insectos?

–¿De qué hablas? ¿Cuáles insectos?

–¡Todos los insectos! Me aterra la idea de que se metan a mis oídos mientras duermo.

–Nadia ya te dijo que eso es imposible. La cerilla que producen los oídos es un repelente natural que evita que se introduzcan los insectos. Si no te lavas las orejas, no tienes nada de qué preocuparte.

–¿Entonces por qué estás despierto?

Martín suspiró. No sabía si decirle la verdad o no.

Finalmente se decidió por admitirlo.

–Estoy demasiado hambriento para dormir. Siento como si no hubiera comido en días.

–Yo también me muero de hambre.

–Te juro que en este momento me comería cualquier cosa.

–Entonces me voy a enojar contigo si Nadia no está cuando despertemos– dijo su amigo, palmeándole el estómago, y soltó una carcajada.

–¡Qué gracioso eres!– respondió Martín con sarcasmo –No te preocupes de que los insectos quieran comerte el cerebro. Para que pudieran hacerlo, primero necesitarías tener uno.

–No me preocupa– admitió –Con los gruñidos que suelta esa panza tuya, hasta los osos van a tener miedo de acercarse.

La guerra de insultos continuó hasta que el sueño venció a Leo. Entonces Martín lamentó no poder conciliar el sueño como ellos. Sus ojos pasaron de uno a otro, de Leo a Nadia, que seguía durmiendo a pierna suelta, ignorante de todo lo que habían discutido sus amigos. Sus ronquidos eran opacados por el sonido de las hojas meciéndose.

Martín cerró los ojos e intentó esforzarse por dormir, pero había algo en el ambiente que no se lo permitía. Se dio la vuelta y abrió los ojos para ver la luna, que brillaba como un gran ojo entre las diminutas estrellas de la noche. ¡Cuán diferente era el cielo en el bosque al cielo en el pueblo! Observó las nubes grises formando figuras alrededor de aquellos astros, para después centrar su atención en objetos más cercanos, como las ramas de los árboles.

Aguzó la vista intentando distinguir figuras entre los árboles, y con intriga descubrió que algunas ramas parecían enormes manos meciéndose. Pensó inmediatamente en las tontas historias de Leo, sobre espíritus que tomaban la forma de árboles, y dedujo que era natural que la gente viera cosas extrañas en la oscuridad de la noche, y en base a eso formara leyendas de lo más extrañas. Entre las hojas de los árboles le pareció más de una vez encontrar figuras que parecían rostros, pero tras observar detenidamente, todo era un juego de su imaginación hiperactiva. Más tarde descubrió una rama que le recordaba un hot dog. ¡Cuánta hambre tenía! En su mente seguía repitiéndose las mismas palabras que había dicho a su amigo: ¡en este momento me comería cualquier cosa!

Volvió a dirigir su vista a su amiga. En realidad se veía bastante tierna cuando dormía, algo muy distante que tenía de la opinión de ella mientras estaba despierta. Su cara se veía bien bajo la luz de la luna. Sus pequeñas manos de pronto le parecieron bonitas, suaves, jugosas...

Dejó de verla, sorprendido por haber pensado en aquella palabra para describirla. ¿De dónde había salido eso?

Volvió a cerrar los ojos y sus oídos percibieron nuevos ruidos en el interior del bosque. Lo primero que escuchó fue el ulular de un búho, opacado por otro nuevo gruñido de su estómago.

–¿Cuál es el problema conmigo?– se preguntó entre murmullos –¿Por qué tengo tanta hambre? Nadia ya lo dijo. Podemos vivir hasta 3 semanas sin comida. ¿Por qué mi cuerpo siente esta ansiedad por una triste noche sin cenar?

Cubrió su cabeza con la frazada e intentó ignorar el hambre, pero en su cabeza ya se estaban concibiendo ideas sobre cómo preparar búho a las brasas. Sus fantasías gastronómicas fueron interrumpidas por el violento aullido de un lobo cercano.

–¡Cielos!– exclamó, aunque no supo si lo dijo en verdad o sólo lo pensó –Espero que ese animal no se acerque.

Recordó con amargura a ese tonto coronel y al inútil asistente consejero. ¿Cómo habían permitido que tres niños se les perdieran en el primer día del campamento? Seguramente su mamá ya les habría armado un escándalo. ¡Y con buena razón! Si había lobos en el bosque y aún así el coronel era lo bastante descuidado y torpe como para llevar niños ahí y aún perderlos, merecía sin duda que le revocaran su licencia del campamento.



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En el texto hay: fantasmas, canibalismo, bosque

Editado: 20.04.2020

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