El Susurro Del Dios Cautivo

El Juicio Del Amor

En el corazón del Olimpo, donde el cielo se funde con la eternidad y los destellos de las estrellas iluminan con una luz ancestral, Eros reía, joven y audaz, un destello de juventud en medio de la solemnidad divina.

Su apariencia, la de un adolescente de dieciséis años, era una paradoja: en su rostro esculpido por los dioses mismos, la inmortalidad parecía contener la inocencia de quien nunca ha sentido miedo.

Sus cabellos, dorados como el sol al amanecer, flotaban al ritmo de sus risas, tan efímeras y seductoras como las primeras notas de una melodía prohibida.

Eros jugaba, provocaba. Sus bromas eran flechas de fuego lanzadas al azar, toques ligeros que perturbaban a quienes creían ser intocables.

Desatar el deseo entre deidades y mortales era su mayor entretenimiento, y esa noche, había cruzado la última frontera.

Con la osadía de un dios joven, había lanzado su flecha dorada hacia Hera, despertando en ella un capricho prohibido que ni los mismos cielos podían ignorar.

La ira de Zeus se levantó como una tormenta, oscureciendo el Olimpo. Su voz fue un trueno que resonó en cada rincón del universo, deteniendo hasta el más leve susurro de los vientos.

- ¡Eros! - tronó Zeus, sus palabras cayendo como relámpagos en el alma de quienes lo escuchaban.

Cada deidad presente se estremeció; incluso Eros, el siempre temerario, sintió el filo de la amenaza. Su risa cesó, y sus ojos, normalmente llenos de destellos traviesos, se encontraron con la furia incontrolable del dios de dioses.

Sin piedad ni clemencia, Eros fue llevado ante el juicio divino. En la gran sala celestial, los dioses observaban en silencio, sus miradas eran un océano de emociones contenidas: curiosidad, temor, e incluso tristeza.

Afrodita, su madre, permanecía erguida junto a sus hijos, sus ojos brillaban de tristeza, pero en su rostro no había rastro alguno de protesta. Su hijo, el dios que había infundido amor en cada rincón del cosmos, estaba ahora encadenado ante Zeus, quien lo miraba con el implacable juicio de un padre ofendido.

- Has deshonrado el Olimpo, Eros - proclamó Zeus, su voz tan fría como las cimas nevadas del mundo mortal - Tu capricho ha causado caos entre los inmortales, tu risa, arrogante e insensata, ha roto los límites sagrados. Hoy, serás despojado de lo que nunca has aprendido a valorar.

Eros sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, una sombra que lo envolvía desde el interior, arrancando su esencia con la crueldad de una tempestad.

Sus alas, emblemas de su libertad, comenzaron a desvanecerse, pluma por pluma, hasta que solo quedó la fría piel de un joven mortal. Intentó gritar, pero el dolor se apoderó de su voz, una punzada en el alma que ni los mismos dioses podrían comprender.

Afrodita apartó la mirada, incapaz de sostener su tristeza, mientras sus hermanos mantenían la vista fija en el suelo, silenciosos y ausentes. Eros, desgarrado, comprendió en ese instante la verdad más amarga: estaba solo en su castigo.

Su familia, los que alguna vez fueron su refugio y consuelo, ahora lo observaban caer sin un solo gesto de piedad.

Mientras su esencia divina se desmoronaba, Eros sintió el peso de su cuerpo reducirse, cada fragmento de su ser comprimido, reducido hasta que su forma dejó de ser humana. Sus miembros se endurecieron, su piel se volvió fría, inerte, sus ojos abiertos y vacíos.

El dolor físico era una herida intensa, pero no comparable al dolor que desgarraba su espíritu: la traición de los que amaba.

Ya no era un dios; ahora era solo un objeto, un muñeco atrapado en la apariencia de un príncipe hermoso, una belleza vacía y condenada.

Las manos invisibles de los dioses lo colocaron en una caja de cristal, una prisión pulida y resplandeciente que reflejaba su imagen sin vida.

Desde dentro, Eros podía ver sus propios ojos, fijos y fríos, un reflejo de lo que alguna vez fue su fuego interior. No podía moverse, ni siquiera parpadear. Solo podía sentir, en cada fibra congelada, el peso abrumador de su pérdida.

Finalmente, el rostro de Zeus se inclinó hacia él, su mirada cargada de una severidad implacable.

- Serás entregado a un humano - sentenció el dios, sus palabras resonando en la oscuridad - Ellos decidirán tu destino. Aprenderás que el amor no es un juego de caprichos. Aprenderás a respetar el corazón de los demás.

Eros, atrapado en el silencio de su propia prisión, escuchó las últimas palabras de Zeus antes de que la oscuridad lo reclamara por completo.

Adiós, Eros.

Y entonces, el mundo se
esvaneció en sombras.




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