El Susurro Del Dios Cautivo

Confidencias

Eros y Psique estaban sentados juntos, inmersos en la calidez de la pequeña habitación que ahora compartían como un refugio secreto y personal.

La tenue luz de la tarde se filtraba a través de la ventana, acariciando sus rostros y llenando el espacio de un resplandor suave, casi irreal, que parecía envolverlos en un manto de paz y privacidad.

Era como si el mundo exterior se desvaneciera en ese instante, dejándolos solos en un pequeño universo donde el tiempo y las preocupaciones no existían.

Psique miró a Eros, sus ojos brillaban con una mezcla de alegría y vulnerabilidad. Se sentía libre en su presencia, como si pudiera mostrar cada rincón de su alma sin miedo al juicio.

Sin embargo, bajo aquella superficie de dicha, había sombras que cargaban su corazón, sombras que solo él podría ver. Eros notó ese leve peso en sus ojos, un reflejo de la tristeza que escondía detrás de su sonrisa y de la dulzura que emanaba. Y aunque no dijo nada, la expresión de sus ojos le dio el impulso que necesitaba para abrir su corazón.

-Eros, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo -susurró Psique con una sonrisa sincera, pero sus ojos contenían un brillo distante, como si aquellos momentos de felicidad fueran gotas de agua en un océano de soledad - Antes de ti... mi vida era como un largo invierno, frío y silencioso.

La voz de Psique era suave, casi un susurro. Mientras hablaba, Eros notó cómo sus palabras surgían de un lugar profundo, un rincón escondido donde guardaba sus anhelos y temores más profundos. La escuchó con la atención y el respeto que solo alguien que ha conocido la soledad puede ofrecer.

-En la escuela, todos me miran como si fuera una extraña, como si no mereciera estar allí. La mayoría de las chicas... - vaciló, bajando la mirada hacia sus manos, que jugaban nerviosamente con el borde de su vestido - se ríen de mí, me ignoran o, peor aún, se burlan sin piedad. Para ellas, soy una intrusa, alguien que no encaja en su mundo de apariencias y reglas que jamás entenderé.

Eros sintió una punzada en su pecho, un dolor extraño y nuevo para él. Era la compasión, una fuerza cálida que brotaba desde lo más profundo de su ser, impulsada por el deseo de protegerla, de borrar cada lágrima, cada herida invisible que cargaba.

No podía comprender por qué alguien haría daño a un ser tan puro y sensible como Psique, pero en su silencio, una resolución comenzó a formarse en él, una promesa de acompañarla en su dolor.

-En casa tampoco es diferente, -continuó Psique, su voz se volvía más suave, casi trémula, como si temiera que sus palabras pudieran romperse en el aire - Mis padres... ellos me aman, pero están tan ocupados en sus propios mundos, en sus vidas de reuniones y obligaciones, que apenas me ven. - Su rostro se tornó melancólico, y en sus ojos apareció una sombra de resignación - A veces pienso que para ellos soy como un accesorio, algo que deben cuidar, pero que nunca llegan a conocer realmente.

Psique alzó la vista hacia él, sus ojos llenos de una mezcla de tristeza y alivio. El alivio de poder compartir su verdad, de ser comprendida, aunque fuera por alguien que había llegado a su vida de manera tan inesperada.

Eros, sin palabras, tomó sus manos entre las suyas, sus dedos rozando suavemente su piel como si temiera que aquel contacto pudiera romper el delicado vínculo que se había formado entre ellos.

Aquel roce fue como un bálsamo en el alma de Psique, una caricia silenciosa que le transmitía una calidez y un consuelo que nunca había sentido antes.

En la mirada de Eros, encontró algo que la hacía sentirse completa, como si por fin hubiera encontrado a alguien que podía ver más allá de sus palabras, alguien que podía sentir el peso de su dolor y transformarlo en algo más, en una esperanza que apenas comenzaba a florecer.

-Psique, -dijo Eros en voz baja, su voz era un murmullo lleno de una dulzura que parecía envolver cada rincón de la habitación - No puedo entender cómo alguien puede hacerte sentir de esa forma. Eres... eres la luz más pura que he conocido, y aunque he visto muchos corazones, ninguno brilla como el tuyo. No mereces esa soledad, ni esas heridas que llevas en silencio.

Las palabras de Eros la llenaron de una emoción tan intensa que sintió que su pecho podía estallar de gratitud. Nadie le había hablado con esa sinceridad antes, nadie había percibido su dolor con esa claridad. Era como si Eros pudiera ver su alma desnuda, y en lugar de alejarse, la aceptara con una devoción silenciosa.

-Gracias, Eros. -susurró, apretando sus manos con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer de su vida en cualquier momento - Contigo, siento que, por fin, alguien me comprende. Eres mi refugio en un mundo que parece no tener espacio para mí.

Ambos se quedaron en silencio, sumidos en un momento de calma y ternura que parecía eterno. Psique sentía que, por primera vez, podía mostrar su vulnerabilidad sin temor, que en aquellos momentos compartidos, su dolor y sus sueños adquirían una forma, un significado.

Eros la miraba con una mezcla de admiración y ternura que nunca había experimentado, como si el simple acto de escucharla le devolviera una parte de su propia humanidad, una parte que había perdido cuando fue convertido en muñeco de porcelana.

Eros percibía que sus sentimientos hacia Psique eran distintos a cualquier amor que hubiera conocido antes. No era el amor que provocaba con sus flechas en otros, ni el caprichoso juego que había jugado tantas veces con los corazones de los mortales.

Era un amor profundo, que le hacía querer protegerla y estar junto a ella, que le llenaba de una calidez que apenas comprendía. Cada palabra, cada sonrisa de Psique le devolvía una chispa de vida, y cada segundo que pasaba a su lado, sentía que su propio espíritu renacía de las sombras.

Psique, quien nunca había tenido a nadie en quien confiar, se sentía completa en su presencia, segura de que él jamás la juzgaría, jamás se reiría de sus temores o ignoraría sus sueños.




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