El Susurro Del Dios Cautivo

Promesas Eternas

La figura encapuchada llenaba la habitación con una oscuridad densa y helada, como un manto de sombras que envolvía cada rincón, ahogando cualquier rastro de calidez o consuelo.

Psique se quedó inmóvil, sus manos temblaban mientras sus ojos se posaban en el intruso, sintiendo un pavor que le helaba la sangre.

Aquella presencia era abrumadora, una fuerza implacable que parecía penetrar en su mente, buscar en lo más profundo de su alma para extraer sus temores y amplificarlos, llenando el aire de una amenaza invisible y sofocante.

Eros, de pie a su lado, también sintió cómo la sombra pesaba sobre él, intensificando su debilidad y agotamiento. Aunque su cuerpo había empezado a revivir, estaba lejos de recuperar su divinidad, lejos de ser el dios fuerte y seguro que había sido en el Olimpo.

Aún se sentía frágil, vulnerable, como si una brisa pudiera hacer tambalear su forma renacida. Sin embargo, no era la amenaza que el extraño traía lo que más le preocupaba; era el miedo en los ojos de Psique, ese miedo que nunca había querido ver en ella.

Eros sintió la impotencia desgarrarlo por dentro. Aquel ser, envuelto en sombras y oscuridad, podía aplastarlo con facilidad, reducir su frágil forma mortal a polvo. La voz de Zeus resonaba aún en su memoria, recordándole que esta segunda oportunidad era un don y, al mismo tiempo, una carga.

No tenía poderes, ni fuerzas suficientes para enfrentarse a las amenazas de su pasado. Pero en medio de su desesperación, sus ojos encontraron los de Psique, y en ese instante sintió algo que superaba cualquier temor: una resolución profunda y absoluta.

Psique, al ver la figura encapuchada, sintió un miedo primario que recorrió su cuerpo como un relámpago, pero aquel temor pronto se transformó en algo distinto. Al percatarse de la debilidad de Eros, de la tensión en sus músculos, de la mirada que él le dirigía, el miedo se convirtió en una determinación férrea.

El amor que sentía por él ardía en su pecho, y no estaba dispuesta a dejar que nadie lo lastimara, que nadie quebrara la paz que ambos habían encontrado juntos, por breve que hubiera sido.

Con un impulso que desconocía, Psique se interpuso entre Eros y la figura oscura. Sus manos temblaban, pero sus ojos brillaban con una intensidad feroz que solo el amor verdadero podía inspirar.

Sentía la mirada pesada del extraño sobre ella, como si intentara intimidarla, como si buscara desenterrar sus miedos más profundos. Pero Psique se mantuvo firme, dejando que su amor por Eros guiara cada uno de sus movimientos, llenándola de una valentía que ni ella sabía que tenía.

-No permitiré que lo lastimes -dijo, su voz vibraba con una fuerza que sorprendió incluso a Eros.

Las palabras escaparon de sus labios con una determinación implacable, y la figura encapuchada pareció detenerse, evaluando la fuerza de la joven que se atrevía a desafiarlo.

Eros, detrás de ella, sintió cómo el amor y el coraje de Psique lo llenaban de una energía nueva, como una corriente de luz que revivía cada fibra de su ser. Era consciente de su propia debilidad, de la falta de poder que lo atormentaba y lo volvía impotente ante la amenaza que se cernía sobre ellos.

Pero en aquel momento, algo en su interior despertó, una chispa que había estado dormida bajo el peso de su condena. No podía permitir que Psique soportara aquella carga sola.

Ella le había devuelto la vida, le había dado una segunda oportunidad, y él estaba dispuesto a luchar contra cualquier sombra, cualquier oscuridad, para protegerla.

En sus ojos, una llama de determinación se encendió, un brillo que no necesitaba palabras para expresar lo que sentía. Era un amor tan profundo y poderoso que superaba cualquier deseo de supervivencia, cualquier temor a la muerte.

Si iba a pelear, lo haría no por él, sino por ella, por aquella joven que había dado sentido a su existencia y le había mostrado el verdadero significado de la humanidad.

-No tienes derecho a amenazarla - murmuró Eros, su voz cargada de una valentía que resonaba desde lo más profundo de su espíritu - Si has venido a enfrentarte a alguien, enfréntame a mí.

La figura encapuchada soltó una risa baja, un sonido que resonaba como un trueno en la habitación. Parecía divertirse con su desafío, como si encontrara en él una ironía amarga.

-Eros, el dios del amor, tan despojado de poder como un mortal... ¿Y aún así tienes la osadía de enfrentarte a mí? - La voz del extraño era como el filo de una espada, cortante y venenosa - Tu amor por esta humana es tu mayor debilidad, y será lo que acabe contigo.

Las palabras del extraño resonaron en la mente de Psique como un eco oscuro y distante, pero su resolución no se quebró.

Tomó la mano de Eros entre las suyas, apretándola con fuerza, transmitiéndole el calor de su valentía, el peso de su amor. Sentía que juntos podían enfrentar cualquier cosa, que el lazo que los unía era más fuerte que cualquier amenaza.

Eros sintió aquel toque y, en ese instante, supo que su amor por ella no era una debilidad, sino su mayor fuerza.

La conexión entre ambos se intensificó, y su espíritu parecía cobrar vida en cada segundo que compartían. Ella era su motivación para revivir, para recobrar su poder y enfrentar cualquier peligro. Por ella, estaba dispuesto a desafiar al mismo Olimpo.

-El amor que siento por Psique no me debilita -respondió Eros, su voz llena de una pasión que se extendía por la habitación, como una llama que disipaba las sombras - Me da la fuerza para enfrentar lo que sea necesario.

La figura se detuvo, su mirada parecía medirlos con una intensidad peligrosa, pero en el fondo, algo en él parecía desconcertado, como si aquella declaración de amor y valentía lo hubiera desarmado momentáneamente.

-Entonces veremos cuánto puedes resistir, - respondió la figura en un tono más bajo, cargado de una amenaza velada, antes de desaparecer en un parpadeo, desvaneciéndose en las sombras como un susurro que se disolvía en el aire.




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