El Tarotista

CAPITULO 5 (parte 10)

—¿Por qué os habéis puesto así? —le pregunta el inspector. — Son simples fotos y ella… — señalándola —Mi compañera. – Atacarla, ¿a cuenta de qué?

La misma pregunta se la hace el abogado, sin decirlo. Desde todo punto de vista la escena vivida no tenía explicación alguna, a menos de que la forense y el sospechoso se conocieran y las fotos y las palabras sean signo de una historia secreta. Sea lo que fuera, el motivo que sacó de cabales a Samuel era el mismo que el inspector y la forense se proponían exponer, la relación y obsesión de Camacho por Mondragón y el rol de Dalí entre los dos.

Sobre la mesa un cuaderno, un diario que le acercaron mostrándole páginas específicas con su puño y letra. Contrastes entre sus escritos sobre poesía hechos a mano en el hospital, las notas halladas en la escena del asesinato fallido de La Pitonisa, la invasión a la propiedad privada de la forense Ana Mondragón y la misiva dejada por él en la estación de policía en la madrugada siguiente a la muerte de Dalí —según el certificado de autenticidad en medicina legal—; el profesional en grafología sostiene que estos escritos son hechos por el mismo autor, de su puño y letra. No dejando espacio a la reflexión, Caballero sube el volumen de la televisión y los invita a mirar:

En la pantalla cuatro columnas. En la primera un título: Domingo Fúquene, en la segunda Benito López, en la tercera Rubén Vallejo y en la cuarta, Ana Mondragón. En las cuatro columnas una mujer de aspecto varonil, mismas apariencias, mismo vestido y ademanes. Luego varias cámaras, una imagen sincronizada que sigue a una mujer, una gitana a lo largo y ancho de la ciudad hasta un café en donde sale un hombre de pantalón y saco oscuros, identificado como Samuel Camacho. Otra imagen. El mismo individuo que aparece en la casa de Mondragón. Otra imagen en donde el hombre travestido se cambia en los baños de consulta externa del hospital San Juan Apóstol. Tras todas esas apariciones de la gitana, también Samuel Camacho estaba.

—La gitana y vos sois la misma persona, — dice Caballero quien toma un folder y extrae algunos documentos. Los lee dando información de la vida de Samuel, quien tanto en el colegio como en la adolescencia y en su etapa universitaria acostumbraba, cada tanto tiempo, a usar aquel aditamento, muy diferente de su género y profesión.

Todo para establecer la simbiosis entre la gitana y Samuel. Dando a entender esto, la cinta de video vuelve a revivir a la adivina saliendo de cada una de las casas de las víctimas, tanto de la primera, Fúquene Loaiza, como de la segunda, López Diez y de igual manera, de las habitaciones del hospital correspondientes a las de Dalí y la Pitonisa y por último, del apartamento de la forense Mondragón.

La sala está parcialmente en silencio, a excepción de los gruñidos furiosos que brotan de Samuel Camacho, quien, esposado y sometido por dos policías, se retuerce en vano, mientras, su abogado tranquilo, ofrece dulcecitos en la sala para calmar los ánimos.

—¿Podemos continuar? —pregunta el inspector.

Nadie objeta.

Caballero toma una carpeta que está sobre la mesa, en ella hay varios folios, de uno de ellos extrae las fotos tanto del arma homicida como de las huellas encontradas en las escenas de los crímenes y las coloca frente a Camacho. El hombre ve la imagen del arma y sonríe.

—¿Por qué sonreís Samuel? ¿Algún recuerdo?

Realmente sí. Esa arma cortopunzante fue la primera que tuvo. Recuerda cuando su padre la compró para uno de sus cumpleaños luego de haber ingresado a la escuela de medicina. Se dio el gusto diseccionando mamíferos pequeños. En esa época estudiaba sobre las sensaciones básicas del ser humano: hambre, instinto sexual y dolor. Al intentar probar la teoría en seres humanos vivos, por poco termina preso, por ello, bajo un margen de error y sabiendo que algunos animales domésticos reaccionan igual que el humano común, se volvió diestro en atrapar ratas, gatos, cachorros y conejos, el máximo común de todos: el hambre y la calle.

—No, ninguno —miente.

—¿Lo conoce?

—He visto muchos, pero nada que me atraiga sobre el particular, acierta a decir el sospechoso.

Caballero sonríe, comienza a sacar documentos sobre el instrumento.

Y le pasa uno en específico.

—Gracias, pero no quiero leer.

El inspector se lo ofrece al abogado, quien lo hace en voz alta para que quede grabado. El informe da cuenta del escalpelo, tiene dos huellas dactilares que le pertenecen. Además, tanto las lesiones impartidas a La Pitonisa en la habitación de Dalí como las heridas del destripamiento tienen la misma marca código de esta arma cortopunzante. A lo anterior, se suma la ampliación de la escena criminal cuando se está en proceso del ataque a Dalí: en un acercamiento del arma se puede ver que es la misma usada por el sospechoso sobre el cuerpo de la tercera víctima. Caballero muestra la ampliación del video para respaldar la afirmación. Por otro lado, se encuentran las huellas dactilares de los naipes del tarot, contrastadas con las que se hallaron tanto en la casa de Dalí como de Samuel y de Ana Mondragón, las mismas que aparecen en su historial clínico de 2014, renovado anualmente por el hospital en cumplimiento de un requisito nacional para las instituciones sanitarias.

De las fotografías y las huellas dactilares, Caballero pasa a su voz, los archivos telefónicos del instituto mental, las conversaciones con las víctimas y el horario de las mismas.

—¿Es usted paciente interno o externo del San Juan Apóstol?

—Externo, pero el hospital es mío y puedo quedarme si me da la gana —contesta—, ¿por qué?

Damián les dice a los presentes que en los archivos la voz es de Samuel Camacho y que muchos de los datos provienen de un horario nocturno en donde solo el personal capacitado tanto médico como administrativo y de oficios varios, son los únicos autorizados para permanecer en la institución, de lo contrario, tanto los pacientes como sus familiares pueden establecer alguna demanda, aunque quienes se queden sean los dueños.



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En el texto hay: misterio, crimenes, tarot

Editado: 13.02.2025

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