El Tiempo Inexorable

Primer capítulo.

EL TIEMPO INEXORABLE

J.M. GARCÍA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Narración

 

La causa incausada de órbita elíptica bordando la Tierra y enteramente la luna, preponderantemente el eclipse, había oscurecido de tal forma el tiempo que se volvía clandestino, refugiándose cada vez más lejos fuera de su lugar sin objeto a resignación, y en propicia resistencia del ocultamiento obscuro de la dimensión paralela de la emancipación filosófica en que a como dé lugar había que salir del embrollo del tiempo de tres dimensiones desarticulado, achicándose cada vez más en un comienzo matutino inesperado e inoportuno: ennegreció el firmamento.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

I.

 

 

A pocos minutos de que se inaugurara un nuevo año bisiesto, Enrique Lermas Mantilla se encontraba enfermo en su casa acostado en su cama, que por su facultad de estar a sesenta centímetros del suelo, es decir, levitar y estar despegada completamente de este, que debido a la tal gravedad de su intempestiva congestión, que para él, en aquel momento sospechaba premonitoriamente que era una enfermedad infecciosa de tipo constipado, no podía enteramente cerciorarse, por qué motivo o circunstancia su control de pulso no le permitía tomar el mando de la cama, dejarla en su sitio habitual e irse a tomar la medicina que le había regalado uno de sus mejores amigos y compañeros de trabajo.

El día que le hizo entrega  de aquel medicamento, fue el mismísimo día en el que se conocieron en el trabajo de ambos, éste que había llegado a recalarse a Bogotá en el año 2037, vestía de traje blanco, se llamaba John Carla, oriundo de los Estados Unidos, su familia era de Escocia, pero siempre vestía de traje blanco, como los del pueblo extinto de Arabia Saudita, era un espécimen como el que utilizaban los médicos en su trabajo, y por manifestaciones propias tenía treinta réplicas en su closet, para que nunca tuviera que repetir ningún traje. John era un hombre muy inteligente, a Enrique en realidad le cayó muy en gracia por su espontaneidad y porque tenían una cosa común en especial, para Enrique la vida era muy fácil debido a que era muy inteligente al igual que John, sin embargo, este último acostumbraba a irse de putas y se le daba bien su relación con las chicas debido a su carisma, éste habría de enseñarle a Enrique que en la vida también hay que divertirse y que no todo es como él lo planteaba.

 Enrique empezaba a encontrarse realmente mal cuando de pronto escuchó el resonar de la puerta de madera de nogal de la entrada de su hogar que había dejado entreabierta, era John, su mejor amigo, que entró en su habitación con una mirada triste pero diligente.

—Aquí tienes tu medicina, querido amigo —dijo John al tomar asiento en la cama.

Enrique no estaba seguro si efectivamente se había comunicado telepáticamente con este, ya que no recordaba su fecha de nacimiento, ni tampoco ningún acontecimiento de su pasado reciente; debido a la gravedad de su enfermedad y de su padecimiento espontaneo, no se lo pensó dos veces, procedió a tomar aquella pastilla que parecía más un antibiótico común que otra cosa y de pronto sintió vibrar su sangre de nuevo, viniendo tormentosamente sus recuerdos: su niñez, su adolescencia, su amor platónico a primera vista como el flechazo de primavera, que te viene de repente sin que te lo esperes, y que se convierte en tu tiempo, tu pasatiempo favorito, y tu fecha del año más importante, y que recordarás hasta siermpre. También como había conseguido su primer trabajo, se sintió realmente extrañado, pero a su vez aliviado al ver la evolución tan rápida de su padecimiento, John, al ver que a su amigo le había devuelto el alma, le dijo:

 —Hasta aquí ha llegado tu sufrimiento, querido amigo —le aclaró John—. Nos vemos en una semana en el hospital.

Al cabo de una semana Enrique se dirigía a su trabajo como de costumbre en su coche Levitati cuando de pronto deja de funcionar en medio de la línea de camino el sensor de Levit, éste no entendía por qué diantres le tenía que pasar lo que le estaba pasando, cuando unos instantes más tarde, en medio de la frustración, resignación y el tráfico ocasionado, llega John, su mejor amigo, que se dirigía también a su trabajo y éste lo auxilió arreglando la vigía del sensor, desenmarañándolo con audacia. Al llegar al trabajo Enrique se sintió realmente avergonzado y por su propia cuenta tomó la certera decisión de entregarle en sus manos a John mil pesos, con su mirada de despreocupación y ligereza con gesto lánguido y confianzudo le dice:

 —No necesitas darme plata, tu está aquí por razones importantes y tu labor requiere de gran esfuerzo como para que tú lo desaproveches y malgastes tu dinero por tu falta de confianza.




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