II
Para él la vida en ese momento comenzaba de forma relativa y, a partir de ese preciso instante comenzaba a contar el reloj en una cuenta regresiva de situaciones incómodas, peripecias y acontecimientos que no lo dejaban reflexionar, ni este a su vez tenía la capacidad de ponerse a pensar si quiera un momento.
El lunes 1 de enero de 2060 como era de costumbre fue donde las putas, después de un día de ajetreo como el 31, este necesitaba desestresarse un poco, la chica con que se encontró de un tropezón en el burdel se llamaba Verónica Garchando la cual tenía un aspecto lúgubre, iba vestida de corset y falda de color negro, no obstante era muy atractiva a simple vista, su cara parecía un retrato tallado por los mismos dioses, en realidad era muy bella, de test blanca, pero sus senos ya parecían estar algo decaídos y flácidos, debido a la faena que le propiciaban sus compañeros de noche y la mala vida; a pesar de su mediana edad se conservaba relativamente bien exceptuando sus senos un poco ajetreados.
La noche para Enrique fue espeluznante, lo primero que le dijo Verónica al encontrarse por primera vez fue: “¿trajiste preservativo, amor?”. Enrique le contestó “¡no puede ser! Se me quedó en el carro”. Este que ya estaba desesperado porque el tiempo transcurriera rápido y por tener el encuentro sexual con la chica, y acabar de una vez por todas con las impetuosas ganas que ya empezaban a disiparse, dio un pique de 60 metros, este debido a la adrenalina de su desaforada carrera y debido a correr a gran velocidad no pudo discernir con certeza que por infortunio de su desazón había dejado las llaves dentro del carro.
Desafortunadamente para él se encontraba en una zona peligrosa de Bogotá y al percatarse enteramente de estos dos hechos no tuvo otra opción que llamar a la policía, Verónica estaba asustada, y algo enfurecida, no se lo pensó dos veces y se marchó porque según ella Enrique estaba un tanto salado, pero cuando llegaron los agentes estos lo primero que hicieron con él debido permiso de Enrique fue romper de un sopetón el vidrio del coche, el sensor de LEVIT se disparó y el coche como mecanismo de defensa empezó a saltar y a ir y venir de arriba abajo sin freno, justo como si tuviese vida propia. Éste, malhumorado por la frustración de su escasa suerte, desconchinflado, le empezaron a acribillar pensamientos de todo tipo, entre que divagaba, e iba y venía, empezó a recordar la mala noche que había pasado y por un simple medicamento que para él en ese momento le estaba acarreando tantos y tantos problemas uno tras otro.
A las 10 de la noche Enrique regresa a su hogar con el carro desmarañado y con un gesto de perro regañado, pero le daba algo de tranquilidad entre las penurias que no había malgastado su dinero y que él consideraba que era una de las peores iniciativas que había tomado en muchos años, pero por mala fortuna tenía que resarcir los daños del carro y pagarle la atención médica al agente que propició el golpe que se le incrustaron esquirlas del vidrio del carro.