El trayecto más oscuro

Capítulo 6

—¡¿Eh?! ¿Es broma? Díganme que sí —dijo Toto al término de la historia de su abuela—. Ma, dígame que es broma…

Su madre mantenía silencio, enojada mientras masticaba el guiso de fideos de último momento.

—Ya te dije, nene. Es la pura verdad —contestó Leonora—. No dudes de la belleza de tu hermana.

—¿O sea que me tengo que creer que un tipo de traje se quiere casar con el titán que tengo al lado? —no hubo respuesta—. Cambiando de tema, ¿cómo es que estabas a la tarde? —se refirió a su madre.

Orisma salió de su trance de mal humor y se dispuso a responder:

—Esta semana que viene voy a estar trabajando únicamente a la mañana en la casa de los Garrleno. Puede que el dinero no alcance otra vez —resaltó el problema—. Un día tienes trabajo y al otro día otra vez desde cero. Esta guerra de mierda… —dejó salir su enfado.

—Ah… Bueno, yo tengo mejores noticias. No sé si les interesa, o prefieren seguir con cara de culo.

—Nene —le llamó la atención Leonora—. A ver, cuenta.  

—En la metalúrgica me van a pagar un poco más, bastante más —Toto hizo una pausa al ver los ojos cansados de su madre revivir—. Lo malo es que voy a tener que entrar un poco más tarde al trabajo y, obviamente, voy a llegar tipo once y media a casa. Tenía pensado dejar de ir a la escuela —finalizó tan campante.

—De ninguna manera —sentenció Orisma—. Usted estudia, viene a casa y después se va para allá.

—Pero si en un año de nada me va a servir… —espetó Toto.

—No sabes eso.

—Sí que lo sé, todos en esta casa lo saben y usted también, ma.

—No vas a dejar la escuela, eso no se discute —reiteró Orisma, dando por finalizada la discusión.

No obstante, Toto no se iba a quedar de brazos cruzados. Mientras las mujeres de la casa limpiaban la mesa, Toto se desplazó sigiloso hacia el cuarto de su padre Celesios. Y tal como era costumbre, se encontraba centrado única y exclusivamente en su radio.

El tiempo que Celesios había pasado ciego le permitió aprender a escuchar mucho mejor su entorno. A diferencia de lo que uno se imaginaba, no solo oía su aparato, aunque era su actividad primordial.

—Hijo… —suspiró—. Yo te apoyo, la escuela no te va servir para nada en el campo de batalla. En ese lugar se necesita una sola cosa: los huevos bien puestos. Siendo mi hijo, estoy seguro que vas a ser una pesadilla, un hueso duro de roer. ¿Sabes qué quiero? Que me cuenten el apodo que te pongan cuando el enemigo se entere de la bestia que se unió a la fuerza militar de la República de Quirédano.

Esperó una respuesta con un catarro purulento.   

—Entonces… ¿le vas a hacer entender a mamá que la escuela no tiene sentido? —inquirió.

—Por supuesto, Tobeo —Celesios respondió sin dudarlo.

—Gracias, papá —se acercó para abrazarlo —. ¿Le puedo pedir algo? ¿No me contaría una anécdota de cuando estuvo en ese lugar al que te mandaron? ¿Cómo era que se llamaba?

Celesios sonrió. Le fascinaba que le pregunten algo de ese estilo, porque siempre estaba dispuesto a contar y a revivir su época, que, para él, fue las más gloriosa de su vida.

—Fue en la provincia: Río bifurcado. Quedé a cargo del pelotón del que formaba parte como un simple soldado raso. El sargento había muerto de un disparo en el entrecejo, y no miento, justo entre los ojos… Se llamaba… Ah, no me acuerdo ahora mismo. Lo habían matado a la tarde cuando el sol estaba en el punto más fuerte. Habíamos pasado todo el día a cubierto, en las trincheras. Ya para ese entonces nadie hacia guardia, no habíamos recibido fuego enemigo desde como hace dos días y ya parecía que nadie iba a venir. Por eso cuando el sargento Jeremías… Sí, Jeremías, ahí está. Bueno, el sargento se paró en un descuido y le volaron la cabeza. Los disparos acribillaron la tierra durante toda la noche. De vez en cuando respondíamos, pero con precaución, no teníamos tantas balas. En cambio, el enemigo parecía que tenía munición infinita los hijos de puta. De no creer. Y como te conté, yo había quedado a cargo de quince hombres sin contarme a mí. Todos querían que diera las ordenes. Estábamos sin comida, sin agua, con un calor insoportable, cada parte del cuerpo era una molestia. Entonces, cuando el sol parecía cocinarnos a fuego lento, se posó una nube que nunca nadie vio llegar, y nos empapo en una lluvia abrupta. La trinchera era una porquería mal hecha, se empezó a convertir en un charco de lodo, y mientras abríamos la boca para tomar algo del agua, el barro nos empezó a llegar a las rodillas. Entonces di la orden que nadie quería acatar. Salí del charco de lodo y grité: ¡Por Quirédano! Fue lo único que me salió decir, tenía los labios tan secos que me dolía modular, entonces para ahorrarme la tortura dije esas breves palabras y salí corriendo a campo abierto contra los que hace poco nos disparaban. No sé si es que se quedaron sin balas o que pasó, pero tardaron tanto en disparar que nos metimos en su territorio y los que terminaron huyendo fueron ellos. Me dejaron con un tercio del pelotón, pero ganamos la posición.

—¿¡En serio!? ¡Fua! —exclamó Toto, con los ojos abiertos de par en par.

El viejo largó una risa sincera de alegría y añadió:

—Jamás mentiría con algo así… le ganamos la posición. Hombres contra bestias… contra…

En eso, Hiena apareció por la puerta con el ceño fruncido.

—Dijo mamá que quiere hablar contigo —se refirió a su hermano—. Y está muy enojada.

Toto se fue con los pies hechos un plomo, arrastrando una cara larga hasta salir de la habitación. No pudo evitar hacerle una mueca a su hermana antes de perderla de vista.

—Mi feroz Hiena, ven con tu padre —dijo Celesios, invitándola a su lado, haciendo un lugarcito en la cama.

Hiena, quien había escuchado gran parte de la historia a escondidas, quería saber más sobre el tema. Con un poco de temor, se dispuso a averiguar:

—¿De verdad les ganaron a los… demonios? —se colocó junto a su padre y lo rodeo con los brazos.




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