La luna colgaba baja en el cielo, su luz pálida apenas suficiente para perforar la niebla que envolvía las calles de Eldarion. En el corazón del distrito de las Sombras, donde las casas inclinadas parecían conspirar entre ellas, un joven ladrón acechaba entre las sombras. Kaelion no era nadie para el mundo, y eso era justo como él lo quería.
Con una destreza que había perfeccionado desde la infancia, deslizó una daga de su cinto y forzó la cerradura de una puerta desvencijada. La información que había comprado en la taberna resultó ser correcta: el viejo mercader de artefactos había salido de la ciudad esa misma mañana. Nadie notaria la desaparición de un pequeño espejo entre su vasto botín. O eso pensaba Kaelion.
La habitación estaba abarrotada de objetos, cada uno más extraño que el anterior. Había cráneos tallados, esferas de cristal que titilaban con un brillo interior, y mapas escritos en lenguas que ni siquiera Kaelion, con su amplio conocimiento de lenguas clandestinas, podía descifrar. Pero lo que buscaba era claro: un pequeño espejo de borde negro, tan opaco que apenas reflejaba la luz.
Cuando sus ojos lo encontraron, sintió un tirón en su pecho, como si el artefacto lo llamara. Ignorando el escalofrío que recorrió su espina dorsal, lo guardó en una bolsa de cuero y giró hacia la salida. Fue entonces cuando lo sintió: una presencia, como si las sombras mismas estuvieran vivas.
—¿Crees que puedes tomar lo que no te pertenece?— La voz era baja, más un murmullo que un sonido, pero reverberó en las paredes de la habitación. Kaelion desenvainó su daga y retrocedió, buscando al propietario de la voz, pero no vio a nadie.
Un movimiento en el rabillo del ojo lo hizo girar, pero solo encontró más sombras. La niebla que había visto fuera ahora llenaba el cuarto, girando lentamente a su alrededor. Con el corazón martillándole en el pecho, Kaelion corrió hacia la puerta, sólo para encontrarla cerrada de golpe por una fuerza invisible. El espejo en su bolsa comenzó a emitir un calor que atravesaba el cuero, como si estuviera vivo.
De pronto, la niebla se apartó, revelando una figura alta envuelta en un manto negro. Donde deberían estar los ojos, solo había dos pozos de oscuridad insondable.
—El Trono ya no espera—, dijo la figura. —Tú has sido marcado, Kaelion.
Antes de que pudiera reaccionar, un viento helado lo envolvió, apagando las antorchas en las paredes. La habitación se llenó de una oscuridad absoluta y, en un instante, Kaelion cayó al suelo inconsciente.
Cuando despertó, estaba solo en el callejón exterior, con el espejo frío en sus manos. Pero algo había cambiado. Las sombras a su alrededor parecían más profundas, como si lo observaran. Y en el espejo, una línea de escritura que no había estado allí antes brillaba con un brillo tenue: “Todo comienza aquí.”
Kaelion no lo sabía, pero el destino acababa de elegirlo, y las ruedas de un juego antiguo comenzaban a girar.
Editado: 02.01.2025