MADDISON
En cuanto llegamos a la escuela, todo el valor que se comenzaba a extender por mi cuerpo cuando salimos de la casa se desvaneció por completo. Me hago pequeña en el asiento trasero viendo como las personas bajaban de sus autos de último modelo, otros llegaban como yo (los traían). Parecía que este nuevo ciclo escolar el estacionamiento se iba a llenar. El año pasado era raro que los alumnos trajeran su propio auto, por lo que el estacionamiento se veía un poco vacío, sin embargo, la gran mayoría parecía que había optado por venir en sus propios vehículos este año.
—¿Sabes? Creo que mejor nos regresamos a casa. Ya pensaré en una excusa para decirle a mi mamá porque fue que no asistí —hablé al momento en que me volvía a colocar el cinturón de seguridad y me aferraba a mi asiento.
Aún no estaba lista para encarar a todos, aún no podía superar ese incidente. Soy bastante cobarde, lo sé, pero me da bastante miedo estar rodeada de personas que solo murmuran cosas desagradables sobre mi persona o se burlan de mí. Prefiero evitarme todo eso. En el último año, me volví una persona bastante ansiosa y para mi muy mala desgracia eso trae muchas consecuencias.
El terror se comienza a propagar por todo mi cuerpo cuando veo a Gregory deshacerse del cinturón de seguridad y sale del auto. Mi corazón comienza a martillar fuertemente dentro de mi pecho. Empuñé mis manos sobre el dobladillo de mi falda negra de vuelo, la cual era parte de mi uniforme. Al verlo al lado de mi puerta, me quité el cinturón lo más rápido que pude, como si mi vida dependiera de ello mientras me recorría al otro extremo del asiento. No quería salir. No iba a salir.
—Señorita Madd —comenzó a decir y la puerta se abrió en un abrir y cerrar de ojos—. Estoy seguro de que no tardan en llegar.
Mis ojos se encontraron con sus ojos oscuros y me intenté tranquilizar al pensar en que estaría bien una vez que ellos lleguen, que nadie podrá acercarse a mí mientras ellos estén a mi lado, que nadie me podrá lastimar mientras estoy a su cuidado. Nadie podría hacerme nada, no cuando ellos estaban a mi lado. Pero ellos, aún no llegaban.
Con lentitud me comencé a recorrer hasta llegar a la puerta abierta, las dudas comenzaron a escalar por las puntas de mis dedos y al estar afuera el fresco viento me golpeó provocando que mi piel se erizara, extendí mi mano para alcanzar mi mochila para después colgármela sobre ambos hombros. Estaba aún nerviosa, pero seguí.
Tenía que ser valiente. Tenía que enfrentar todo lo que me aterraba de frente si no quería que me consumiera por completo.
Gregory cerró la puerta tan pronto estuve afuera para asegurarse de que no me arrepintiera y regresara al interior del auto en donde me sentía segura y protegida. Las risas y voces que charlaban a unos cuantos metros lejos de mí llegaron a mis oídos y mis pies en vez de avanzar retrocedían, un paso, dos pasos, tres pasos. Lo poco que había avanzado quedó en el olvido al verme oculta detrás de la gran espalda de Gregory. Lo escuché reír suavemente mientras se daba la vuelta y flexionaba sus rodillas para que su cara estuviera al mismo nivel que la mía.
Quizás ante sus ojos volvía a ser esa pequeña niña miedosa que se negaba a entrar al kínder por miedo, mientras que los demás niños entraban alegremente a ese lugar extraño. Sus manos tomaron mi rostro con cuidado y una sonrisa amable y de compasión se dibujó en su rostro, pero esa simple expresión solo me provocaba ganas de llorar.
—Tú puedes. Recuerda, estás en el último nivel, ya nadie puede herirte. Te esforzaste mucho para llegar aquí, así que avanza y no te detengas —sus palabras consolaron a mi pobre alma que rogaba por salir de mi cuerpo y escapar lo más lejos que pudiera.
Asentí con la cabeza lentamente, aun sin estar muy segura de lo que estaba haciendo. Se enderezó y se hizo a un lado dejando el camino libre para mí, solté el aire que estaba conteniendo en mis pulmones y mis pasos comenzaron a notarse, tomé con más fuerza de la necesaria las correas que sobresalían de mi mochila y sin mirar atrás atravesé el gran arco de piedra que era la entrada de la preparatoria mientras que el piso era de cemento y en el centro tenía el escudo de la escuela. La escuela tenía un aire de ser un castillo, ya que contaba con cuatro torres que la hacían lucir como si estuviéramos en la edad media. Toda la estructura era de piedras de diversos colores, entre ellos reinaban: el café, negro y gris.
Me permití alzar la cabeza y vi la gran lona que se extendía a lo largo de la entrada para ingresar al interior que decía: «Bienvenidos a su primer día de este nuevo ciclo escolar, alumnos». Al terminarlo de leer centré mi atención a mis alrededores, chicos que habían estado en mi curso el año pasado estaban recargados sobre sus autos deportivos junto con chicas que también recuerdo, un grupo mixto de adolescentes se encontraban sentados a un lado de las escaleras dejando espacio para las personas que fueran a pasar y no los molestaran. Un par de chicos estaban jugando con un balón y uno que otros simplemente se quedaban viendo algo que no sabía que era exactamente.
Todos estaban tan sumidos en sus propios mundos que yo no existía. El alivio comenzó a recorrer mi cuerpo lentamente mientras seguía caminando. Nadie me prestaba atención, nadie tenía los ojos sobre mí, era invisible ante ellos de nuevo.
Una semana antes de entrar, desactivé todas mis redes sociales para que la ansiedad no se disipara por todo mi cuerpo; sin embargo, los nervios de ser otra vez el centro de atención o de burlas me hacen querer huir de este mundo que no tiene ni una sola pizca de piedad por absolutamente nadie.
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Editado: 16.01.2025