El Último Aliento (regresa el 25 de febrero)

05. Una excusa.

CONAN.

Mantenía uno de mis brazos detrás de mi cabeza, mientras que con el libre aventaba una pequeña pelota del tamaño de mi mano que tenía el diseño de una de básquet; sin embargo, mis pensamientos estaban en otro lugar, o mejor dicho, en una cierta personita que tenía nombre y apellido. Atrapo nuevamente la pelota en cuanto cae y la dejo a un lado, aún pensativo.

Desde que fue Caleb por ella al lago no he sabido nada, ni siquiera me mandó un mensaje para avisarme de que ya había llegado a su casa sana y salva, pero no me tenía que preocupar. Después de todo, estaba con su papá y era la persona que jamás dejaría que algo malo le pasara a su hija menor.

Cierro los ojos con fuerza recordando cosas que son inservibles en este momento, cosas que pasaron en mis vacaciones y que sin duda alguna no quería que invadieran mis pensamientos y alejaran el adorable y hermoso rostro de Madd.

El móvil que permanecía sobre mi pecho vibró por alguna notificación que me llegó. Lo alzo para ver de lo que trataba y la pantalla se desbloquea al instante que reconoce mi rostro. Era un mensaje de Albert, ruedo los ojos al ver lo que me decía y una punzada de culpabilidad azotó mi cuerpo, pero ese sentimiento no dura mucho.

Hace siete meses estaba en uno de mis peores momentos, por alguna razón había caído en cosas que jamás me imaginé consumir y mucho menos participar en cosas ilegales, pero de algún modo tenía que descargar todo lo que estaba sintiendo y eso era golpear a otros. Al principio lo hacía con personas que realmente me molestaban y se metían en mi camino por una extraña razón, pero una semana después me encontraba arriba de un ring lleno de gritos eufóricos y apuestas. Al principio todo eso me pareció fantástico, la adrenalina que recorría mis venas me hacía sentir vivo otra vez. Ahí no era el hijo mayor del prestigioso abogado Manuel Brown, el cual trabajaba en uno de los mejores bufetes de la ciudad y cotizaba una gran cantidad de millones de dólares anualmente.

Era libre de hacer todo lo que quisiera sin temerle a las consecuencias. Albert me “encontró” y me ofreció un gran trato. La mitad de las ganancias iban a ser mías si es que ganaba las pelas y en cada una en las que participé gané. No era como si necesitara dinero, pero nunca estaba de más tener dinero extra sin que tener que pedirles dinero a mis padres o suplicarles para que me dieran un poco de su inmensa fortuna.

Ya no quería seguir involucrándome en esas cosas, ya las había superado con mucho esfuerzo y él lo sabía perfectamente. Quería que toda esa mierda se quedara en el pasado, no quería volver a experimentar aquel sentimiento que invadió mi cuerpo por completo cuando mis ojos se encontraron con los suyos. El simple hecho de que me haya visto en esa faceta tan horrible era motivo suficiente para enfrentar todos los malditos demonios que se burlaban de mí y eliminarlos por completo. Y lo hice.

Otro mensaje llegó y lo leí con pesadez y aburrimiento. No entendía, ¿verdad? Hace más de cuatro meses que no me subía a ese ring y así quería permanecer.

Albert: A las ocho, en punto en donde siempre, no me falles, niño. Cuento contigo. Será una gran noche.

Conan: Lamento matar tus esperanzas y expectativas de esta noche, pero como te lo había dicho meses atrás, ya no volveré a involucrarme en peleas ilegales ni en otra mierda. Hasta aquí llegué.

Sin esperar a que me respondiera, bloqueé su número y mis ojos se fueron a una pequeña caja de color morado que traje conmigo. Siempre que me iba de vacaciones con mi familia, traíamos recuerdos para nuestros amigos. Traje un par de cosas para los gemelos y otras para Madd. Se los iba a entregar este fin de semana, pero quería ir a verla (a pesar de que apenas habían pasado unas cuentas horas de que estuve a su lado), así que el regalo sería una gran excusa para ir a su casa.

Con ese pensamiento en mente salí de la habitación con el regalo en mano y comencé a bajar las escaleras de manera apresurada, como si me estuvieran correteando para que me apresurara a bajar.

La plata baja estaba en total silencio, lo que se me hacía extremadamente raro. La mayoría de las veces estaba llena de voces de los empleados o incluso de charlas que tenían con mi madre o los regaños que le daba a mi hermano menor por entrar a la casa, todo empapado cuando salía de la piscina. Pero ahora no había ningún ruido.

Sin tomarle más importancia, me deslicé por el gran tramo que me separaba de la puerta principal y cuando estaba por alcanzar mi objetivo junto con las llaves de mi nueva Jeep (la cual le rogué a mi padre para que me la comprara porque me había cautivado, pero él se negaba a comprarme otro vehículo cuando apenas me habían comprado la Raptor, sin embargo, la quería más que nada y tuve que ponerme de rodillas haciendo un lado mi orgullo y entonces me la compró) la suave voz de mi madre resonó en el lugar vacío y me detuve de inmediato.

—¿A dónde piensas ir, Conan? —Interrogó. Mis hombros se tensaron al momento en que esa pequeña alerta que estaba en mi cabeza se activó—. Cuando llegaste todo empapado, no te detuve, pero ahora quiero que me digas qué fue lo que sucedió y el porqué Larry hizo eso.

Tenía la puerta a menos de un metro de distancia, pero de repente se alejó tanto que parecía estar mucho más lejos de mí. Giré sobre mis talones encarándola, sus ojos zafiros me veían sin una pizca de compasión por lo que habíamos experimentado, todo lo contrario, lucía molesta y eso me daba miedo.




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