Noviembre de 1888
Espuma. La espuma que se puede observar en los océanos y, sobre todo, al romper las olas en la costa, se igualan a la paz y a la belleza del lugar, por lo general te transporta a vidas pasadas, pero que si salen de la boca de una persona al tomar un poco de sopa, a la mitad de una cena familiar, te lleva a vidas futuras. Sí, todo dependerá del contexto, esta espuma nos lleva a la preocupación. La señora, Rose Baltimore me miraba asustada, con la sospecha que tenemos nosotros al pensar que ella podría morir. Mi madre toca su cuello para detener la espuma, sus pulmones buscan aire, sus piernas tiemblan y cae al suelo al reconocer lo que le sucedía. Ante toda la escena, no logro escuchar nada, aun, si todos se mueven para socorrerla. Ella había sido envenenada y mi padre, no lo asimilaba. La sirvienta se marcha primero haciendo eco con sus zapatillas, y mi hermano menor aguanta la cabeza de nuestra madre mientras mi padre le da instrucciones.
—Padre —confía Alan.
—No puedo hacerlo, Alan —contesta Daniel. Mi padre puede ser el gran doctor, pero es nervioso cuando toca auxiliar a un familiar.
Cuando reacciono, mi padre desaparece mientras que Alan sostiene a nuestra madre. En menos de un minuto, ya estaba Rose dentro de una carroza para ir a la clínica más cercana, aquella a la que tal vez no lograrían llegar, pero la esperanza era más fuerte que el no hacer nada.
—Daniel, cuida de mi hermana. Yo me encargo de la casa y de los niños —observo a mi tía, que se despide, mi padre asiente con la cabeza. Ella no sale de la puerta hasta que pierde de vista la carroza. Respira hondo y se voltea a verme.
—Tu sabes quien ha provocado esta situación —logra decir.
Se dirige a la cocina para reprender a la sirvienta. Mi tía, a pesar de estar acostumbrada a la muerte, reacciona muy fuerte, por lo que, si mi madre llegase a morir es capaz de incendiar todo por coraje.
—Tía Emily ¿qué sucede? —pregunto calmada.
—Ha sido ella —una mirada penetrante yacía en su rostro.
—Tía Emily, por favor. Ella subió a verificar a los niños.
—Con más razón, deberían alejarla de esta familia —Emily se dirigía a las escaleras para reunirse con sus hijos, pero la detuve.
—Tía —la agarro de la mano—, si usted viene a nuestra casa a mandar por encima de nuestra familia, la próxima persona que se tendrá que ir de aquí será usted —dije en tono amenazante. Ahora —le doy mi brazo para que me siga—, tomemos el té.
Ya han pasado unas horas desde que se fue Rose, Alan y Daniel, ¿Cuánto tiempo tomara saber de mamá? Con una mano Emily limpia sus lágrimas y con la otra toma su taza de té mientras ve el fuego de la chimenea. En mi cabeza se sigue repitiendo la escena una y otra vez, pero estoy segura de que Sissi no tiene nada que ver.
—Ha sido ella —dice temblando.
—¿Quién? —se de quien está hablando, pero pregunto para que se eche para atrás con el asunto.
—La anormal sirvienta que tienen ustedes. He visto como mostraba su sonrisa al ver que tu madre ansiaba probar la sopa —dice alterada. Ella huyo cuando tu madre estaba en el suelo muriendo, y si algo le llegase a ocurrir a Rose, esa anormal no vivirá aquí, pelearé para que se le dé el día de su muerte.
—No piense así, Tía. Victoria ha dicho que ella se ha comportado muy amable, y lo ha sido con todos. Todos aquí la aprecian.
—Qué cosas ella tendrá con el joven. No convenía ni tan siquiera estar en esta familia —sigue hablando sin escucharme.
—¿El joven?
—Pero jovencita Annie, ¿no se ha dado cuenta de las veces en que Sebastian y ella han hablado? Siempre se alejan de la familia para hablar. ¿Qué es tan importante que solo ellos dos saben?
—¿Qué está insinuando?
—Que no es la primera vez que mujeres como ella cometen equivocaciones en la cocina. No se pueden confiar en personas que pertenecen al circo.
—Tía Emily...
—Hablando de tu hermano —me interrumpe—, ¿dónde se encuentra, Sebastian? Tiene que saber lo que ha ocurrido—. Hay que avisarle —se muestra intranquila, no deja de mirarme.
Escuchamos una puerta cerrarse a la distancia.
—Debe ser él —me dirijo al pasillo, pero escucho un fuerte pisoteo en las escaleras, no logro ver quien ha entrado a la casa, y luego, un sonido compacto logra repetirse varias veces. ¡Son disparos! —me echo hacia atrás y corro hacia Emily, quien habia dejado caer la taza del susto.
—Annie, mis dos hijos están ahí. Fueron cinco disparos. ¡Cinco! —pone un puño en el pecho—. Dios, ten misericordia de nosotros —Emily junta sus manos al modo de rezar y solloza pidiendo la vida para sus hijos, no soportaría perder a otro.
Me echo hacia atrás junto a Emily al escuchar unas enérgicas pisadas que iban a nuestra habitación. Era de esperarse. Volvió la única persona que me vio crecer, que creyó en mí y mostró que valía la pena dar a conocer mi voz.
Se encontraba frente a nosotras, apuntando su arma a la hermana que tanto quiso proteger. El disparo hacia Emily fue tan rápido que no pude cerrar los ojos, y cuando los cerré, yo ya me encontraba en el suelo manchando la alfombra de sangre.