—Srta. Irazoky, que bueno encontrarla —sobresalto al escuchar a un empleado dirigirme la palabra—, los invitados y la comida están esperándola en el Crystal Ballroom.
Miro sus labios sin prestar atención a sus palabras, mi rostro parece confundido, lo observo a él y a todas las personas que van entrando a sus habitaciones.
—De repente, el pasillo tiene gente.
—Acaba de terminar una celebración en el Salón Rojo.
No contesto, desvío la mirada.
—¿Está usted bien, Srta.?
—¿Disculpe?
—Quiero decir que está más pálida de lo que es, si me permite decirlo. ¿Se encuentra bien hoy?
—Richard.
—Si —contesta interesado.
—¿Había alguna reparación pautada para los ascensores en estos días?
—No.
—¿Y no han informado algún problema con ellos en el día de hoy?
—No. Los empleados deben estar conscientes de toda reparación en el hotel para ofrecerles una mejor comodidad y seguridad a nuestros huéspedes, si el ascensor tenía una reparación, nos informarían—. ¿Ha pasado algo?
—Olvídelo —dudo— ¿sería tan amable de acompañarme hasta el Crystal Ballroom? —saco un par de billetes para entregárselo, y me agarro a su antebrazo.
—Como desee.
Me despido de Richard al bajar por la hermosa escalinata Me dirijo al salón de actividades, en el camino me encuentro con que hay mucha gente. Paseo cerca de una mesa revuelta con jóvenes de diferentes nacionalidades, el único acto que pude hacerles fue mirarlos por encima del hombro cuando simplemente he querido sonreírles. Aunque la buena educación es primordial en la familia Irazoky, soy yo quien ha demostrado tener un comportamiento inadecuado, y no es por ser malcriada, —para mí el tormento suena más divertido que pertenecer a este tipo de buenas costumbres —. Continúo mi marcha en silencio, evitando el contacto de piel con las demás personas.
Escucho mi nombre a mis espaldas y centro mi vista inconscientemente en una mujer de vestido verde olivo, mostrando su desnuda espalda, sonriendo con tal notoriedad a mi padre.
—¿Se te ha perdido el violín, Sissi? —me percato de Beatrice.
—¿Se te ha perdido a Hank, Beatrice?
—¿Tu padre? No lo creo —me sonríe y en un movimiento apresurado se toca el cabello y verifica que su vestido color crema muestre su cintura.
—¿No? Creo que esta coqueteando con la mujer de olivo —nos hacemos cómplice.
—La mujer de olivo es la Sra. Praagh —suelta en un suspiro—. Una mujer encantadora.
—¿De qué hablarán tanto? Únete a la conversación.
—No lo culpo, Sissi. Yo igual merezco espacio.
—¿Y quién es ese hombre? —disimulo mi interés al ver un chico alto entrar al salon.
—¿El? Es el hijo de la Sra. Praagh. Qué casualidad, él y su padre vienen hacia acá. —contesta en bajo tono.
—¿Es hijo de la mujer de olivo? —sorprendida respondo.
—Sorpresa —abre sus ojos de forma sarcástica. ¿Ya te gusta?
—No, no podría enamorarme del hijastro de mi padre.
—Sissi, por favor. No seas tonta —me da un codazo. Saluda y nos vamos.
Se acerca un hombre bajo y barrigón acompañado de un joven alto y muy apuesto. Me atrevo a confirmar lo apuesto que es, pues su cabello está perfectamente ondulado, y eso me encanta.
—Caballeros —Beatrice extiende su mano para saludar—, espero que se encuentren cómodos en este espacio, tengo entendido que, a usted, Sr. Praagh le incomodan estos lugares. Puedo comprenderlo, pero como todo, debemos seguir avanzando.
—No, desde lo que ha ocurrido la semana pasada. Una cosa atroz.
—Si —Beatrice alarga la palabra—. Sabes, no tenemos que hablarlo.
—Eso, Sra. Irazoky, lo entiendo a la perfección.
—¿Es este el joven Praagh? Esta muy alto. Recuerdo cuando era un niño.
¿Qué? ¿Desde cuándo se conocen?
—Nichols Praagh, un placer.
—El placer es mío. No se si recuerdan a mi hijastra, Sissi Irazoky.
La atención se centra en mí. Intercambio miradas con el Sr. Praagh, ignorando a su adorado y ejemplar hijo.
—A veces es tímida.
¿Gracias Beatrice? ¿Y desde cuando no tengo voz? Bien, has sentir al joven Praagh como si el no te importara.
—¿De verdad? He oído que ella es muy orgullosa —se percata por fin de mi existencia.
—Algo así —respondo con rapidez. Ni me di cuenta de que mi lengua se había movido.
—Si —arrastra la palabra, e intercambia la mirada con Beatrice—. Ya veo, no tiene que haber amor, son negocios —me mira de arriba hacia abajo, como si yo fuese un problema.
—Sobre eso, habrá tiempo —Beatrice le responde de manera seca.
Confundida los observo hablar como si yo me hubiese perdido una línea de conversación. Beatrice me observa y pregunta por una cuestión que ni el diablo desea enterarse.
—Beatrice, te lo van a quitar —digo sin pensar cuando le observo su lápiz labial rojo. Beatrice deja de hablar e intercambia miradas con el Sr. Praagh y conmigo. Su cara vale un millón. Despierto del inadecuado comentario.
—Ella sorprende cuando usted no se lo imagina —Beatrice da una risa incomoda.
—¿De verdad? ¿Cómo he de saberlo? —muestra sarcasmo y se va cojeando hasta donde su señora, alejándose de nosotras dos.
—¡Sissi!
—Ya. No era mi intención —interrumpo—. Beatrice se muerde los labios avergonzada y me deja sola.
Todos comenzaron a sentarse en sus respectivos asientos mientras iban llegando al Crystal Ballroom. Al ser un salón enorme, pude percatarme de cuantos amigos mi padre había hecho con el tiempo, a pesar de todo lo que él había ocasionado antes de ser un Irazoky. Me recuerda que su historia podria hacerme dano en el futuro y que cuando alcance la altura de ser una verdadera Srta. Irazoky, la prensa me hará añicos por sus incidentes, y no lo dudo.