Frank se ha marchado, pero no pude despedirme de Dimitri.
Me dirijo a mi cuarto, molesta, incapaz de hablar y pensando en el motivo de las cosas. ¿Que tenía que hacer para que podamos ser felices todos? sin interrupciones, sin presiones, solo vivir como se debe.
—Contraté consejeros que puedan ayudarte en tu vida y puedas ser alguien diferente. ¡Lo tenías todo! ¡Y lo has echado a perder! —me sigue.
—¿Yo? —me detengo cuando se me acusa— Estamos en el siglo 21, año 2017, ¿crees que todavía estamos en una época en la que las jovencitas como yo debamos agradecer por lo que haces sin preguntarme?
Abro la puerta de mi habitación y Hank entra en confianza. Entramos histéricos, alzando la voz, restregando de una puta vez nuestras verdades.
—¡Deberías bajar la voz! —interrumpe Hank molesto. Te recuerdo que tenemos invitados especiales, podrías de una vez comportarte como lo que eres, adulta, además, Irazoky.
—¿Crees que porque me has dado la comodidad que nunca acepté debería agradecértelo? ¿Quién te crees que eres? —ignoro sus próximas palabras.
—¡Soy tu padre! —grita con furia.
—No —me atrevo decir —, no te atrevas a creerlo.
—¿Y todo lo que te he dado?
—¡Nada! Despediste a dos grandes hombres, hacían tu labor de padre. Mi más fiel músico y mi psicólogo, era obvio que confiaría en ellos. ¿Para qué quieres saber sobre que hablaba con Frank? ¿Qué deseas saber? ¿Quieres juzgarme y saber si saldré igual a mamá?
—No menciones a tu madre aquí.
—No te hagas el correcto, Hank. Quieres saber el motivo de lo ocurrido en España, ¿presenté algún síntoma que te recuerde a Emily?
—¡Sissi! —grita Hank al sentirse presionado. Su celular no para de sonar.
Miro al techo y solo quiero que se largue de mi habitación.
—¿Entonces?
—¿Qué? —pregunta Hank molesto, olvidando por completo de como comenzó esta discusión.
Tomo otro respiro y mantengo la mirada.
—¿Por qué los trajeron?
—Necesitabas ayuda —espeta Hank.
—¿Ayuda en qué? —miro confusa— Estoy bien.
—¿Escuchas eso? Es la puerta. Alguien debería ir a abrirla —pone sus manos en la cintura como forma de derrota mientras atiende la llamada.
Al abrir la puerta, el empleado se sobresalta del susto a mi actitud.
—Sissi, he buscado a Hank y no lo encuentro, ¿sabe dónde...?
—Si, está aquí. Y cuando puedas, sácalo de mi habitación —lo interrumpo.
—Señor, la señorita Easton solicita su presencia —escucho mientras me voy alejando.
Una vez en la azotea, escucho unos golpecitos en una de las mesas, había un niño de unos cinco años, comiendo. Observo a mi alrededor, pero no hay nadie. No hay ningún adulto cerca. Solo el y yo. ¿Un niño solo en la azotea de un hotel? Cuando vuelvo a mirarlo, ya no estaba ahí. Balbucea y llama a su madre una y otra vez, su rostro rojo muestra el desespero de su soledad.
—Oye, espera. Tengo comida para ti, o puedo abrazarte —trato de llamar su atención, pero sigue llorando y caminando cerca del borde—. ¡Ay, por Dios!
No sé si lo alteré, pero vi miedo en sus ojos antes de caer. Su llanto se escucha hasta que se detiene con un fuerte golpe. El grito de unos transeúntes da aviso de la escena. Me acerco con la adrenalina al tope, como si hubiese esperanza para sostenerlo, pero no había nadie. Ni un niño, ni una mujer. Solo el viento que rugía. Me mareo por pensar solo en cómo hubiera estado ese pequeño cuerpo allá abajo. Miro mis manos temblorosas, no había pensado si la manija de la puerta podría ser antigua y que recuerdo haber visto este lugar con un muro de seguridad. Si, he de suponer que se trata de otra visión.
Sigo mareada, con la garganta seca y el frío abrazándome. El impacto y la manera en que todo se vivió y se escuchó, fue suficiente para olvidarme de todo y volver a mis recuerdos de España. ¿Y si yo hubiera hecho algo, esa niña hubiera vivido?