El Último Dios

Capítulo 1, parte 7: La primera de muchas lecciones.

Merryl.

Rosea, o bueno, el nuevo territorio que denominamos así, es relativamente tranquilo. Los prados y los colores predominan de una manera sobrecogedora. Aunque, he de admitir, que es agradable que la vista pueda percibir más allá de unos cuantos metros. No me malinterpreten, amo los bosques de Bellum; pero este lugar también tiene cierto encanto.

—Mal, tu centro de gravedad está mal.

Merryl estaba en el piso, tirado de espaldas. El entrenamiento de los ocasos lo dejaba exhausto. La espada de práctica seguía siendo pesada para su corta edad, pero se esforzaba. Su entrenamiento ya rendiría sus frutos.

Al frente del carro, el padre de Merryl cocinaba con mucha alegría. Entonaba una canción con un silbido melódico. Solo con el sonido podía saber qué hacía mal su hijo en cada movimiento.

—¿Puedo descansar? —preguntó Merryl—. Necesito beber algo de agua.

—Una última serie, y esta vez arregla tu centro de gravedad —dijo Mer con una sonrisa.

Merryl se puso de pie, y empezó a hacer su ejercicio una vez más. Golpe, bloqueo, esquive. Estocada, bloqueo, voltereta. Y otra vez. Estaba empezando al fin con su entrenamiento, eso lo tenía motivado, era como si fuera un caballero. Merryl a esa corta edad soñaba con tener alguna aventura. Correr y salvar a la gente, capturar bandidos y que todos gritaran ante el caballero de armadura que hiciera esas hazañas, ósea el mismo.

Mientras seguía practicando, el padre de Merryl le tomó del hombro y le tendió un plato de greda de un contenido líquido y humeante. Su olor, como siempre, el mejor que alguien pudiese imaginar.

Merryl vio a su padre. Él era alto en contraste con la altura de Merryl. Tenía una mirada empática junto a un buen corazón. Su pelo corto de color rubio contrastaba con su barba de un día de color café oscuro. Vestía de forma sencilla, sin muchas pretensiones. Lo más llamativo era una chaqueta holgada de color suave que solía usar sobre todo lo demás.

Los ojos de su padre se posaron en él.

—Vamos, ya es suficiente, ¡es hora de comer! —dijo Mer.

Padre e hijo se sentaron frente a una carreta ubicada en una inmensa pradera que se extendía a lo largo. Al lado de ellos, los caballos miraron divertidos a sus dueños. Mer miró a los animales con solemnidad, y estos devolvieron el gesto.

—¿Cuánto camino nos falta? —preguntó Merryl, mientras comía de su sopa.

—Mañana llegaremos a la capital de Rosea un poco después del mediodía —respondió su padre, comenzando a comer—. Quizás podríamos llegar un poco antes si nos despertamos temprano, pero dudo que ninguno de los dos quiera eso —dijo riendo.

Merryl sonrió y comenzó a comer con entusiasmo. Era la primera vez que salía de Bellum, su reino natal. Ya quería ver a Rosea, el «Reino de las Flores». Aunque también quería seguir entrenando un rato más. Un cúmulo de emociones propias de un niño.

¿Y quién podría negarle que era un buen viaje? Durante las mañanas dirigía el carro junto a su padre. Era un buen pasatiempo ver el camino y las piedras pasar por debajo. Era también bueno ver los cielos despejados sobre las grandes praderas llenas de flores de Rosea.

En las tardes, estudiaba junto a su padre, un poco de todo. Ciencias, historia, lengua y aprender a leer mapas, entre otras cosas. Era un poco aburrido para Merryl, pues lo que le importaba era el entrenamiento.

En los ocasos se dedicaba a levantar su espada de práctica y moverse por todos lados. La mayoría de sus movimientos eran poco precisos e incluso malos. Pero, aun así, se llenaba de adrenalina y de ideas variadas. Fantasías propias de un niño que soñaba grandes cosas.

—¿Sabes que va a haber un festival en Rosea? —comentó Mer, deteniendo a su hijo en su intento por comer más rápido.

—Un… ¿qué? —dijo Merryl con tono curioso.

—Un festival —dijo su padre con una pequeña risa—. Es una gran celebración donde mucha gente baila, ríe, bebe y muchas cosas más. Este festival es para celebrar la cosecha. Celebran una vez al año, y atrae a mucha gente de todo el mundo. Es todo un evento, aunque las cosas no le estén saliendo tan bien.

—¿Entonces por qué celebran? —preguntó Merryl, con más curiosidad.

—Es un poco complicado. El festival atrae a mucha gente con dinero, especialmente gente que gasta demasiado —bromeó Mer—. Pero también trae felicidad a la gente, ahora que están pasando por un mal momento es algo necesario.

Merryl no entendía mucho el término «economía», ni por qué era bueno que gente llegara con dinero a una ciudad a gastarlo. Pero le entusiasmaba la idea del festival, sonaba como algo genial y divertido.

Ambos terminaron de comer.

El padre de Merryl fue a verificar que las provisiones estuvieran en orden, y Merryl tomó su espada de práctica una vez más. Volvió a repetir sus ejercicios antes de dormir.

Al día siguiente su pequeña carreta llegaba a Rosea. Un campo de color verde claro, como si una luz proviniera de la cosecha, daba la bienvenida. El Gran Campo era un orgullo para el reino. Junto a un buen clima daban los mejores frutos y comida, que eran la principal forma de vivir de esta parte del mundo. Más allá se podían ver las murallas de la capital: altas y de un color amarillento, se levantaban protegiendo a la ciudad inmensa y colorida.

Frente a la ciudad, una inmensa fila de personas esperaba entrar. Eran un grupo de lo más diverso. Se podían ver varios soldados y nobles esperando en sus carruajes ostentosos. A varios lados del camino, se podían ver artistas de vestimenta extravagante que pintaban, cantaban y danzaban. Había incluso grandes fogatas donde grupos se reunían para hablar y comer. Por la vestimenta de todos ellos, venían de todas partes del mundo. Quién sabe cuánto recorrieron para llegar a esa festividad.

Merryl y su padre avanzaron junto a su carreta más humilde entre todas las personas. Mer se rascó la cabeza y decidió esperar un poco. Después de todo, tenía algo de prisa, pero no la suficiente.




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