Jhon salió de la casa y el aire nocturno lo golpeó como una bofetada húmeda. No había luna, solo un cielo negro con estrellas que parecían demasiado lejanas para importar. El viento soplaba entre los edificios vacíos, levantando polvo y basura que se arremolinaban en pequeños torbellinos antes de desaparecer. Jhon caminaba despacio, sus botas resonando contra el asfalto agrietado. No miraba atrás. Nunca miraba atrás.
El mundo estaba muerto. No quedaba nada más que mujeres y él. Un hombre solo no podía llenar el vacío que el parásito había dejado, pero era lo único que quedaba. Cada paso que daba lo acercaba a otra puerta, a otra mujer, a otro intento por mantener algo vivo. No sabía si funcionaría. No sabía si importaba. Solo sabía que tenía que seguir moviéndose.
La siguiente casa estaba al final de la calle, una estructura baja con las ventanas tapiadas y una puerta que colgaba de un gozne. Jhon tocó el timbre, aunque sabía que no funcionaba. Esperó. Dentro, escuchó pasos lentos que se acercaban. La puerta se abrió y apareció Carla, su cabello corto y desordenado enmarcando un rostro que no mostraba emoción alguna. Lo miró sin decir nada, luego se hizo a un lado para dejarlo pasar.
Dentro, la casa olía a humedad y a algo dulce que flotaba en el aire. Había velas encendidas sobre la mesa, su luz temblorosa proyectando sombras largas en las paredes. Carla lo llevó a la sala, donde un sofá viejo ocupaba el centro. Se sentó frente a él, sus piernas cruzadas, sus manos apoyadas sobre las rodillas. Jhon la observó. No había nada en su expresión que indicara lo que pensaba o sentía. Era como si hubiera aprendido a borrar todo rastro de humanidad de su rostro.
—¿Por qué sigues haciendo esto? —preguntó ella después de un rato. Su voz era plana, sin inflexiones.
Jhon no respondió de inmediato. Sabía que no había una respuesta que pudiera satisfacerla. No había una razón que pudiera explicar por qué seguía caminando de puerta en puerta, follando con desconocidas, tratando de mantener viva una especie que probablemente ya estaba muerta. Pero eso no lo detenía. Algo dentro de él seguía empujándolo hacia adelante.
—No tengo elección —dijo al fin, su voz igual de plana que la de ella.
Carla lo miró durante un momento, sus ojos fijos en los de él. Luego bajó la mirada y se inclinó hacia adelante, sus codos apoyados sobre las rodillas. Jhon no dijo nada. Sabía que ella no esperaba una respuesta. Ninguna de ellas esperaba una respuesta. Solo querían hablar, tal vez para sentir que aún eran algo más que recipientes para su semilla.
—¿Te preguntas si vale la pena? —dijo Carla después de un rato, su voz apenas un murmullo.
Jhon no respondió. No sabía si valía la pena. No sabía si algo de esto tenía sentido. Solo sabía que cada vez que cerraba los ojos, veía caras. Caras de hombres que habían caído, caras de mujeres que lo miraban con esperanza, con odio, con indiferencia. No podía detenerse. Si se detenía, todo terminaba.
Carla se levantó del sofá y caminó hacia él. Se sentó a su lado, tan cerca que sus piernas se rozaron. Jhon no se movió. Sabía lo que venía. Sabía lo que ella quería. Carla lo miró, sus ojos buscando algo en los de él. Jhon no apartó la mirada. No había nada que ocultar.
Ella lo besó. Fue rápido, casi violento. Sus manos buscaron su cuerpo, sus dedos clavándose en su piel. Jhon no se resistió. No había razón para resistirse. Esto era lo que hacía. Esto era lo que debía hacer.
Cuando terminaron, Carla se quedó quieta, su cabeza apoyada en su pecho. Jhon no dijo nada. No había nada que decir. Solo esperó, escuchando su respiración lenta y constante. Después de un rato, ella se levantó y caminó hacia la ventana. Miró afuera, hacia las calles vacías, hacia el mundo que ya no existía.
—¿Crees que alguna vez volveremos a ser lo que éramos? —preguntó sin mirarlo.
Jhon no respondió. No sabía si volverían a ser algo. No sabía si eso importaba. Solo sabía que tenía que seguir moviéndose, seguir intentando. Carla no dijo nada más. Se quedó junto a la ventana, su silueta recortada contra la luz de las velas.
Jhon se levantó del sofá y caminó hacia la puerta. Carla no se movió. No lo miró. Sabía que no había necesidad de despedidas. Cuando salió, el aire nocturno lo golpeó de nuevo. Caminó por las calles vacías, sus pasos resonando en el silencio.
La siguiente casa estaba a unas cuadras de distancia. Jhon no sabía quién estaría allí. No sabía si importaba. Solo sabía que tenía que seguir moviéndose. Las puertas se abrirían, las mujeres lo recibirían, y él haría lo que debía hacer. No había otra opción. No había otro camino.
El viento soplaba entre los edificios vacíos, levantando polvo y basura que se arremolinaban en pequeños torbellinos antes de desaparecer. Jhon caminaba despacio, sus botas resonando contra el asfalto agrietado. No miraba atrás. Nunca miraba atrás.