El fuego crepitaba bajo el cielo oscuro, las llamas lamiendo la madera seca mientras las mujeres seguían moviéndose alrededor de Jhon. Sus cuerpos giraban y tropezaban, risas entrecortadas escapando de sus labios. El vino corría por sus venas, aflojando lo que quedaba de sus inhibiciones. Jhon las observaba desde su posición, recostado contra la roca, su cuerpo pesado por la pelea anterior. No decía nada. No había necesidad.
Yoleida fue la primera en acercarse. Se dejó caer a su lado, sus rodillas golpeando el suelo con un ruido sordo. Su cabello estaba desordenado, mechones pegados a su frente por el sudor. Miró a Jhon, sus ojos brillantes pero sin foco. Parecía estar buscando algo en él, algo que no podía nombrar.
—Perdónanos —dijo, su voz apenas audible sobre el sonido del fuego. Acercó su rostro al de él, sus labios rozando su oreja. Olía a vino y a sudor.
Jhon no respondió de inmediato. Sabía que no debían haber salido de la ciudad. Sabía que el peligro era real, que el parásito siempre estaba acechando. Pero también sabía por qué lo habían hecho. Este mundo les había arrebatado todo. Lo único que les quedaba era el instinto de aferrarse a cualquier cosa que pudiera hacerlas sentir vivas.
—No deberían haberlo hecho —dijo al fin, su tono plano pero firme. No había reproche en su voz, solo una constatación.
Sara y Micaela se acercaron después. Sara se dejó caer contra su hombro, su cuerpo temblando ligeramente. Micaela se acomodó en su otro costado, su cabeza apoyada en su brazo. Ninguna de las dos dijo nada al principio. Solo se quedaron ahí, respirando, tratando de calmarse después de la adrenalina de la batalla.
—Lo siento —murmuró Sara después de un rato, su voz apenas un susurro. Su cuerpo se relajó contra el de él, como si estuviera buscando consuelo.
—Yo también —añadió Micaela, su mano rozando la de Jhon. Era un gesto pequeño, casi inconsciente, pero cargado de significado.
Jhon las rodeó con sus brazos, atrayéndolas hacia él. No dijo nada. No había palabras que pudieran cambiar lo que habían pasado. Solo las sostuvo, sintiendo el calor de sus cuerpos contra el suyo. Yoleida se acurrucó en su regazo, su cabeza apoyada en su pecho. El peso de sus cuerpos era reconfortante, una distracción momentánea del vacío que los rodeaba.
El vino seguía fluyendo. Las risas eran más fuertes ahora, más descontroladas. Las mujeres se movían con torpeza, sus cuerpos chocando unos contra otros. Jhon las observaba, su mente divagando. Sabía que esto no duraría. La euforia del momento se desvanecería, y la realidad volvería a golpearlas. Pero por ahora, estaban aquí. Por ahora, podían fingir que el mundo no estaba muerto.
Yoleida se levantó de repente, tambaleándose. Se alejó unos pasos, luego se giró hacia él. Lo miró durante un momento, sus ojos fijos en los de él. Luego comenzó a moverse de nuevo, sus caderas balanceándose al ritmo de una música que solo ella podía escuchar. Sara y Micaela la siguieron, sus cuerpos moviéndose con la misma torpeza, pero con una libertad que no habían mostrado antes.
Jhon las observó durante un rato. No se movió. No dijo nada. Solo las miraba, viendo cómo el vino y la adrenalina las transformaban, aunque fuera por un momento. Luego, sin previo aviso, se dejó caer hacia atrás, su cuerpo golpeando la roca con un ruido sordo. Las mujeres se detuvieron, mirándolo con sorpresa.
Yoleida fue la primera en reaccionar. Se acercó a él, su cuerpo bamboleándose. Se dejó caer sobre él, sus manos apoyadas en su pecho. Sara y Micaela la siguieron, sus cuerpos amontonándose sobre el de él. Jhon no se resistió. No había razón para resistirse.
Las mujeres se movían sobre él, sus cuerpos rozándose contra el suyo. No había orden ni propósito en sus movimientos. Solo estaban allí, buscando algo que no podían nombrar. Jhon las dejó hacer, su mente en blanco. No pensaba en el mañana. No pensaba en el parásito. Solo sentía el peso de sus cuerpos, el calor de su piel.
El fuego seguía crepitando, las llamas iluminando sus rostros. Las risas eran más fuertes ahora, mezclándose con susurros y gemidos. Jhon cerró los ojos, dejándose llevar por el momento. Sabía que esto no resolvería nada. Sabía que el mundo seguía siendo un lugar muerto. Pero por ahora, no importaba.
Las mujeres seguían moviéndose, sus cuerpos presionándose contra el suyo. Jhon no dijo nada. No hizo nada. Solo las dejó hacer, sintiendo el calor de sus cuerpos, el peso de sus deseos. Sabía que esto no duraría. Sabía que el mañana sería igual que el ayer. Pero por ahora, estaban vivas. Por ahora, eso era suficiente.
El fuego se fue apagando lentamente, las llamas convirtiéndose en brasas. Las risas se hicieron más suaves, más espaciadas. Los cuerpos de las mujeres se relajaron, sus movimientos haciéndose más lentos. Jhon abrió los ojos, mirando el cielo oscuro. Las estrellas seguían allí, brillando en silencio.
Sabía que esto no cambiaría nada. Sabía que el mundo seguía siendo un lugar muerto. Pero por ahora, estaban aquí. Por ahora, eso era suficiente.