El cuerpo de Jhon golpeó el suelo con un ruido sordo, el impacto resonando en sus huesos. El parásito lo había derribado con una fuerza brutal, su garra cortando el aire antes de clavarse en su costado. La sangre brotó, caliente y pegajosa, empapando su ropa. Jhon gruñó, sus dientes apretados mientras luchaba por ponerse de pie. No había tiempo para descansar. No había espacio para el dolor. Solo había movimiento, acción, supervivencia.
Las mujeres lo observaban desde la distancia, sus rostros tensos. Leticia se mordía el labio, sus manos cerradas en puños. Margarita tenía los ojos fijos en él, su respiración rápida y superficial. Sara, Yoleida y Micaela estaban detrás, sus cuerpos presionados contra la pared del edificio en ruinas. No decían nada. No podían decir nada. Solo miraban, esperando que Jhon siguiera en pie, que siguiera peleando.
Jhon lanzó un puñetazo hacia el parásito, su mano conectando con la mandíbula de la criatura. El golpe no fue suficiente. La bestia se retorció, sus extremidades delanteras moviéndose como cuchillas. Jhon se agachó, evitando otro ataque, y rodó hacia un lado. Su cuerpo protestaba, cada músculo gritando por un respiro que no podía permitirse. Se levantó de nuevo, sus piernas temblando bajo su peso.
Otro parásito emergió de las sombras, más grande que el anterior. Su cuerpo era una masa viscosa y alargada, sus pinzas brillando bajo la luz tenue. Jhon lo miró, su mente calculando distancias, ángulos, posibilidades. No había margen de error. Un paso en falso significaría el fin. No solo para él, sino para ellas.
—¡No te detengas! —gritó Leticia desde atrás, su voz cortando el aire como un latigazo. Jhon no respondió. No había necesidad. Sabía lo que debía hacer.
Se lanzó hacia el primer parásito, sus manos aferrándose a su cuerpo viscoso. Lo golpeó con todo lo que tenía, sus puños hundiéndose en la carne blanda de la criatura. El parásito chilló, su cuerpo retorciéndose en un intento por liberarse. Jhon no lo soltó. No podía soltarlo. Con un último esfuerzo, logró romperle el cuello, y el monstruo colapsó en el suelo.
Pero no había tiempo para recuperarse. El segundo parásito ya estaba sobre él, sus garras cortando el aire. Jhon se giró, apenas evitando el ataque. La garra rozó su brazo, dejando un corte profundo. La sangre comenzó a fluir, pero Jhon ignoró el dolor. Agarró una piedra del suelo y la lanzó contra el parásito, golpeándolo en la cabeza. La criatura retrocedió, momentáneamente aturdida.
Jhon aprovechó el momento. Se lanzó hacia el parásito, sus manos buscando su cuello. Lo agarró con fuerza, sus dedos hundiéndose en la carne viscosa. La criatura se retorció, tratando de liberarse, pero Jhon no aflojó. Aplicó más presión, sus músculos ardiendo bajo el esfuerzo. Finalmente, el parásito dejó de moverse, su cuerpo cayendo al suelo con un golpe seco.
Jhon se dejó caer de rodillas, su respiración entrecortada. El mundo giraba a su alrededor, su visión borrosa. Podía sentir el sabor metálico de la sangre en su boca, el peso de su cuerpo arrastrándolo hacia abajo. Pero no podía detenerse. No todavía.
Las mujeres corrieron hacia él, sus pasos rápidos sobre el suelo agrietado. Leticia fue la primera en llegar, sus manos tocando su rostro, buscando heridas. Margarita lo ayudó a ponerse de pie, su cuerpo temblando bajo el esfuerzo. Sara, Yoleida y Micaela se quedaron cerca, sus ojos llenos de preocupación.
—No puedes seguir así —dijo Margarita, su voz baja pero firme. Jhon la miró, sus ojos fijos en los de ella. No dijo nada. No había nada que pudiera decir.
Leticia lo abrazó, su cuerpo presionándose contra el suyo. Jhon no respondió al contacto, pero tampoco se apartó. Solo se quedó ahí, sintiendo el calor de su piel, el peso de su preocupación. Las otras mujeres se acercaron, rodeándolo, sus manos tocando su cuerpo, buscando asegurarse de que seguía vivo.
Sabía que no podían hacer esto solas. Sabía que dependían de él. Pero también sabía que no podía seguir así para siempre. Cada batalla lo dejaba más débil, más vulnerable. Cada herida era una cicatriz más que no sanaría del todo. Pero no había otra opción. No había nadie más.
Un ruido en la distancia lo sacó de sus pensamientos. Otro parásito emergió de las sombras, su cuerpo más grande que cualquiera que hubiera enfrentado antes. Jhon se tensó, su cuerpo preparándose para el próximo ataque. Las mujeres se alejaron, regresando a su posición detrás de él. Sabían que no podían ayudarlo en esto. Solo podían observar.
Jhon avanzó hacia el parásito, sus pasos lentos pero firmes. El monstruo lo miró, sus mandíbulas abriéndose en un chillido agudo. Jhon no vaciló. Se lanzó hacia la criatura, sus manos aferrándose a su cuerpo. La batalla continuó, sus cuerpos chocando, golpeando, desgarrando. Jhon no pensaba en el dolor, en el cansancio, en el futuro. Solo pensaba en ellas.
Finalmente, logró derribar al parásito, su cuerpo cayendo al suelo con un golpe seco. Jhon se dejó caer de rodillas, su respiración entrecortada. Las mujeres corrieron hacia él de nuevo, sus manos tocando su cuerpo, buscando asegurarse de que seguía vivo.
Sabía que esto no terminaría. Sabía que los parásitos seguirían llegando, uno tras otro, hasta que no quedara nada. Pero mientras ellas dependieran de él, seguiría peleando. Porque no había otra opción. Porque eran lo único que le quedaba. Porque, aunque no pudiera decirlo, las amaba. A todas ellas.