El último hombre

Cinco

El camino hacia el siguiente pueblo era largo y polvoriento. Jhon caminaba al frente, su cuerpo tenso, sus ojos siempre alerta. Leticia lo seguía de cerca, su paso más lento pero firme. Las otras mujeres iban detrás, sus voces apenas un murmullo que se perdía en el viento. El sol estaba alto, quemando la piel expuesta, pero nadie se quejaba. No había tiempo para eso.

Leticia se detuvo de repente, señalando hacia un conjunto de ruinas a lo lejos. Jhon la miró, esperando una explicación. Ella no dijo nada al principio, solo comenzó a caminar hacia las ruinas, dejando atrás al grupo. Jhon la siguió, su curiosidad ganando terreno sobre su cautela. Las demás mujeres también se acercaron, aunque mantuvieron distancia.

Las ruinas eran viejas, paredes desmoronadas y techos inexistentes. Pero algo llamó la atención de Jhon: los murales. Pinturas cubrían las paredes que aún estaban en pie, imágenes de mundos que ya no existían. Leticia se detuvo frente a una de ellas, sus ojos fijos en las figuras dibujadas. No dijo nada durante un rato, solo miraba.

Jhon se acercó a ella, su cuerpo relajándose por primera vez en días. La observó mientras ella tocaba la pintura con la punta de los dedos, como si tratara de sentir algo que ya no estaba allí.

—Antes del derrumbe —dijo al fin, su voz baja pero clara—, yo era una artista. Encontraba belleza en todo. Ahora… no hay belleza en este mundo.

Jhon no respondió de inmediato. Sabía que no había palabras que pudieran cambiar lo que ella sentía. Solo podía ofrecerle una oportunidad.

—Entonces píntalo —dijo al fin, señalando una pared que aún estaba en pie y no había sido pintada.

Leticia lo miró, sorprendida. No dijo nada al principio, solo lo observó como si tratara de entender lo que quería decir. Luego, lentamente, una sonrisa apareció en su rostro. Se giró hacia las otras mujeres, que habían comenzado a acercarse.

—¿Quieren que las pinte? —preguntó, su voz más fuerte ahora.

Las mujeres asintieron, sus rostros iluminados por la idea. Leticia comenzó a trabajar, sus manos moviéndose con rapidez sobre la pared. Jhon se quedó atrás, observando cómo las figuras comenzaban a tomar forma. Las mujeres se turnaban para posar, algunas riendo, otras simplemente mirando al frente. Era un momento extraño, fuera de lugar en este mundo muerto.

Cuando terminó, Leticia se alejó unos pasos para observar su trabajo. Jhon se acercó a ella, su cuerpo relajado por primera vez en días.

—La belleza está donde menos te lo esperas —dijo, señalando el mural.

Leticia lo miró, sus ojos brillantes. No dijo nada, pero no necesitaba hacerlo. Ambos se recostaron en el suelo, mirando al cielo. El sol comenzaba a bajar, el cielo teñido de naranja y rojo. Jhon respiró profundamente, sintiendo algo que no había sentido en mucho tiempo: calma.

Margarita observó desde la distancia, sus puños cerrados. Sentía algo dentro de ella, algo que no podía ignorar. Celos. Pero también algo más. Algo que la empujaba a acercarse, a hablar. Finalmente, dio un paso adelante, luego otro, hasta que estuvo junto a ellos.

Se sentó a su lado, sin decir nada al principio. Jhon la miró, esperando. Margarita respiró profundamente antes de hablar.

—Mi abuelo me apoyaba en todo —dijo al fin, su voz baja pero firme—. Quería estudiar comunicaciones, pero mis padres no tenían dinero. Mi abuelo me ayudó. Me dio lo suficiente para tres años de universidad. Nunca pude terminar.

Jhon no dijo nada al principio. Solo la observó, viendo algo en ella que no había notado antes. Luego habló, su voz plana pero sincera.

—Nunca es tarde para lograr lo que quieres. Cuando esto termine, cuando nos deshagamos de esos malditos parásitos, podrán rehacer sus vidas. Lo prometo.

Margarita lo miró, sus ojos llenos de algo que no podía nombrar. Jhon se acercó a ella, rodeándola con sus brazos. La abrazó con fuerza, luego la besó en la frente.

—Confía en mí —dijo al fin—. Confía en lo que siento por ti.

Margarita no respondió de inmediato. Solo se quedó ahí, sintiendo el calor de su cuerpo contra el suyo. Las otras mujeres se acercaron, formando un círculo alrededor de ellos. Nadie dijo nada. No había necesidad.

El sol continuó bajando, el cielo oscureciéndose. El grupo permaneció en silencio, observando el mural que Leticia había creado. Era un recordatorio de quiénes eran, de lo que habían perdido y de lo que aún podían ser.

Jhon se levantó primero, su cuerpo tenso de nuevo. Sabía que no podían quedarse aquí para siempre. Había más trabajo por hacer, más batallas por librar. Pero por ahora, por un momento, todo estaba en paz.

Las mujeres lo siguieron, sus pasos más ligeros ahora. Caminaron juntos hacia el siguiente pueblo, hacia lo que sea que les esperara allí. Jhon no sabía qué encontrarían, pero sabía una cosa: no estaba solo.




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