Ren salió corriendo sin mirar atrás, con el corazón desbocado y un temblor incontrolable recorriéndole el cuerpo. El retumbar de botas anunciaba la inminente persecución de la Guardia Real, cuyos pasos se acercaban implacablemente. La ciudad, con sus callejones angostos y esquinas impredecibles, se convertía en un laberinto de sombras y peligro.
-¡Alto! -gritaron voces autoritarias, que se perdían en el eco de la noche.
La adrenalina lo invadía; cada salto y cada giro eran una lucha desesperada contra el miedo. La luna, emergiendo con un brillo casi místico, bañaba las calles en un resplandor etéreo que contrastaba con el destino amenazante que lo perseguía. Una lámpara parpadeó y cayó, esparciendo destellos de luz y sombra sobre el empedrado.
Ren tropezó, se incorporó de inmediato y sintió el viento helado azotar su rostro mientras esquivaba obstáculo tras obstáculo.
-No me detendrán -se dijo, en una mezcla de determinación y pánico, consciente de que cada segundo era vital.
Mientras la fatiga comenzaba a pesar en su cuerpo, Ren sintió un momento de desesperación: en su antigua vida, su timidez le había impedido incluso unirse a un club deportivo, y ahora, frente a la amenaza, se cuestionaba si rendirse sería la salida.
-¿Y si me rindo? -se preguntó, recordando que ante la adversidad solía ceder.
Sin embargo, en lo más profundo, una tenue chispa de esperanza empezaba a encenderse, retando a su inercia.
Al borde del colapso, llegó a un callejón sin salida, demasiado estrecho para retroceder. Con lágrimas en los ojos y resignado, aceptó que su destino parecía sellado.
-Es el fin... -pensó, cuando algo inusual rompió el letargo del instante.
Desde lo alto del oscuro techo, emergió una sombra que se movía con gestos rituales. Aquella figura parecía distorsionar la luz a su paso, como si invocara un "Velo Umbrío", envolviendo todo a su alrededor y confundiendo a los guardias, que se dispersaron, aturdidos por la extraña magia.
Uno gritó, desesperado:
-¡¿Dónde está?!
Mientras otro ordenaba, con voz fría:
-No pierdas el tiempo, sigue buscando. No debió haber ido tan lejos.
Los hombres se dispersaron, sus pasos resonando en la confusión creada por aquella aura oscura.
Con el ambiente impregnado de magia, la sombra descendió lentamente posandose frente a el.
Aún tembloroso, Ren apenas pudo articular:
-¿Quién... quién eres?
La figura, con una cadencia autoritaria y enigmática, respondió:
-No es mi identidad lo que importa, sino el caos que has despertado.
Por un breve instante, el mundo pareció detenerse; el eco de botas y órdenes se fundió con un silencio cargado de presagio.
-Sígueme -ordenó la sombra, extendiendo una mano firme sobre la de Ren.
En ese instante, mientras la desesperación luchaba contra la chispa de esperanza en su interior, Ren tomó la mano que se le ofrecía.
Juntos, se deslizaron por una estrecha puerta oculta en las sombras del callejón, emergiendo en un pasadizo olvidado que conducía a un antiguo almacén. Allí, el aire era más templado y un tenue resplandor iluminaba paredes gastadas, ofreciendo un refugio contrastante al peligro exterior.
-Aquí, por ahora, estarás a salvo -dijo la sombra con voz suave, casi maternal, pero cargada de un enigma que insinuaba secretos profundos.
Ren permaneció en silencio, mientras su mente se llenaba de preguntas: ¿Por qué lo persiguen? ¿Acaso en este mundo existe la magia de la que siempre soñó?
La incertidumbre se mezclaba con una determinación renovada, dejando entrever que su viaje por Aurelia apenas comenzaba y que los misterios a desvelar serían muchos.